La filósofa y periodista Tamara Tenenbaum es el personaje -también la guionista y creadora junto a Erika Halvorsen- de “El fin del amor”, la serie que se puso al hombro Lali Espósito para entregar un apunte que dé cuenta de las problemáticas sociales, afectivas y filosóficas que invaden a las generaciones de menos de 30.
La idea no solo es auspiciosa y bienvenida, sino necesaria. Porque: ¿qué mejor plan puede haber que que sean las protagonistas del cuento las que nos lo narren? Este es el espíritu de “El fin del amor” que, curiosamente, se va poniendo más interesante desde la perspectiva de la narración audiovisual, a medida que se acerca a los últimos capítulos (son diez).
La trama sigue a Tamara (Lali Espósito), una atrevida filósofa de la cultura pop. Después de enfrentarse a su propia crianza judía ortodoxa en Buenos Aires, Tamara deja a su novio para rebelarse contra el concepto tradicional de romance, como ya lo hizo antes con su vida religiosa. Entre tanto se irán desplegando otras problemáticas que atañen a su grupo de amigas íntimas y las particularidades de la relación entre ellas.
La serie surge de la transposición del ensayo de Tamara Tenenbaum (Lali, en la serie) en el que, a partir de la primera persona, aborda la crisis existencial que atraviesa una chica millenial mientras afila sus armas para la rebelión feminista y busca su lugar en el mundo; este mundo violento, narcisista, arrasado por el consumo, la disputa del poder entre los géneros y la soledad de la existencia. Tales asuntos son los que se ponen en juego en esta trama, donde un grupo de mujeres se acompaña como puede ante la adversidad.
Suena bien, es un noble propósito. El problema de “El fin del amor” es que aquello que en las letras se percibe como confesión íntima y valiente, en el guion audiovisual de vuelve pancarta feminista, con todos los clichés que conforman el ideario de las jóvenes progresistas de la clase media porteña.
Un ejemplo es que entre fiestas desmadradas donde corren las drogas, el sexo y el alcohol se dan cita conversaciones que podrían pensarse en una discusión de universitarios sobre género: “no me compro ese verso de ‘me empodero mostrando el culo… históricamente hay formas estéticas que surgen de contextos de opresión pero pueden resignificarse’, dice Tam en la barra de un boliche donde se baila en solitario al compás del rap y el pop. De estos ejemplos está plagado el guión de casi todos los capítulos que parecen, además, milimétricamente pensados para poner en la imagen la representación de este mundo de chicas empoderadas, activas sexualmente, superfluas aún con sus planteos y más concentradas en sí mismas que en empatizar con sus congéneres.
Los personajes están construidos desde una autorreferencia tan constante (principalmente el de Lali Espósito, pero todos tienen el mismo pulso) que parecen navegar solos por ese mundo de viajes lisérgicos, eróticos, sintéticos, consumistas y erráticos en lo afectivo. Si este fuese el objetivo de la serie: declarar a las mujeres jóvenes contemporáneas como imágenes de su propio espejo, mientras circulan por las noches llenas de glam y rosa pop y lidian como pueden con la disfunción afectiva, todo estaría bien. Y lo está; pero hay, además, muchos apuntes honestos de autocrítica sobre el personaje de Lali, especialmente; y esto hace que el producto se vuelva confuso en su intencionalidad narrativa.
Hay, hacia los últimos capítulos, escenas muy interesantes y logradas respecto a los conflictos íntimos que tienen sus consecuencias en las elecciones y decisiones de la vida. Esa idea de coming-of-age (el personaje va cambiando a medida que crece, en este caso internamente) está bien resuelta y es verosímil.
El humor es un recurso efectivo y sincero. La serie es fresca, divertida, las chicas nos llevan de la mano por un mundo a velocidad supersónica, algo enloquecido y sin red.
Con todas estas marcaciones “El fin del amor” es un buen producto pensado para la masividad; de ahí la pregnancia de la imagen y el sonido, sus atmósferas y sus climas. También desde esta perspectiva se construyen los personajes que podrían ser “prototipos de” y las situaciones que los atraviesan.
Las actuaciones están sólidamente construidas. Aquí se destacan claramente Lali Espósito, Verónica Llinás, Mike Amigorena, Alejandro Tantanian y Vera Spinetta. Los capítulos tienen un ritmo que lleva fluidamente de uno a otro y el enfoque propio de los productos de Pol-ka (Daniel Varone es el director de varios de los episodios) también está presente y activo.
Así las cosas, “El fin del amor” tiene con qué encantar a las generaciones a las que remite. No esperemos un producto de impacto que nos deje atravesados por planteos filosóficos profundos (aún cuando los hay en todos los textos, durante todo el serial). Es lo que es: una serie de fácil y entretenido consumo, con buena producción y actrices y actores que ponen el cuerpo y la inteligencia interpretativa para llevarla a este puerto.
La ficha
“El fin del amor” (2022, serie de 10 capítulos, Argentina). Género: Comedia dramática. Dirección: Leticia Dolera, Daniel Barone, Constanza Novick. Guion: Tamara Tenenbaum, Erika Halvorsen. Música: Iván Wyszogrod. Con: Lali Espósito, Verónica Llinás, Vera Spinetta, Mike Amigorena, Candela Vetrano, Mariana Genesio Peña, Andrés Gil, Martina Campos, Julieta Giménez Zapiola, Brenda Kreizerman, Alejandro Tantanian, Lorena Vega. Disponible en: Amazon Prime. Nuestra calificación: Buena.