Si bien cordobés de nacimiento, Ataliva Herrera (1888-1953), poeta y magistrado, mantuvo con nuestra provincia importantes lazos; de hecho, además de colaborar en las principales revistas culturales mendocinas de la época, se desempeñó como juez del Crimen en la provincia (1919-1926); miembro de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza (1926-1927), y luego, presidente de esta (1927-1928).
Durante su residencia en Mendoza publicó una de sus obras: Las Vírgenes del sol (1920), que fue comentada elogiosamente por la prensa local. Posteriormente, ya de regreso en su tierra natal, dio a conocer su opera magna: el monumental poema -denominado “épico” por el autor- Bamba, que fue leído (en forma parcial, debido a su extensión) en la Universidad Nacional de Córdoba, con el auspicio de la Junta de Historia y Numismática, en 1930.
En el comienzo mismo del poema puede leerse quizás una referencia a su estancia mendocina, cuando declara: “En otro tiempo, yo tañí la quena / por la virgen del sol, americana; / y luego, me adormí en la hierba-buena / de la acequia, a la clara cantinela, / sueño de paz del alma provinciana” (Ataliva Herrera, Bamba; Poema de la Córdoba colonial, 1933, p. 9).
En una crónica publicada en la Revista de la Universidad Nacional de Córdoba (mayo-junio 1930), se leen las siguientes consideraciones: “Vuelve Ataliva Herrera a estos claustros, abandonados por él hace algo más de quince años […] Se diría que viene en busca de las últimas resonancias del tiempo que se fue”. A continuación, se ofrece una síntesis del contenido del poema, que evoca “las leyendas, tradiciones, consejas, usos y costumbres de la vida colonial de Córdoba” (en Herrera, Bamba; Poema de la Córdoba colonial, 1933, pp. 346-347).
En efecto, los doce cantos, compuestos en su totalidad por estrofas de cinco versos cada una, con rima consonante, van componiendo un vastísimo friso de una período de la vida colonial de Córdoba, entretejiendo la leyenda de un crimen cometido por amor con la descripción de los usos y costumbres de una sociedad hidalga y letrada, cuya existencia discurría bajo la tutela cultural de la Universidad y la égida religiosa sancionada por los múltiples conventos e iglesias que, con el sonido de sus campanas, iban marcando el ritmo de la vida social: “¿Por qué cantan los bronces musicales / en la clara ciudad de las campanas; / y al viento dan sus júbilos pascuales […]?” (1933, p. 127).
Sin duda, la versación histórica de Herrera colaboró en buena parte a las descripciones coloridas y minuciosas de los festejos, tanto religiosos como civiles, que ocupan buena parte de los cantos; respecto de las ceremonias religiosas, merecen destacarse los cultos de Semana Santa, con el detalle de algunas prácticas ya caídas en desuso, como la “Oración de las Tinieblas”, que se rezaba el Viernes Santo; entre los festejos profanos, ocupan lugar destacado las corridas de toros que rubricaban las festividades ciudadanas.
La recreación de la vida comunitaria de la Córdoba del siglo XVII da pie a la introducción de figuras históricas, entre las que destaca el considerado primer poeta criollo (es decir, nacido en territorio americano): Luis de Tejeda y Guzmán (1604-1680), que se incorpora como personaje a la trama urdida por Herrera y oficia como afirmación de la veracidad de los datos consignados. Ataliva lo evoca en su vejez: “Desde su celda escucha la campana / Fray Luis de Tejada [sic], lejos de la vana / pompa. Sobre su códice perfila / una letra mayúscula. Tranquila / su alma, Coronas Líricas hilvana” (1933, p. 129).
A pesar del peso del contenido histórico y la recreación costumbrista, el interés del poeta contemporáneo parece recaer más bien en el componente legendario, comenzando con la conseja que evoca al protagonista, inmortalizado por la toponimia; como el mismo autor informa en una nota al Canto I, “La tradición de Bamba vive el corazón de las sierras cordobesas. Aún están los fragmentos de la gruta, testigo de los íntimos amores. ‘Casa Bamba’ se denomina todavía la estación ferroviaria, cuyos rieles destruyen el granítico cubil” (1933, p. 34). Junto a esta tradición de carácter local, los versos van desgranando otras creencias supersticiosas que es dable recoger en vastas zonas del interior del país.
Así por ejemplo, la presencia del “duende”: “Tiene el duende que vaga por la siesta / a los rayos del sol como la iguana, / una mano de fierro, otra de lana. / A sorprender, entre el yuyal se acuesta, /a alguna joven por la resolana” (1933, p. 58). O la “Reina del Agua”, “[…] cabellera / trenzada con los hilos de la luna; / ojos de añil como la luz primera; / cuerpo de niebla; astral planta ligera, / y sonrisa de la onda en la lagua” (1933, p. 8).
No faltan tampoco los relatos tejidos en torno a salamancas y aquelarres criollos, que se dan entramados con la peripecia del protagonista, quien sucumbe a tentación fáustica. Porque justamente el acierto de Herrera es entretejer todos estos relatos fantásticos en el curso de la acción narrada, de modo que su inclusión no resulta accesoria, mero adorno o concesión al color local, sino exigencia de la trama.
Esa calidad mágica se hace extensiva también a la visión del paisaje, permanentemente animizado y elevado a símbolo de contenidos espirituales. En estas descripciones el poeta recurre también a su “enciclopedia” acerca de la flora y la fauna lugareñas; así, conviven términos regionales con el léxico modernista característico de Herrera, como puede advertirse en la estrofa siguiente: “El conubio [sic] del árbol en las huellas / del polen, que se esparce en la espesura, / las bumbunas en románticas querellas, / y los tucos, noctívagas estrellas, / raspan el fondo de la noche oscura” (1933, p. 12. Las cursivas son del original).
Ambicioso poema este, cuya inspiración se sostiene a través de más de trescientas páginas con una calidad estética sin mayores altibajos, antes bien, con señalados logros poéticos, Bamba; Poema de la Córdoba colonial, constituye sin duda un hito de las letras nacionales, no solo cordobesas, y testimonia toda una etapa de la cultura argentina, signada por el deseo de documentar la propia región, en todos sus elementos constitutivos: historia, sociedad, costumbres, leyendas y tradiciones… Testimonio de amor del poeta: “Canto ahora la flor de la leyenda / de Bamba, cuento pastoril, tomillo / que asoma entre las piedras, en la senda / de las Sierras de Córdoba: ¡Es la ofrenda / de un pastor de doliente caramillo” (1933, p. 9).