Eduardo Hoffmann: “La pintura es un acertijo que calla a los que saben "

Entrevista Central. El creador mendocino conserva el entusiasmo del trabajo nuevo cada día y las posibilidades que su arte le habilita. Embajador del arte contemporáneo a nivel internacional, reflexiona sobre sus procesos y dinámicas en su amada “vida de artista”.

Eduardo Hoffmann: “La pintura es un acertijo que calla a los que saben "
Eduardo Hoffmann. Foto: Carlos Calise

Su exposición más reciente, en la Ciudad de Buenos Aires, lo acerca a la provincia de Mendoza, de donde tomó el espíritu para lanzarse -siendo un joven pintor-, a desandar las limitaciones de su territorio. Eduardo Hoffmann protege su pasión en relación al trabajo y abraza el descubrir en la mutación permanente de lo que no se puede controlar: el cambio.

En la muestra que lo convoca ahora en Recoleta, curada por Javier Segura en el nuevo espacio de arte de la Universidad de Congreso que dirige Silvia Mechulán, UGallery, exhibe obras de 2024 a 2019 en Todos quieren mi montaña, que puede visitarse hasta marzo en la esquina de Callao y Posadas, en la Ciudad de Buenos Aires.

De noche aparecerán iluminadas por una luz negra una serie de figuras fluorescentes que asoman por las ventanas que dan a la calle, mientras que de día estará abierta la experiencia para recorrer dos pisos de historia porteña y arte contemporáneo del embajador mendocino, un referente a nivel internacional.

Eduardo Hoffmann. Foto: Carlos Calise
Eduardo Hoffmann. Foto: Carlos Calise

“Por estos días me acompaña una reflexión: el por qué de mi entusiasmo en el día a día en mi trabajo y es que en la mutación permanente, el dinámico descubrir, soy testigo de mi propia existencia. Por el contrario, si estuviese dedicado a la reiteración estaría siendo testigo de mi propio y paulatino final”, expresa.

O como dice su colega y amigo Egar Murillo: “Ha sabido dominar el oficio a través de lo único que puede darle frutos reflexivos, que es la acción, el trabajo de la gota que horada la roca, esa ilimitada capacidad de engendrar una poética en busca de lo más esencial que es la belleza”.

Representante de la pintura de gran tamaño rechaza las etiquetas que lo mantienen en el estado de lo permanente. Hoffmann encuentra materiales, soportes y técnicas que lo sacuden y avanza. En 2023 y luego de algunas idas y vueltas por la pandemia, presentó un encargo que ha sido, seguramente, el más desafiante de su vida: una pintura enorme, de la que surgieron nuevos encargos, para el estudio de arquitectos Foster and Partners, en India, luego de que hubieran visto una obra suya en Londres, a pedido del interiorista Tony Chi en el Hotel Rosewood.

Una de las pinturas que expone en UGallery hasta marzo, en Buenos Aires.
Una de las pinturas que expone en UGallery hasta marzo, en Buenos Aires.

-¿En qué consiste tu última exposición, Todos quieren mi montaña, que inauguró la reciente UGallery de la Universidad de Congreso, en el barrio de Recoleta?

-La exposición fue curada por dos mendocinos: Javier Segura (artista) y Silvia Mechulán (directora del espacio), quienes me propusieron armar una muestra para la inauguración de UGallery, una galería federal de arte contemporáneo, de la Universidad de Congreso. Todos quieren mi montaña exhibe unas 35 obras y se suma a una serie de pequeños formatos que hice durante la pandemia y es una especie de calendario. La sala tiene alrededor de 300 m2, es muy glamorosa y está ubicada en Posadas y Callao. En planta baja hay pinturas de 2024, que aún están muy tibiecitas, y a medida que uno sube se encuentra con obras de 2019 a 2023. En planta alta hay otra técnica inclusive, con Mylar, un material que me ha identificado y dado tanta gratitud.

