Desde sus últimas apariciones en el canal de noticias Crónica, hace algunos años, “Carozo y Narizota” el dúo más famoso de la infancia de los que hoy peinan las primeras canas desapareció de las pantallas televisivas. Hoy, su creador -conocido por su nombre pero nunca fotografiado- José Luis Telecher, titiritero de oficio, habla de los personajes que acompañaron las tardes de meriendas infantiles con su frase “A tomar la leche, a comer galletitas” en un duelo que casi siempre terminaba con migas y gotas de leche regadas por la mesa y el piso.
Telecher, que desde hace 46 años es el alma y la tracción de Carozo, el que maneja sus movimientos, mientras su hermana Patricia propulsa a Narizota, les quitó la naftalina hace tres años, en el teatro Picadilly, y desde entonces no hubo más rastro.
“Ojalá lleguen a explotar otra vez, hay que encontrar el lugar, algunos consideran que ‘ya fue’, pero presiento que en algún momento van a volver a ser queridos como antes”.
Ni una valija ni un sótano
Los dueños del boom setentoso/ochentoso duermen sentados en un pequeño estudio de Avenida Corrientes y Callao, a la espera del rescate. Su “Gepetto” los limpia, peina y perfuma, mientras aguarda que algún productor apueste a la dulzura analógica.
Sangre vasco francesa, Telecher lleva la tele en el apellido “como destino”. Nació en 1959, se crió en Caseros y a los 13 años ya trabajaba detrás de cámaras.
De preadolescente la TV era su tótem. Solía visitar cada semana el viejo canal 11, enamorado del detrás de cámara. “Los domingos iba a presenciar el programa El tango del millón, me sentaba en la tribuna y soñaba. Veía los tachos, las luces y pensaba ‘cómo me gustaría ser iluminador’. A los días, observaba las cámaras y soñaba: ‘Cómo me gustaría ser camarógrafo’. Así me fui enamorando hasta que hablé con una titiritera que hizo de puente”.
“De cararrota le dije que yo hacía títeres en la escuela, pero era mentira. Me presentó a una productora y a los 15 empecé a a trabajar sin cobrar”, se emociona. “Pasó un año y medio hasta que me pagaron”. Su primera gran obra artística: una criatura confeccionada con una esponja, Don Sapo. El anfibio irrumpió en 1974 en el programa El Bochinche, que conducía Laura Escalada.
El paso siguiente fue emigrar a Canal 13. Una compañera de su hermana, empleada de una fábrica de abrigos, le obsequió retazos de corderito y la tela tomó forma de perro. De este modo nacieron Cachorro y Felicidad, los canes de Julieta Magaña. El emprendimiento familiar tenía poderosa forma de juego. Con 14 años, recibía la ayuda de su hermana Patricia, de 11 y del hermano menor, de 10. La magia recorrería más estaciones hasta el gran boom de Carozo y Narizota.
Más raro que perro azul
Carozo surgió tras un paseo por el barrio de Once. José Luis pasó por una vidriera y quedó hechizado por una tela turquesa importada de estilo peluche. Fue un presentimiento, la sensación de que algo estaba por nacer, sin certeza aún de formas.
Por entonces trabajaba en la compañía Marionette y la corazonada lo hizo invertir parte de su ahorro en ese género.
De aquellas puntadas inexplicables que fabricaron lo que le dictaba “un diseño mental” germinó Felipe, como se llamaba en un principio Carozo entre 1976 y 1977.
Telecher lo usó para un espectáculo infantil y para reflotarlo en pantalla tuvo que cambiarle el nombre, así nació “Carozo”.
¿Narizota es animal o persona?
Narizota era en principio “un monstruo” del laboratorio del Profesor Gabinete. Atentos con el siguiente dato, que golpeará varias mandíbulas: el “animalito” es en verdad una garrapata mutante. La leyenda indica que “tras un experimento, se la bañó en líquidos extraños y se volvió el mismísimo Nari”.
¿Quién es mayor, Carozo o Narizota? El perrito, que estuvo “un año durmiendo a la sombra” cuando a José Luis le llegó el turno del servicio militar obligatorio. En 1977 un productor lo llamó a su casa para preguntar si conservaba al muñeco “bocón, simpático, gracioso” para acompañar en un ciclo a las Trillizas de Oro y a Pipo Pescador.
