Agosto termina con una seguidilla de espectáculos de altísimo nivel, con lo que se avizora una temporada primaveral excelente en materia de espectáculos. Sin ir más lejos, este fin de semana se presentó Mauricio Dayub en el Teatro Mendoza con la obra “El Amateur” -había estado anteriormente con su propuesta, “El Equilibrista”- a teatro lleno, público de pié y el hall apretado de personas esperando para saludar al artista, hecho poco frecuente en la escena local en la que terminada la presentación, el espectador se va o es invitado a retirarse del recinto por cuestiones de seguridad.
La obra, escrita por Dayub y estrenada hace 27 años, cuenta con un recorrido por escenarios nacionales y del extranjero tan disímiles como Caracas y Tel Aviv, entre muchos otros, una versión cinematográfica dirigida por Juan Bautista Stagnaro (en la que actuaron el propio Dayub, Vando Villamil, Juan Verdaguer y Cacho Espíndola) y dos ediciones literarias.
En la actualidad la dupla en el escenario la completa Gustavo Luppi, extraordinario partenaire narrativo para una historia con visos desopilantes, con la dirección de Luis Romero, música de Jaime Roos, escenografía de Graciela Galan y supervisión autoral de Mauricio Kartún.
Más allá de las cuestiones de cartel, la historia narra con heroicidad y demostración de destreza física formidable, la aventura de dos amigos que se embarcan en cumplir un objetivo que en principio es de uno de ellos y que termina siendo de ambos.
La conformación de los personajes, los diálogos hilarantes pero no por eso menos profundos y el manejo de los pocos elementos en escena, ponen al espectador en la situación de observar cómo el proyecto de estos dos amigos -que podría terminar en fracaso- habla no tanto del éxito personal como de la importancia de tener sueños, por muy pequeños o disparatados que parezcan, de la amistad, y de una de las condiciones humanas que han permitido el desarrollo de la especie: La unión de voluntades y el trabajo mancomunado.
Párrafo aparte merece el despliegue actoral de Dayub, casi acrobático, (ya nos había sorprendido en El Equilibrista) montando una bicicleta de carreras como si fuera una extensión de su propio cuerpo en un espacio tan acotado como un tercio del escenario.
No por nada, el actor, escritor y director de la obra desafía amablemente al público -idea que le regaló Carlos Rottemberg en 1997 cuando estaba estrenando temporada en Mar del Plata- a reclamar el valor de la entrada si no le gusta la obra. Y el público respondió a la salida, esperando al artista no para el reclamo, sino para aplausos, fotos y autógrafos.