La muestra estará hasta marzo del 2025 junto con una instalación que forma parte: una pecera con mis guantes de trabajo en el agua. Hay que verla… Para pintar muchas veces estoy tan embadurnado de pintura que uso guantes de protección. Ahora están dando vueltas en el agua. Son muy simbólicos para mí. Me interesa lo que interpreta cada uno, sobre todo los personajes inteligentes y creativos. Para mí fue un hecho lúdico desprenderme de ellos. Me dio cierta melancolía y angustia, porque tenían una representación abstracta interesante. También hay grandes papeles pintados con tintas acrílicas y una sublimación de mis imágenes sobre los diseños textiles de Valentina Musa.

-¿Dónde está ubicado tu taller en la Ciudad de Buenos Aires? ¿Cómo vivís ese espacio de trabajo y creación artística?

-Mi estudio está ubicado en Barracas, en el edificio Central Park, que cobija a más de una treintena de artistas, además de muy buenas colecciones. Tengo un amplio estudio y paso muchas horas al día ahí. Es ahora mi lugar en el mundo. Siento mucha felicidad cuando llego, y siempre me voy pensando cómo continuar al día siguiente. Sigue siendo la cueva del Buda. También viajo seguido. Vengo de hacer una muestra en Bruselas, en Allpa, que marida joyas con pinturas. Además hice mi cuarta exposición en Luxemburgo, donde casi me siento local. Allí la gente es muy agradable y tengo muchos amigos. En este caso fue una muy buena colectiva con Isabel Muñoz, Antonio Seguí, Pablo Reinoso, Dagoberto Rodríguez y dos artistas locales. En París, recientemente, visité a un representante mendocino en el mundo, mi gran amigo José Aranguren.

-Las colaboraciones con otros artistas aparecen como algo presente en tu recorrido. En Mendoza también formaste parte de un colectivo artístico, ¿por qué te resulta importante compartir instancias de creación?

-Hay una frase de Steve Jobs que dice “me he rodeado de gente más inteligente que yo para que me digan qué hacer” y me acuerdo entonces del gran pianista Dany Goldstein, con quien he trabajado, que poniendo los dedos sobre la partitura ya disfrutaba de la música. Eso para mí fue un antes y un después: pensar que un músico puede sentir la música así, sobre el papel. Con el enólogo Philippe Caraguel creé una etiqueta en colaboración con la Bodega Atamisque. En Mendoza, también, hice un gran mural que está en el Hotel Hualta, en el microcentro mendocino. No quiero olvidarme de cosas que he hecho en Mendoza que son importantes… El primero que me encomendó una obra a gran escala fue Peñaflor, a través de Carlos Pulenta, de 5x8 metros para un gran tonel, allá por el año 90. He trabajado con artistas, escritores, músicos, diseñadores y cineastas, como Emi Soldera, entre otros.

En Mendoza tuve mi colectivo artístico con Javier Segura y Mica Priori que se llamó Poroto, algo que hasta el día de hoy -y han pasado 40 años-, sigue latiendo en mi vida. Fue un animarse, un gesto heroico y épico para los tres. Después se sumaron algunos artistas como Egar Murillo, un talentoso. En realidad no tengo nunca la intención de insistir con una sola morfología. Este continuo desdoblamiento en principio me trajo problemas y sermones con el mercado y la crítica. Porque el mercado quiere el Hoffmann que vio diez años atrás y las personas ya no somos las mismas. Ahora está visto que en mi obra es determinante el cambio y la mutación, y voy más allá. No solo el dibujar, pintar o cualquier disciplina de la práctica artística sino que también siento una complicidad a punto de estallar, como si alguna vacante estuviera disponible y me reclamara.

Todos quieren mi montaña es el nombre de la muestra más reciente del mendocino de reconocimiento internacional.
Todos quieren mi montaña es el nombre de la muestra más reciente del mendocino de reconocimiento internacional.

-¿Qué experiencias valorás de tus años en Mendoza y cómo vivís tus visitas?

