Dejen a Bruce Willis en paz con su derrota

Confundir al actor con el personaje es común. Pero hoy el intérprete no merece que muestren su drama como la derrota del “duro de matar”.

Dejen a Bruce Willis en paz con su derrota
Bruce Willis en "Duro de matar" (Die Hard, 1988)

Recuerdo vivamente cuando, hace varios años ya, en el discurso de aceptación de un premio, Bruce Willis sacó a relucir su trayectoria y los personajes más famosas de la misma y dijo, para cerrar su elocución, con la mano en alto y a viva voz: “¡Recuerden que yo soy duro y no es fácil vencerme!”.

Confundir realidad con ficción, personas con personajes, cuando se trata de actores, es algo muy común en nuestras sociedades y lo es desde que los seres humanos inventamos la ficción. Tiene esta tanto poder, por su carácter de representación, que no es una rareza o una anomalía psicológica que, en el tiempo en que dura esa representación, los espectadores sienten, o simulen sentir, que están asistiendo a hechos reales. La imitación (mímesis) de la realidad en este punto ha sido objeto de profundos análisis filosóficos brillantes por parte del padre de la filosofía académica, Platón, y de su más distinguido discípulo, Aristóteles, quienes analizaron las características y poder de la mímesis en el arte.

La cuestión se ha visto a lo largo de los tiempos. Recordaba un actor de radioteatro, que interpretaba al malvado en las diversas series que protagonizaba, que se cansaba de recibir airadas cartas de oyentes que destilaban su odio contra él, y en esas misivas no se distinguía demasiado el nombre del actor con el del personaje. Lo propio les ha pasado a muchos otros, que han sido abucheados en la calle o vistos de mala manera porque los consumidores de las ficciones no pueden separar al actor del papel, a la persona del personaje.

Ya la propia etimología de la palabra persona nos pone en esa situación. “Persona” viene del latín, y hace referencia justamente a la máscara que usaban los actores y que servía para identificar un arquetipo y también para que su voz sonara de una manera particular (“per sonare”). Así que confundir, por error o por gusto, a la persona con el personaje, al actor con el héroe o el villano que ha interpretado, no es una rareza ni mucho menos, fuera de que si esa confusión sigue ya sí podría considerarse algo, digamos, patológico.

Como sea, y volviendo al párrafo inicial, Bruce Willis se forjó una carrera brillante en papeles de duro, valiente e indestructible. La serie de más célebres películas que protagonizó, bajo el nombre Duro de matar (Die Hard) terminaron siendo un sinónimo de muchos de los papeles que luego seguiría interpretando. Y es que no sólo un espectador casual se queda con la imagen del personaje y la instala en el actor, sino que ese actor queda muchas veces tan marcado por algún personaje especial, que la industria (en este caso, del cine) insiste en utilizar ese influjo para que el actor vuelva una y otra vez a interpretar personajes más o menos similares puesto que de ese modo se ahorra un paso en la asimilación de los mismos por los espectadores.

Ahora bien, llegados a este punto, tenemos que decir algo tan duro como los personajes de Bruce Willis, y es que, aunque en sus papeles parezca indestructible, siempre con un arma oculta detrás de la espalda, capaz de soportar caídas, golpizas o hasta disparos, es el personaje, algo muy distinto pasa con la persona que lo interpreta. Mientras el personaje permanece inalterable y siempre redivivo en cada visión, por ejemplo, de una película, el actor que lo interpretó va cambiando y casi siempre envejeciendo, excepción hecha por Tom Cruise, quien parece un Dorian Gray de Hollywood a sus 62 años.

Así, Bruce Willis lamentablemente hoy, por cuestiones de salud, es todo lo contrario a su personaje. Es todo lo contrario, también, a lo que él mismo jugó en ese discurso en el que quiso mostrar ante todos el orgullo de una carrera bien construida, tan “duro de vencer” como aquel John McClane de sus películas. Hoy, el actor estadounidense padece una grave enfermedad neurodegenerativa (demencia frontotemporal) que hace que ya no pueda siquiera hablar, que le cueste comunicarse, que no pueda siquiera leer.

Ahora bien, aunque hay motivos supuestamente concientizadores detrás de ello, lo que resulta doloroso quizás es ver cómo la familia de Willis, especialmente su esposa, está dando pelos y señales de la triste degradación física y psicológica que el intérprete está sufriendo. Casi todos los meses nos vamos enterando del nuevo peldaño al que el actor, tan querido él, ha descendido.

Es en este punto en que cabe reflexionar lo siguiente: ¿por qué exponer a este actor popular a ese regodeo público de sus pesares? Y es que llega un momento en que el personaje y la persona, definitivamente, sí deben ser disociados. La representación, el seguimiento de sus acciones, sus tiros, sus golpes, sus saltos y sus caídas han de corresponder al duro de matar ficticio, a John McClane, pero no a Bruce Willis. Hacer de su drama biográfico un drama mediático resulta no sólo triste y degradante, sino que contradice incluso lo que el propio Willis quiso mostrar aquella vez con ese premio: ante los ojos, ahora, ante las cámaras, dejó de ser duro de vencer. Si hoy pudiera hablar, si pudiera comunicarse, si no se lo impidiera su enfermedad, no es difícil pensar que se negaría a mostrar cómo el héroe está siendo tan duramente derrotado. Y a la vista de todos.

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