De quejas y protestas

Las expresiones que intentan expresar los malos momentos que vivimos o cómo reaccionamos ante ellos son muy ricas.

De quejas y protestas
Manifestantes se reúnen en la Plaza de Mayo después de marchar desde la iglesia de San Cayetano hasta el centro de Buenos Aires, Argentina, el miércoles 7 de agosto de 2024. (AP Foto/Rodrigo Abd)

La mayoría de nosotros se ha familiarizado con un tipo de expresiones que reflejan, desafortunadamente, el quiebre del orden y la tranquilidad cotidianos y muestran, en cambio, la ruptura de una vida metódica y sin complicaciones. Esa pérdida del equilibrio adopta diferentes formas, que tienen su correlato en el vocabulario usual; así, por ejemplo, encontramos el sustantivo ‘queja’ y toda la constelación de términos entretejidos en torno a él. Para entender el concepto, nos vamos a remitir al verbo ‘quejarse’: su origen se encuentra en el latín vulgar “quassiare” y en el clásico “quassare”, ambos con el valor significativo de “golpear violentamente”, “sacudir con fuerza”, “quebrantar”. Efectivamente, quien se queja sacude nuestro ánimo porque está expresando, por medio de la voz, el dolor o pena que siente: “Podíamos escuchar, desde lejos, cómo se quejaba el anciano por tanto maltrato”. Si se dice de una persona, ‘quejarse’ es “manifestar resentimiento”: “El padre vino a quejarse de la falta de paciencia del docente”. Este acto de queja se identifica, entonces, con una protesta o reclamo pues exterioriza la disconformidad de alguien, con respecto a algo o a otra persona. Pero hay otro verbo que connota no solo la queja, sino la persistencia molesta en esta actitud: se trata de ‘quejumbrar’, definido como “quejarse con frecuencia y, a veces, con poco motivo”: “Nos tiene hartos con esta modalidad de quejumbrar por todo, permanentemente”.

Cuando esa protesta se lleva ante un juez o tribunal, usaremos el verbo ‘querellar’; también, ‘litigar’, ‘pleitear’, términos que suponen una contienda judicial sobre algo. El sustantivo que indica la acción llevada a cabo al quejarse, es ‘queja’, que si es reiterada se transforma en ‘quejadera’ y, si es lastimosa, causada por el dolor o la pena, será un ‘quejido’: “Desgraciadamente, nos vamos volviendo casi indiferentes a la quejadera habitual” y “En el vestíbulo del sanatorio, era posible oír los quejidos de las víctimas del accidente”. También en el campo adjetivo es posible encontrar cualidades que definen al que tiene la quejumbre como costumbre: ‘quejumbroso’, ‘quejoso’, ‘quejicoso’ y ‘quejica’ reflejan esa actitud del que usa como método elevar sus quejas para hacerse oír. Existe entre ellos una gradación semántica: ‘quejoso’ es, simplemente, el que tiene queja de otro; en cambio, ‘quejumbroso’, si se refiere a una persona, significa que tiene la queja a flor de piel, como hábito, pero también puede aludir al tono, a la voz, a las palabras: “Entrevistaron a ese dirigente siempre quejumbroso” y “Para conmovernos, se valió de un tono de voz ligeramente quejumbroso”. En cambio, ‘quejica’ y ‘quejicoso’ connotan un juicio valorativo negativo ya que hacen alusión no solo a que el sujeto se queja demasiado, sino a que lo hace sin razón: “¿Y le va a hacer caso a un personaje que se presenta irremediablemente como un quejica?”.

Además, debemos considerar las cualidades que puede tener una queja, sobre todo si ella pretende despertar compasión por parte del receptor: encontramos varios adjetivos: ‘plañidero’, ‘lastimoso’, ‘lloroso’, ‘llorón’, ‘lastimero’. De ellos, elegimos ‘plañidero’, palabra derivada del latín “plangere”, equivalente a nuestros “sollozar, llorar” y que, en su evolución, nos ha dejado el verbo ‘plañir’, definido como “gemir y llorar, sollozando o clamando”. No se debe olvidar que, en algunas culturas, es fundamental en un ritual fúnebre la figura de la ‘plañidera’, cuya función consiste en llorar durante el velatorio, de manera de provocar, por imitación, el llanto en los deudos.

Si volvemos a la esfera de las quejas, podemos preguntarnos de qué modo pueden ellas plasmarse; inmediatamente, surge en nuestra memoria el vocablo ‘protestar’. Uno de los valores de este vocablo es, dicho de una persona, “expresar, generalmente, con vehemencia, su queja o disconformidad”: “Representantes de diferentes sectores protestan hoy en lugares estratégicos, por conflictos salariales”. Conforme a esta definición, uno de los sinónimos es ‘rebelarse’, en el sentido de “insubordinarse, alzarse, amotinarse”: “Se rebelan los estudiantes por las nuevas medidas de control”.

Detrás de una queja o de una protesta, existe generalmente un ‘reclamo’ o ‘reclamación’, vocablos que nombran las demandas o reivindicaciones efectuadas por algo que se considera injusto: “No molestaban los reclamos que alimentaban esa protesta, sino el modo en que se llevaban a cabo”.

Vienen a nuestra memoria algunos términos que figuran en los repertorios lunfardos, con la idea de protesta: uno de ellos es ‘escrache’ y ‘escrachar’. El primero es definido como una “manifestación popular de protesta contra una persona, generalmente del ámbito de la política o del gobierno, que se realiza frente a su domicilio o en algún lugar público al que deba concurrir”: “Tremendo escrache a esa autoridad ante su residencia”. Se relaciona con ‘escrachar’, usado coloquialmente en nuestro país y en Uruguay, como sinónimo de “romper, destruir, aplastar”. Hay dos etimologías para el término: una es el italiano “schiacciare”, que significa “aplastar, oprimir”, y la otra es el inglés “to scratch”, con la traducción de “arañar, marcar”. Inferimos, entonces, que quien sufre un escrache queda, metafóricamente, “aplastado” o “marcado”.

Nuestros diccionarios de vocabulario usado en la Argentina dan cuenta de la expresión ‘armar quilombo’; no nos quedamos con la primera acepción que para el sustantivo ‘quilombo’ registra la Academia, sino que le otorgamos validez a la explicación dada para nuestro país, Bolivia, Paraguay y Uruguay: “vulgarmente, ‘lío, barullo, gresca, desorden’”. Entonces, la locución consignada equivale a “provocar un escándalo, conflicto o situación problemática”: “Tremendo quilombo orquestaron para protestar por las sanciones impuestas”. El alborotador o pendenciero recibe el nombre de ‘quilombero’, mientras que el verbo equivalente a “embrollar, complicar” es ‘quilombificar’. Este último vocablo aparece en el Diccionario etimológico del lunfardo, de Oscar Conde, con esa explicación.

Una vez más, dejo al lector reflexionando acerca de los temas planteados. Lo hago, para su interpretación personal, con un pensamiento de José Ingenieros: “Los que se quejan de la forma como rebota la pelota, son aquellos que no la saben golpear”. Y un refrán del acervo popular: “Quéjese de la muela, aquel al que le duela”.

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