Hay recitales que son solo recitales, hay recitales que son recitales maravillosos y hay recitales que son un cacho de historia.
El tipo está ahí, trajecito azul marino, pantalón chupín oscuro. Está ahí, a los 82, esa leyenda, ya no del rock sino de la cultura de dos siglos. Está cantando a garganta pelada una versión de Blackbird que te abraza fuerte. O agitando las huestes argentas con ese himno inalterable llamado Hey Jude. El señorito inglés rockea fuerte cuando hay que hacerlo (Helter skelter son dos dedos en el enchufe); baja un cambio como solo él sabe hacer con Let it be (lo que para Lennon era “música para abuelitas” -la crítica que le tiró a Paul cuando estaban distanciados-, no es otra cosa que la capacidad de “Macca” de tocar fibras íntimas con una naturalidad única); y sorprende sumando temas como Now and Then, la última canción de The Beatles publicada en noviembre, remake de un demo incompleto que John le dejó a Yoko.
Fueron 34 temas de puro sentimiento. Obladi Oblada te obliga a saltar; I’ve got a feeling, a gritar; The end, a llorar. Paul estruja corazones con el mejor repertorio del mundo. Sí, pocos humanos sobre la faz de la tierra pueden cantar con autoridad ese catálogo de canciones, que son ni más ni menos que las mejores de todos los tiempos (con perdón de los queridos Stones, Bob Dylan y Charly García).
El particular saludo de McCartney en el estadio Kempes de Córdoba
No lo dije antes, es 23 de octubre en Córdoba. Estamos en el Kempes, la última parada de la gira argentina (de acá partió a Lima) de un McCartney que lejos de pensar en el retiro se despidió del estadio con un “Nos vemos pronto”. Y que arrancó, con puntualidad inglesa a las 21, con Can’t buy me love (tema con el que conoció qué significa el término hit en su adolescencia). Hubo lugar para los saludos, al viral “¡Buenas noches, Argentina! ¡Hola Córdoba! ¿Cómo están, culiaoooos?” y le siguieron temas de Wings (la banda post-Beatles que compartió con Linda McCartney entre los 70 y los 80) y de su etapa solista, en un tramo del show pensado para los fans del Paul puro. Sonaron Junior’s Farm y la sorprendente Lettin go, esta vez con un arreglo muy copado: los instrumentos de vientos sonaban directamente desde la platea.
Con un pelo cano algo largo, se mostró vital para interactuar con la gente, siempre con esa manera correctísima de llevar uno de los mejores recitales que muchos de nosotros vimos en nuestra vida. Leyó algunos cordobesismos, como el saludo citado, tiró “chichices”, y “amigazo” le dijo a John. También mencionó el fernet y el cuarteto. En ese sentido, sorprendió entrando en zonas de bises con la bandera de Córdoba, junto con la Argentina y la multicolor del orgullo LGBT.
Dos horas y media de show que repasaron cabalmente todas las etapas del hombre que se para en un escenario desde sus 15. Un mágico y misterioso tour por el pasado Beatle, las ráfagas Wings, y de sus etapas solistas, guiados por una súper banda detrás: Abe Laboriel Jr. en batería, Paul “Wix” Wickens en teclados, Rusty Anderson y Brian Ray.
El momento de mayor espectacularidad fue Live and let die. La potencia de la banda se subrayó con fuegos artificiales y bombas de estruendo durante gran parte del tema. Al final, Paul bromeó que había que taparse los oídos con tanta parafernalia. El humor británico siempre estuvo, con algunos gestos mínimos y unos bailes que lo conectaban aún más a su público.
¿Cuál es el concepto detrás de “Got back”, la actual gira de Paul McCartney?
El tono de Got Back en resumen, más que nostálgico, fue celebratorio. Mucha literatura hay de cómo terminaron los Beatles: todos peleados y envueltos en polémicas judiciales, tras las sesiones finales de Abbey Road y la grabación del malogrado proyecto que terminó en el disco Let it be, donde cada uno graba su parte, pidiendo incluso no verse las caras.
Con tantos años de silencio por parte de los protagonistas, la fantasía de la “pelea total” fue acrecentándose… Hasta que hace un par de años apareció el documental Get back (Disney+) del director Peter Jackson, que también mostró otros matices de la relación de los Fab Four. La serie basada en las cientos de horas de filmación que nunca antes se habían visto en su totalidad, demostró que más allá de las riñas, las malas caras, la intromisión de los managers y el entorno de cada artista, esos cuatro chabones seguían siendo tipos que podían divertirse, crear maravillas y entenderse con solo mirarse. El final de los Beatles fue una mierda, pero quizá no tanto. Y los malos recuerdos se aflojaron un poco.
