Del Tetris a la escritura

Cuando escribo vivo esa sensación tan difícil de describir, tan especial, y que se parece mucho a lo que sentía cuando jugaba al Tetris

Del Tetris a la escritura
Leer y escribir

¿Existe alguna relación entre la lectura, la escritura y jugar Tetris? Yo creo que sí, pero lo supe hace poco.

Descubrí el mundo a los seis, de la mano de la señorita Mirta, mi maestra de primer grado en la Escuela Normal. Fue cuando aprendí a leer y entendí otra dimensión de la emoción: la conmoción que me provocó unir letras que juntas nombraban objetos. Una felicidad que nunca antes había sentido, la de decodificar palabras en carteles de la calle, por ejemplo.

A partir de ese momento se abrió para mí toda una faceta que en mi vida tiene un peso descomunal. Mi relación con los libros, las historias y la lectura supuso un antes y un después. Me dio libertad. Dejé de adecuarme a los horarios de la programación televisiva de fines de los setenta y los ochenta. Para divertirme ya no necesitaba desesperadamente que hubiese alguien para jugar conmigo, ni que en el cine dieran algo que podíamos ver los niños y que algún adulto estuviera dispuesto a llevarnos. Sólo necesitaba un libro. Eso sí, la asiduidad con la que lo necesitaba representó un problema para mis padres porque mi voracidad no era fácil de manejar; pero eventualmente encontramos la forma.

La lectura develó posibilidades ilimitadas: personajes que se convertían en una parte mía, en mi familia; infinidad de historias por descubrir. Me da envidia saber que alguien no ha leído alguno de esos libros que me costó terminar porque no me podía separar de sus protagonistas. No poder volver a experimentar por primera vez el encuentro con el gitano Melquíades, cuando visitaba Macondo y vendía sus inventos en Cien años de soledad.

Una admirada autora española, Rosa Montero, decía en una de sus clásicas columnas en el diario El País de este año, que “leer nos hace mejores personas”, porque fomenta la empatía. Citaba estudios prestigiosos que demuestran que reduce el estrés y que quienes leen regularmente viven más. Que cambia estructuralmente el cerebro: “es como hacer pesas dentro del cráneo”, apuntaba con esa genialidad tan suya.

Yo creo, como ella, que puede contribuir a mejorar la humanidad; porque a través de la lectura hacemos un viaje al otro, a realidades desconocidas y establecemos una complicidad inesperada con esos personajes, con esos mundos que nos resultan afines. Me quedé literalmente sin respirar, y casi lloro, cuando vi en letras redondas y negras esta frase suya: “Leer es algo más íntimo que hacer el amor, porque te metes en la cabeza y en los sentimientos de quien ha escrito el texto. Y, una vez allí, reescribes lo que lees junto al autor o autora. Porque toda lectura es una reescritura, una colaboración a dos, una complicidad suprema”.

La creadora de la mundialmente famosa detective Bruna Husky, asocia los libros con un talismán y piensa que nada muy malo puede pasarte con un libro cerca. Me hizo pensar sobre una costumbre que tengo desde muy pequeña y que aún conservo. Nunca salgo de casa sin un libro encima. Lo llevo en la cartera, en el auto; así siempre me siento acompañada y a salvo de esa timidez que me persigue desde la niñez.

Desde luego la lectura y la escritura están conectadas; no pueden existir una sin la otra, no tengo dudas al respecto.

Profesionalmente escribo desde hace más de treinta años noticias, textos web y otros discursos. Pero hasta hace algo más de tres años no había intentado explorar textos más literarios, que profundizaran en pensamientos más personales, en recuerdos. Pensaba que no tenía nada interesante que decir, y que ya varios lo han dicho todo mucho mejor que yo -aún pienso que es así-. Sin embargo tuve la suerte -y tal vez no me alcance la vida para agradecerle- de encontrar una de esas amigas que todos necesitamos, que me alentó a intentarlo con suavidad, paciencia y firmeza. Me dio la confianza que necesitaba y al final me empujó -también necesitaba eso-.

Desde aquel momento vivo esa sensación tan difícil de describir, tan especial, y que se parece mucho a lo que sentía cuando jugaba al Tetris en los años noventa. Un videojuego famosísimo: puzzle de piezas compuestas por cuatro segmentos -tetra del griego- que hay que orientar y ubicar en espacios vacíos. Cuando encajan liberan espacio. Escribir y jugar al tetris se parecen por esa experiencia inigualable; de cosas que encuentran su lugar, que ensamblan perfecto.

Cuando escribo a veces dudo sobre si lo que estoy diciendo está bien dicho o pienso si en esas frases estoy logrando conectar con el lector. Leo párrafos inconexos que me parece que no funcionan juntos. Y siempre, sin excepción, llega un punto de inflexión donde todo se acomoda, donde queda claro que esas palabras pertenecen a ese lugar. La historia aparece, los bloques de texto cobran sentido. La sensación cuando eso pasa es de bienestar, de placer, de libertad.

Sobre el teclado de mi notebook mi terror no es la archifamosa página en blanco, porque ideas no me faltan. El verdadero horror es ese momento de desesperación cuando el texto está lejos aún de ese relato en el que se va a convertir. Cuando no sé si hay una historia ahí digna de ser contada y -lo que es mucho peor- cuando todo lo que tecleo suena demasiado evidente, ordinario. Mis relatos aparecen inicialmente como una frase, un concepto difuso que se transforma en algo que sí o sí tengo que contar. Y sobreviene la misma sensación: la de que el mundo está en orden.

Disfruto, además, la lectura de textos que reflexionan sobre la escritura. Analizo métodos de escritores que admiro porque me gusta su estilo. Los comparo con lo que hago yo y me sorprende darme cuenta de que hacía lo mismo intuitivamente. La explicación para mí es leer mucho, por placer. Los que disfrutamos leyendo incorporamos las estructuras narrativas, hemos mecanizado -sin saberlo y sin querer-, diferentes clases de principios, de desarrollos, y de cómo es conveniente contar lo que sucedió. Distintos desenlaces; cómo dosificar la información valiosa. Si conviene comenzar y terminar de manera circular.

El amor ilimitado por la lectura y la escritura abarca todos los sentidos. Almudena Grandes sostenía que los libros recién hechos siempre huelen bien, “pero cuando su olor se mezcla con el de la primavera, fabrican un aroma muy parecido al perfume de la felicidad”. Con un libro cerca vivo en primavera todo el año.

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