-En principio hay un instinto de conservación en los animales y en los humanos de proteger el terruño: como que uno puede autocriticarse pero que no venga la gente a decirme algo sobre Mendoza. Tengo una anécdota muy especial y es que estando en Shangai en Hyatt en un piso 90, me puse a conversar con un australiano amante del rugby que estaba en una feria de arte, él como coleccionista. Al saber que era argentino me dijo, “que aprovechen Los Pumas de ganarle a Australia porque no será así por mucho tiempo”. Después me preguntó dónde había nacido y al decirle Mendoza, respondió, “a ese Malbec no le vamos a ganar nunca”. Creo que Mendoza es eso: en principio la casa de mis padres, de mis abuelos, la casa natal. Por eso se llama así la muestra, Todos quieren mi montaña, que viene de una prosa divina de Luis Alberto Spinetta. Un poco es eso, cómo se ama la montaña mendocina, todo ese lugar extraordinario que se fue develando como La Carrera o Gualtallary, el Valle de Uco, que se puso aún más en el foco del mapa mundial. Como ya no está la casa familiar, siento a Mendoza en cada lugar al que voy. Se me han corrido las paredes y se ha ampliado mi hogar.

-¿Si bien tu obra es abstracta cuáles dirían que son los temas que te movilizan?

-En general siempre digo y siento más o menos lo mismo, porque es la misma gestual. Desconfío mucho de los artistas que hacen aclaraciones al margen, que son como ilustradores invertidos que le ponen palabra a la imagen para completar. Uno de los tantos misterios que tiene la pintura es que es una expresión universal que no tiene una traducción posible y si hay un dialecto deriva de algún tronco familiar, de las pinturas rupestres, de donde venimos todos.

Más que narrar la pintura siento que es un acertijo misterioso, silencioso y que calla a los que saben, como las musas que murmuran… Ningún artista sabe muy bien por qué lo hace, prefiero ese camino de ser conducido. Con respecto a la vida uno duda si el paso es el acertado y aunque no es una duda permanente, siempre está ese porcentaje. Creo que puedo dudar si soy un artista con todas las letras pero de lo que no dudo es que mi vida ha sido la de un gran artista. Los acontecimientos han sido duros y felices, he podido disfrutar de grandes amigos, brillantes, inteligentes y sensibles. Me he rodeado y me siento casa de la belleza.

Muchas veces cuando me miro al espejo, ya no lo hago tanto, veo que casi ya no me parezco a mí sino que me encuentro cada vez más parecido a mi padre. Sin embargo cuando miro el espejo de las obras, las pinturas, o aquellas obras que han tenido que ver con la plástica, siento que ellas sí son jóvenes y que no le pasan los años, tienen una juventud encriptada. Y ese es el espejo en el que quiero ver mi trabajo porque él está despojado de todo estos complejos y delirios. La pintura también es un acertijo que no sabe muy bien por qué pasa lo que pasa y eso también muchas veces me conduce a un mejor diálogo con mi trabajo, el encontrar que en la marcha uno va adquiriendo cierta morfología de lo que uno hace diariamente. No es lineal.

La exposición puede visitarse en la esquina de Callao y Posadas.
La exposición puede visitarse en la esquina de Callao y Posadas.

Ping-Pong

-¿Un lugar en el mundo?

-Mi taller en Barracas.

-¿Un hobby?

-El rugby.

-¿Tu obra favorita?

-Bodas de Papel, que está en el Museo Fernando Fader en Mendoza y la pinté a los 22 años.

-¿Una frase maestra?

-No hay nada más espiritual que el espacio entre dos amores, ni técnica científica que determine su longitud.

-¿Cinco artistas que admires?

-Picasso, Berni, Matisse, Monet, Tapies.

-¿Un libro transformador?

-El libro del desasosiego de Fernando Pessoa.

-¿Un sueño cumplido?

-Una vida de artista.

-¿Un deseo por cumplir?

-Un proyecto de bodega en Mendoza.

-¿Tu objeto personal favorito?

-El de todos, el celular.

Hoffman en pocas palabras

Eduardo Hoffmann nació en Mendoza en 1957. A los 14 años comenzó a pintar y tres años después empezó sus estudios en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo, con Zravko Ducmelic. Su recorrido comprende exposiciones que lo han llevado a viajar por todo el mundo y a compartir instancias de trabajo con referentes de distintas disciplinas. Ha obtenido destacados premios internacionales y participado en las principales ferias de arte del mundo: FIAC, ArtBasel, Art Chicago, Art Miami, ArteBA, ARCO Madrid, Beirut Art Fair y Sotheby´s Latin American Painting, entre otras.

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