El 5 de noviembre de 2013, Juan Carlos Calabró fallecía a los 79 años. Aquejado por una cruel enfermedad en la médula ósea, pasó sus últimos días internado en el Hospital Británico de Buenos Aires, rodeado de su familia y sabiendo que había dejado un legado muy grande no solo en el humor argentino, sino en el corazón de más de una generación.
Hoy suena casi ingenuo pensar en un “humor blanco”, que es lo que él representaba en la era dorada de la televisión. Esa época en que los capocómicos tenían sus programas y el título era simplemente su apellido, como prueba de garantía. El humor blanco de Calabró, sin una pizca de doble sentido ni groserías, hoy esbozaría una sonrisa de condescendencia: “En 50 y pico de años jamás usé un insulto”, dijo alguna vez, orgulloso.
Ahora, cuando internet, y particularmente las redes sociales, hicieron explotar al humor en mil colores y formatos (impensados hace una década atrás), remitirse al prístino estilo del “Cala” nos hace pensar en todas esas cosas buenas y perdidas.
Pero no importa, ahí están sus personajes: el Contra, Aníbal, Johnny Tolengo y tantos otros, que quedaron en la cultura popular impresos a fuerza del espasmo de la risa. Fueron varios ciclos televisivos los que lo volvieron un mito, aunque el principal fue “La vida en calabroma” (después de 1980 acortado a “Calabromas”): casi 400 emisiones, transmitidas a intervalos entre 1978 y 1986. En su punto de máxima popularidad, Calabró arañaba los 40 puntos de rating. Hoy, impensable.
Es sabido que el oficio no le llegó en seguida. Antes de decidirse (¿animarse?) a estudiar locución, Calabró fue ciclista profesional (se recordaba a sí mismo como un ciclista muy bueno), aunque no se distinguía precisamente por tener una actitud extrovertida.
De hecho, le gustaba recordar la siguiente anécdota, de cuando a los 26 años se matriculó en esa carrera: “Cuando mi viejo supo que iba a estudiar locución me dijo: es más fácil que un chancho suba a una antena que vos trabajes en televisión. No lo dijo por maldad, sino porque no creía que un tipo como yo, serio e introvertido, tuviera la espiritualidad para estar en un medio. Y bueno, se equivocó”, recordó en una entrevista.
El ascenso fue rápido. Tenía una pronunciación perfecta, tenía carisma, cancha frente a cámara y también era pintón. Pero también tenía una seriedad imperturbable en la cara que lo hacía parecer enojado todo el tiempo y que se volvió un rasgo distintivo que, eventualmente, hacía más graciosos sus personajes.
Primero “Farandulandia” (en 1958) y después “Telecómicos” (desde 1962), ambas creadas por Aldo Cammarota, fueron los primeros peldaños de su popularidad. En este último compartió la pantalla con Jorge Porcel, Nelly Beltrán, Osvaldo Canónico y una joven Luisina Brando. Además, creó uno de sus primeros personajes recordados: el tano inyeniere, que prometía arreglar cualquier cosa y la rompía.
Después, en 1972, empezó a formar parte del “Circus Show” de Carlitos Balá (con quien también trabajó en “Sábados circulares”). Por esta época, preparaba guiones exhaustivamente y los pulía una y otra vez con su ingenio característico. Se preparaba así para su consagración: “La vida en calabroma”
Al encabezar su propio ciclo de televisión, Juan Carlos Calabró ya estaba a la altura de Olmedo, Porcel y Tato Bores. Esta estirpe de capocómicos, de la que quizás Antonio Gasalla es el último, fue un producto exclusivo de la era dorada de la tevé. Hoy, el estandapero con más seguidores de Instagram no tiene ni la popularidad, ni el alcance social, ni la capacidad de moldear el humor de una época e inocularse en la vida cotidiana, como la tenían aquellos.
Eso fue Johnny Tolengo, que cuando cantaba con sus interminables saltitos y su “pilcha” extravagante, hacía reír a la familia entera: desde los nietos a los abuelos. Quedó tan en el recuerdo que su canción “Estás para ganar” caló hondo y se coló en las canchas. El estribillo puede poner nostálgico a más de uno: “qué alegría, qué alegría, olé, olé, olá, vamos flaco todavía, que estás para ganar”.
“Mi papá amaba a los chicos, era uno más cuando jugaba con sus nietos o con cualquier nene de la familia -recordaba Iliana Calabró a diario La Nación en 2020, sobre el éxito de este personaje entre los niños-. En cualquier reunión donde había chicos, todos terminaban con él, tenía un imán. Como papá era muy vergonzoso, creo que esa espontaneidad, esa ternura que le daban, lograba que se permitiese jugar a la misma altura. El problema siempre fue que no le gustaba disfrazarse, le costaba mucho, pero por eso fue que lo quiso tanto a Tolengo”.
Pero si hubo uno que fue su personaje cabecera, ése fue El Contra. Había nacido en el ciclo “Telecómicos”, donde se llamaba El Admirador. Recordaba: “Cada programa yo hacía algo distinto, o vendía diarios o era taxista, entonces me cruzaba con un famoso y le sacaba charla con la excusa de hacerle escuchar una canción que había escrito: ‘La miel es muy pegadiza’. Recién empezaba en la televisión, un día en la puerta de Canal 13 me dicen ‘Chau Alfredo’, confundiéndome con Alfredo Alcón, otra vez con Anselmo Marini. Se lo cuento a Cammarota y le propongo hacer un personaje que se confunda con todo. Así empezó y siguió por cuarenta años”.
Recién en 1973 pasó a llamarse como hoy lo recordamos, convirtiéndose en el personaje favorito del capocómico. Muchos años después, Iliana definiría al Contra como el hijo varón que Calabró nunca tuvo.
El paso al costado de Calabró en el mundo del espectáculo fue lento. El medio que él conocía, y en el que fue un rey indiscutido, fue dando paso en los ‘90 a programas en otros formatos y sketches chatarra. Aun así, tuvo la intención de adaptarse: formó parte de “El Gran Burlesque” de Flavio Mendoza, hizo un show familiar con Eliana en “Calabró + Calabró”, en la temporada marplatense de 2008, y al año siguiente incluso probó el formato del humor de pie con “Vení a reírte con Cala”, en la avenida Corrientes.
El intento más desafortunado fue cuando llevó al Contra a “The Fort Night Show”, de Ricardo Fort, al quien acusó de falta de profesionalismo, para no volver nunca más a su programa. Calabró, quien en sus ciclos ensayaba y pensaba detalladamente cada guion y cada remate, salió espantado de la experiencia con Fort, porque lo habían llamado con muy poca anterioridad para ensayar su intervención.
Su última aparición pública fue de la mano de sus hijas, en los Martín Fierro de ese año, donde le dieron un premio a la trayectoria. Pocas semanas después fallecía, dejando una sonrisa eterna en el corazón de este país.