Ahora, con la autoridad que le da a Paul ese estar más allá del bien y del mal, se permite sin tapujos homenajear a sus ex compañeros que ya no están en este plano, y de cantar incluso canciones emblemáticas creadas por John, explicitando esto último. Antes de “cantar a dúo” con Lennon, pantalla gigante mediante, “I’ve got a feeling”, dijo: “Esta canción es muy especial para mí, ya van a ver por qué”.
Para George Harrison (”mi hermano”) pidió un aplauso, tras una minimalista Something, con una primera parte solo con ukelele. Este es otro aspecto a remarcar: sir Paul se toca todo. Guitarra, bajo (claro, cómo no), teclado, ukelele, mandolina. Solo le faltó batería, que bien podría. De hecho se lo ve mucho con las baquetas en el clip de fondo de uno de los mejores temas del show: Get back. Aquí, de las sesiones de grabación finales mencionadas, supuestamente tortuosas, solo se los ve a ellos felices, en una compilación que es ya la línea editorial de Paul. El tiempo pasó, quedémonos con lo bueno, que por suerte es muchísimo.
El final del show de McCartney, a toda orquesta, que no es ningún final
El montado en Córdoba es el escenario más grande que conozca esta ciudad. No faltó tecnología, y no me refiero solo al esperable despliegue descomunal de luz y sonido. El escenario se elevó para que, entre estrellas, cantara el tema que le dedicó a Lennon tras su fallecimiento, Here today. Y con las pantallas, el de Liverpool iba ambientando momentos icónicos, como Sgt. Pepper’s, donde algunos de los personajes que forman parte de la portada del recordado disco de los 60 cobran vida en animación 3D.
Pero si hasta aquí PM había estrujado corazones, el final aumenta la velocidad de la emoción, hasta llevarlo al paroxismo. Las baladas de los Beatles Let It Be y Hey Jude robaron lágrimas en muchos de los 35 mil presentes. Habíamos venido a esto. A encontrarnos con la historia de frente, a que esas canciones sacudan nuestra humanidad. Una vez más.
Después de más de dos horas de show, Paul tenía bises bajo la manga: el citado I’ve Got a Feeling y los espectaculares Birthday, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band y Helter Skelter, acompañados por artes visuales que ambientaban la fiesta y la furia que emanan esas pieza.
“Son un bello público” se empezó a despedir McCartney, antes de pegar el ensamble Golden Slumbers, Carry That Weight y The End, La canción de “Abbey Road” que dicta: “Y al final, el amor que te llevas es equivalente al amor que das”.
“Tonight buenardo, Hasta la próxima”, fueron sus últimas palabras. Es decir, ningún “fin”. A los 82, lo dice la canción, al caballero le queda aún mucho más amor por recibir.
Anotaciones al margen, tras el show de Paul McCartney
Lo más emotivo
Luca Prodan decía que el buen músico era aquel que, sin maquillaje, sin careta, podía emocionar a la gente pelando solo la guitarrita y una buena canción. Hubo un segmento de eso también, con Paul demostrando la cocarda del mejor song writter vivo sobre la faz de la tierra. Su mínimo Blackbird es una obra de arte para la que no hay adjetivos.
Lo más sólido
Get Back, la canción que le da nombre –juego de palabras mediante– al tour “Got back” mostró en las pantallas del escenario un clip con imágenes de The Beatles que pegan fuertes. Se los ve jóvenes, vitales, felices. Antes del fin.
Lo curioso
Paul les regaló a los presentes una joya del repertorio para recordar sus primerísimos pasos: el cover que hacían con The Quarrymen –la banda que integraba con John Lennon y George Harrison antes de ser los Beatles– In Spite of all the Danger.
Lo más bailado
“Obladi oblada” convirtió al Kempes en una kermés. Algo similar sucedió con “Birthday”, otra canción punzantemente divertida.
El punto más elevado
Cerca del cierre Paul se sentó en el piano y arrojó en la cara de los presentes una versión todo poderosa de “Live and let die”, el clásico de su etapa solista. Gran despliegue de fuegos artificiales y bombas de estruendos, por si acaso hacía falta más sonido.