El comienzo fue con “El Verano de los chicos” (de lunes a viernes, a las 11 por el 13), con las Trillizas de Oro y Pipo Pescador. Cuando el trío de blondas salió de gira por Europa junto a Julio Iglesias, el programa pasa a llamarse “Festival infantil”. Los ciclos siguientes fueron “La tarde de los chicos” (Canal 13), con el Profesor Gabinete (Jorge Paccini) y ya en 1980, el ciclo propio, “El show de Carozo y Narizota”.
Los monigotes no solo vivían dentro de un estudio, recorrieron el país. Millones de niños escribían su cartita en busca del premio mayor, la visita a las casas para merendar. “Los barrios se alborotaban, visitamos todo capital y el Conurbano y hasta hubo meriendas en La Patagonia. Los años pasaron, pero Carozo y Narizota tienen una edad estimada de ocho años, los congelé ahí, no envejecen. Y siguen siendo vecinos de casa e imaginamos que viven en Flores”.
La revolución de la ternura
Telecher creció con dos series británicas que fueron determinantes en su cerebro de artista: El capitán Marte y el XL5, una ficción de marionetas electrónica sobre la tripulación de una nave espacial y sus viajes aventureros, y Supercar, la historia de un vehículo especial encargado de diversas misiones (también con técnica de marionetas).
Ese combo más la influencia de Los Muppets y su creador Jim Henson, se combinó con lo nacional (El Topo Gigio, Petete). Todo ese paisaje desarrolló un imaginario y lo animó a un arte propio que perfeccionó con el hacer, sin estudio de especialización.
Hijo de un empleado de taller de bobinado de motores, “Don Tele” intentó vincularse “a lo mecánico” pero entendió que lo suyo era “lo artesanal”. En 1990, armó una valija con rumbo a los Estados Unidos, donde vivió durante tres años, y trasladó su oficio a la cadena Telemundo.
En cualquier latitud, pudo mantener “el secreto”, que la cámara “esquivara” a los manejadores del títere, casi contorsionistas desde el piso. También logró desmenuzar su propia psicología respecto a sus personajes y cómo exorcizó a través de ellos ciertos aspectos íntimos.
“Me psicoanalicé muchos años. Yo sufría de asma, me costaba respirar. ¿Y cómo se llama el personaje? Narizota”, se ríe.
No tiene hijos, pero siente que dio vida de otro modo. “Estos muñecos son como mis chicos”, admite con una estimación de 600 “monstruitos”: “Veo un pedazo de algo y digo: esto puede ser un gusano, Sueño con una escuela propia que no deje morir el oficio”.
La voz de Carozo fue suya desde el principio, con una pausa de un año en la que lo relevó el actor Jorge Paccini.
El primo Pompín
El conejo Pompín, tuvo un nacimiento fascinante antes de 2000: “Apareció de una tela que sobraba”, relata, fascinado con el episodio. “Mi hermano se fue a los Estados Unidos y me pidió fabricar un extraterrestre amarillo. Compré tela, me sobró y de eso salió un conejo”.
El mamífero color sol que triunfó con Víctor Hugo Morales en Desayuno -y saltó a AM junto a Verónica Lozano y Leo Montero- sigue vigente gracias a Socios del espectáculo (Rodrigo Lussich y Adrián Pallares, por El Trece).
“Con Carozo y Narizota fuimos los primeros en salir del retablo, logramos que el personaje no estuviera tras una ventana, que salieran de cuadro y caminaran”, enumera las bondades de esa dupla que llegó hasta una telenovela filmada en Miami para la cadena Telemundo, Guadalupe (la protagonista era titiritera).
¿Y si Carozo y Narizota reviven para el Mundial? ¿Y si la fiebre por Qatar los incorpora como panelistas o alentadores de la Scalonetta?
Lejos de la grieta sobre si este país simpatiza más con la seriedad de Carozo o con cierta impunidad humorística de Narizota, no hay dilema en cuanto a la nobleza de esos bichitos.
“Estuvimos en hospitales miles de veces. Mucho de eso se hacía en silencio. El Garrahan, el Hospital de Niños, era muy doloroso, pero ellos llevaban alegría a los chicos enfermos. Dejé de hacerlo porque terminé destrozado”, confiesa a punto de largar la lágrima. “Una Navidad la pasamos con niños con pocas esperanzas de vida y después nos enteramos de que un chiquito se salvó”, concluye.