En las revistas literarias y culturales mendocinas de las primeras décadas del siglo XX hay un nombre que aparece con llamativa frecuencia, tanto a través de colaboraciones poéticas como de elogiosas notas referidas a su obra. Se trata de Ataliva Herrera, nacido en Córdoba el 2 de junio y fallecido el 6 de noviembre de 1953. Fue abogado, poeta y escritor y perteneció a lo que se ha denominado “el primer regionalismo”: un conjunto de escritores y poetas que se inspiraron en la naturaleza, el folklore y las tradiciones. Pasó su infancia en el pueblo de Cruz del Eje, donde cursó sus estudios primarios. Allí, el paisaje y la cultura lugareña lo marcaron para siempre.
Cursó Humanidades en el Seminario de Loreto, de Córdoba y rindió libre el bachillerato en el Colegio Nacional de Monserrat en 1907. A los 20 años conocía los clásicos en su idioma original. Luego, en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, de la Universidad Nacional de Córdoba, concluyó sus estudios de abogado en 1913, especializándose en Derecho Penal. Fue profesor de educación secundaria y universitaria. Se desempeñó como magistrado en cargos de importancia: juez de Primera Instancia en la Provincia de Corrientes (1918); fiscal, juez de Primera Instancia, procurador general y miembro de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de San Juan (1915-1917 y 1932-33); juez del Crimen en la provincia de Mendoza (1919-1926); miembro de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza (1926-1927), y su presidente (1927-1928).
Su vínculo con Mendoza se explica por su actividad profesional y también por su desempeño docente, ya que ejerció como profesor de Letras en Mendoza, Córdoba, Buenos Aires y Adrogué, provincia de Buenos Aires, hasta 1946. Ocupó el cargo de Inspector Técnico de Enseñanza del Ministerio de Educación de la Nación, desde 1936. Además, fue profesor de Derecho Penal en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral, y Decano de esta hasta 1944. Durante el mes de septiembre de 1944, fue Rector Interventor de esa universidad.
Recibió además importantes reconocimientos: miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia, y de The Hispanic Society of America, de Nueva York; miembro honorario de las Juntas de Estudios Históricos de Catamarca y Salta; perteneció a la Academia Literaria del Plata y al Círculo de Escritores Argentinos. Fue miembro del Consejo Municipal de Cultura de la ciudad de Santa Fe.
En cuanto a su carrera literaria, se mencionan como sus primeros éxitos poéticos los libros Mis noches (1904) y Canto al arte (1906), publicados en Córdoba. Es autor, además, de El Poema Nativo (1916, Premio La Prensa); Las Vírgenes del Sol (1920, Premio Nacional de Literatura); Un precursor del Teatro Nacional (1921); Paz provinciana (1922, Premio La Prensa); Bamba, poema de Córdoba colonial (1933) y La Iluminada (1934, primer auto sacramental argentino), entre otras.
Cabe destacar que sobre su poema Las Vírgenes del Sol, Alfredo Luis Schiuma compuso una ópera homónima, estrenada en 1939 en el Teatro Colón. Ataliva Herrera había ofrecido antes su poema a Enrique Mario Casella (1891-1948) para que fuera musicalizado. Esta primera ópera -Las Vírgenes del Sol con música de Casella- fue terminada en 1927 pero nunca estrenada, salvo algunos fragmentos
Fue colaborador de los diarios La Prensa, La Nación, La Razón y El Pueblo, de Buenos Aires; Los Principios y La Voz del Interior, de Córdoba. Publicó asimismo en las revistas Caras y Caretas, El Hogar, Atlántida y Estudios, de Buenos Aires. En publicaciones de Mendoza, aparecen las siguientes colaboraciones: un fragmento de la tragedia Las Vírgenes del Sol (La Semana, Año I, N° 2, enero 1918); “A una plaza” (Revista Vida Andina, Año I, N° 14, 25 de abril 1920); “Una cena” (La Quincena Social, N° 17, 1 de enero de 1920); “Romanza vieja” (La Quincena, N° 20, 30 de junio 1920); “El viajero solitario” (La Quincena, N° 39, 30 de noviembre 1920); “Soledad” (La Quincena, N° 43, 30 de enero 1921); “La cena” (La Quincena, N° 44-45, 15 y 28 de febrero 1921) y “Poema” (Mundo Cuyano, Año I, N° 3, 20 de setiembre de 1921), entre otras.
En cuanto a los juicios críticos publicados en Mendoza sobre su obra, merece destacarse en primer lugar una nota de Vicente Carubín, publicada en el N° 17 de La Quincena Social del 1 de enero de 1920, sumamente encomiástica, en la que leemos, entre otros, el siguiente juicio, que lo ubica en una tradición prestigiosa: “Este sí ha purificado su vida en la ambrosía divina de Castalia y Minerva, la del gay decir, oleó su frente apolínea con la franja celeste de la sapiencia”. Además, paralelamente, se ensalza en él al “poeta de antaño; el cantor selvático de la flor y del ave, del arroyo y de la pradera, del pájaro; de la luz y del color infinito y variado de la naturaleza”.
En La Quincena N° 43, del 30 de enero de1921, aparece una reseña de Las Vírgenes del Sol, drama sobre la conquista y colonización española, ambientado en el Cuzco a mediados del siglo XVI y cuyos méritos el cronista L. F. N. (seguramente Leonardo Napolitano) celebra en los siguientes términos: “Hondo en el concepto, hábil y metódico en la narración, exhuberante [sic] en matices, delicado y fogoso en la inspiración, Herrera ha sabido hermanar con la valiosa búsqueda de orígenes incásicos, el estro florido y pletórico de imágenes que dan vida, belleza y esplendor a los movidos cuadros que van resbalando blandamente, en versos floridos y saetazos vigorosos que saturan de emoción su afán de hacer obra fecunda y duradera en el hábil hermanamiento etnológico”.
Más allá de la florida y rimbombante retórica de la época, a través de los comentarios citados, que constituyen solo una parte de la literatura crítica que se puede espigar en la prensa periódica mendocina de las primeras décadas del siglo XX sobre la obra de Herrera, se advierte el respeto y la admiración de sus colegas escritores, que celebran en su obra por igual la factura clásica de su verso y su inspiración indigenista; esta última permite relacionarlo, por ejemplo, con la obra de otros destacados autores mendocinos como Fausto Burgos, cuyos cuentos prologó, y a quien saludó con el título de “Maestro del cuento nativo”, en homenaje -seguramente- a preocupaciones e intereses compartidos