El fuego, como fenómeno que emite calor y luz, se refiere a un concepto rico en acepciones, con connotaciones que se asocian, precisamente, a esos elementos emitidos. Así lo advertimos cuando decimos, por ejemplo, “El fuego de su amor todo lo justifica”, en donde ‘fuego’ queda explicado como la “excitación producida por una pasión, como el amor o la ira”. Se asocia a esta acepción la que nos dice “ardor o vehemencia”: “Convencía a todos con el fuego de sus palabras”.
Otras veces, como sinécdoque del efecto por la causa, toma el significado de “disparo de un arma de fuego”: “El fuego enemigo diezmó las tropas”. Otras veces, se hace sinónimo de “incendio”: “¡Cuántas hectáreas diezmó el fuego en Córdoba!”. También, como sinécdoque de parte por el todo, puede ser el equivalente a “mechero o cerillas para encender la lumbre”: “Señor, ¿tiene fuego para convidarme?”.
Interesantes son las locuciones formadas con el sustantivo ‘fuego’; así, por ejemplo, ‘a fuego lento/manso’ indica “lenta y silenciosamente”: “Fui elaborando este ambicioso proyecto a fuego lento”. De rigor y violencia da cuenta la locución ‘a sangre y fuego’ que significa que algo se ejecuta con el máximo rigor, sin perdonar nada y destruyéndolo todo: “Su plan era inhumano pues implicaba un cambio absoluto, a sangre y fuego”. También, puede explicarse como “con violencia, sin ceder en nada, atropellándolo todo”.
Si existe una contienda, frente a ella caben distintas posiciones: o se la fomenta, avivando la discordia o se le da una rápida solución. En el primer caso, dos locuciones nos dan cuenta de esa actitud beligerante: una de ellas es ‘atizar el fuego’ que significa que se intenta agudizar el problema, como en “Con esas palabras tan duras, está atizando el fuego”. La otra es ‘apagar el fuego con aceite’, equivalente a “enconar más una contienda, en lugar de aplacarla”: “Ante la rebelión estudiantil, las palabras de las autoridades fueron como intentar apagar el fuego con aceite”. En cambio, si lo que se propone es dar por concluido el conflicto, la expresión que se utiliza es ‘apagar un fuego’ que, coloquialmente, significa que se da solución rápida a un asunto acuciante o a una situación embarazosa: “El sacerdote, con mansedumbre, intentó apagar ese fuego entre partes conflictivas”.
Todos, alguna vez, hemos sentido la mirada enfurecida de una persona sobre nosotros o sobre alguien cercano: entonces se aplica la locución muy ilustrativa ‘echar fuego por los ojos’: “Enardecido por las circunstancias, mi padre echaba fuego por los ojos al dirigirse al menor de mis hermanos”. También posee carácter negativo la locución ‘hecho/hecha un fuego’, que se define como “muy acalorado/acalorada por un sentimiento fuerte”: “Vino a increparme hecha un fuego”.
Otras dos expresiones escuchadas a menudo son ‘jugar con fuego’ y ‘romper el fuego’; la primera la aplicamos cuando alguien obra con gran imprudencia y realiza alguna acción que puede desencadenar consecuencias negativas: “No haga semejante cosa, sea prudente porque está jugando con fuego”. En cambio, se dice que ‘rompe el fuego’ el que inicia una disputa, una conversación o una actuación: “Nadie parecía querer empezar el debate, hasta que Marcos rompió el fuego con su comentario crítico”.
En relación con el tema, también es posible ver cómo se forman locuciones con el sustantivo ‘brasa’: a su significado denotativo de “leña o carbón encendidos, rojos, por total incandescencia”, se le suman los valores connotativos de ‘dar la brasa’, que significa “molestar haciendo o diciendo algo que resulta pesado o demasiado insistente”; ‘estar hecho unas brasas’ como equivalente a “estar muy encendido el rostro”; ‘estar como en brasas’, sinónimo de “estar inquieto, sobresaltado”; ‘pasar como sobre brasas’ significa “tocar muy de pasada un asunto del que no cabe prescindir”; ‘sacar la brasa/el ascua con mano ajena/de gato’ es igual a “valerse de tercera persona para la ejecución de algo de lo cual puede resultar daño o disgusto”.
Al jugar con los dos términos, ‘fuego’ y ‘brasa’, nos acordamos de aquella paremia que reza “huir del fuego para caer en las brasas”: se trata de una locución proverbial cuya idea central es el peligro. El Refranero multilingüe la registra con la siguiente explicación: “En ocasiones, uno trata de alejarse de un mal pasajero y topa con otro mayor pues, tras superar un riesgo o una situación enojosa, se enfrenta a otra peor”.
Hablar de ‘brasa’ significa, también, referirse al término ‘ascua’, que es el “pedazo de cualquier materia sólida y combustible que por la acción del fuego se pone incandescente y sin llama”; lo mismo sucede con ‘rescoldo’, que no es otra cosa que la brasa menuda resguardada por la ceniza. Con el primer vocablo, encontramos la locución ‘estar sobre ascuas’, aplicable a quien está inquieto o sobresaltado. También, coloquialmente, ‘arrimar alguien el ascua a su sardina’ que significa “aprovechar, para lo que le interesa o importa, la ocasión o coyuntura que se le ofrece”: “Es astuto, siempre obtiene beneficios porque, oportunamente sabe arrimar el ascua a su sardina”. En lo que respecta a ‘rescoldo’, encontramos la expresión ‘al rescoldo’, que nombra un modo de cocción rústico, que precisa un fogón o una hoguera de leña; pero, además, es ‘rescoldo’ aquel resto que se conserva de algún sentimiento, ya de pasión, ya de rencor: “De aquel intenso amor, todavía perdura algún rescoldo”.
Y, al hablar de fuego y combustión, no podemos dejar de mencionar tres vocablos asociados: ‘pavesa’, ‘ceniza’ y ‘chiribita’: la primera, “partecilla que salta de una materia inflamada y acaba por convertirse en ceniza”, nos da, connotativamente, ‘ser alguien una pavesa’, para nombrar al que es muy débil y apacible; en cuanto a ‘ceniza’, como ese polvo gris que queda después de una combustión completa, rescatamos ‘descubrir la ceniza’, cuando se mueven pleitos ya olvidados. Y, por fin, ‘chiribita’, sinónimo de chispa, nos deja con la expresión ‘hacerle chiribitas los ojos’, para indicar la ilusión de que algo deseado va a suceder pronto.