Este año en la guía Descorchados hemos probado unos 1.600 vinos argentinos, de los cuales unos 400 fueron blancos. Mirados con cierta frialdad, esos números nos hablan claramente de que la Argentina es un país de tintos. Y nadie podría discutir los avances que se han hecho con sus malbec, sobre todo con sus malbec que se han convertido en un instrumento preciso para mostrar el diverso paisaje del país. Y también, por cierto, el cabernet sauvignon, el cabernet franc, la bonarda, incluso esas nuevas criollas que aparecen como una prueba de diversidad y de respeto por una uva que, hasta hace muy poco tiempo, fue totalmente ninguneada. En otra columna abordaremos ese tema, apasionante, dinámico, lleno de frescor. Por ahora, me gustaría hablar de blancos. De esos 400 blancos.
Hasta hace sólo algunos años, digamos sin exagerar que hace un par de décadas, los blancos argentinos no parecían destacarse. Había excepciones, pero eran sólo eso: excepciones en un mar de blancos sin frescor y faltos de carácter. Pero hoy el asunto es distinto, radicalmente distinto. De acuerdo con las degustaciones de esta nueva guía y de las anteriores, la batuta la lleva el chardonnay, en especial ese que viene de las montañas, del Valle de Uco. Los White Stones y White Bones de Catena han sido el motor de este nuevo carro blanco, ambos llenos de personalidad, vinos frescos y vitales de montaña allá en las alturas de Gualtallary. Pero hay más, una verdadera comunidad de chardonnay excelentes, de nivel mundial, como Fósil o Finca Las Cuchillas de Zuccardi, Descendiente de los Monos Piedras Guerreras de Familia Millán, Creo de Escala Humana, el Respect de Alpamanta, Ilimitado de Finca Beth, Convicciones de Michelini i Mufatto,. Apartado de Rutini, María Carmen de Bianchi, el Single Vineyard Sabaquín Vineyard de Cadus, el nuevo y tremendo Filos de Luigi Bosca y, si nos vamos a lo más profundo de la Patagonia, junto al lago Muster, Otronia Chardonnay de la bodega Otronia. Esos se me vienen a la cabeza, pero hay más en una variedad que tiene tantas caras como paisajes. Prueben cualquiera de esta lista y verán de lo que hablo.
Pero el asunto no queda allí. Matías Michelini, uno de los enólogos más intrépidos de la escena latinoamericana, hace ya rato que viene insistiendo con el sauvignon blanc, desde esos lejanos tiempos en los que era el joven enólogo de Doña Paula y hacían ese sauvignon que muchos recordamos con nostalgia como la primera de las señales de que no sólo junto al Pacífico, en Chile, se podía hacer ricos y frescos sauvignon. Hoy el Agua de Roca de Micheiini es uno de los mejores exponentes de la variedad en el Cono Sur.
Lo que ha hecho Matías con el sauvignon, lo ha hecho también Roberto de la Mota con el semillón, una variedad que hasta 2009 (cuando de la Mota lanzó su primer Mendel Semillon) era una uva a la que nadie parecía hacerle demasiado caso. Tras ese vino, de hecho, se ha comenzado todo un movimiento alrededor de la variedad, una movida que pretende rescatar los sabores de viejos viñedos olvidados que, gracias a las manos de De La Mota y de varios otros más, hoy dan sabores deliciosos, frescos, vitales. Hay que ponerle ojo a los blancos argentinos. Mucho ojo.