Hojeando diarios viejos, alguna vez guardados con pasión de archivista, encontré un poema de Antonio Pagés Larraya, dedicada a Antonio Di Benedetto; se titula Álamo caído junto al Atuel, lleva como epígrafe “A Antonio Di Benedetto, in memoriam”, y fue publicado en La Gaceta, de San Miguel de Tucumán, el 8 de febrero de 1987. Tiene el valor afectivo del retorno al paisaje natal y testimonia la amistad entrañable que lo unió al escritor, muerto el año anterior y de algún modo simbolizado en el árbol que “Calla y se entrega / al manso lecho de la greda. / Nada sabemos de su sueño / nada perturba su silencio”.
Antonio Pagés Larraya (General Alvear, Mendoza, 1918 - Buenos Aires, 2005), fue escritor, crítico literario, autor teatral, académico, investigador y catedrático universitario, especializado en literatura nacional.
Realizó estudios secundarios en el Colegio Nacional Agustín Álvarez de Mendoza y se trasladó a Buenos Aires para cursar la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Allí fueron sus maestros intelectuales de la talla de Amado Alonso, Ricardo Rojas, Pedro Henríquez Ureña, Rafael Alberto Arrieta… Escribió artículos fueron publicados en revistas y diarios de Hispanoamérica, Europa y los Estados Unidos.
Entre sus producciones críticas se cuentan El constructor de esperanzas; esbozo histórico acerca de la vida de Tomás Godoy Cruz (1938); El poeta Antonino Lamberti: contribución al estudio del ambiente literario de su época (1943); La iniciación intelectual de Mitre (1943); Prosas del Martín Fierro (1952); Cuentos de nuestra tierra (1952); Pastor Obligado y las tradiciones argentinas (1955); Santos Vega, el payador (1958); Perduración romántica de las letras argentinas (1963); Hacia Leopoldo Lugones (1966); Juan María Gutiérrez y Ricardo Rojas: iniciación de la crítica argentina (1983); El adiós de Sarmiento (1993); Nace la novela argentina (1880-1900) (1994) y Juan María Gutiérrez: iniciador de la crítica literaria argentina (1996).
Acerca de estos ensayos María Banura Badui de Zogbi, en Infancia y adolescencia mendocinas en Canto llano de Antonio Pagés Larraya, publicado en Piedra y Canto; Cuadernos del Centro de Estudios de Literatura de Mendoza opina que “se desprende de ellos una armonía particular, un ritmo interior que vibra en la prosa vigorosa, algo como la tensión que se exige el poeta para equilibrar el sentimiento y la expresión, pero no para escamotearlo con un decir complejo, sino para comunicarlo iluminado en las palabras” (1995, p. 95).
Antonio Pagés Larraya había publicado, además, varios poemas con su firma o con seudónimos, en revistas y periódicos, cuando en 1970 se dan a conocer sus primeros libros de poesías: Palabras sobre palabras (1970) elegía motivada por la muerte de su amigo Nicolás de Vedia; Ausencia del ángel (1970), dedicado a su madre; Canto llano (1971); Regresos (1984); Plaza Libertad (1984) y Voces de sangre (1996). Según Badui de Zogbi, dejó dos libros inéditos: Contra la costumbre y Los pasos terrenales.
Si bien la mayor parte de su vida y de su obra transcurren en Buenos Aires, nunca dejó de prestar especial atención al clima intelectual de Mendoza.
De ello da testimonio, por ejemplo, la correspondencia mantenida con Alejandro Santa María Conill, instándolo a seguir adelante con la fundación de la filial mendocina de SADE (Sociedad Argentina de Escritores).
Su mirada es eminentemente crítica y por eso celebra cualquier iniciativa para “sacudir” el ambiente provinciano. Por ejemplo, en una carta fechada en Buenos Aires el 26 de mayo de 1942, manifiesta (no sin antes pedir reserva a su interlocutor): “Mendoza vive aún, ¡y cuán desoladoramente!, una asfixiante aldeanidad cultural. Despertar vocaciones, descubrir a los mistificadores sin temor, y poner al espíritu –pero al espíritu con espíritu–, bien alto, es una tarea que no admite vacilaciones”.
Pero la crítica nace del amor, este mismo amor que se pone de manifiesto en su obra poética, unido al recuerdo de su infancia y, en particular, de su madre: “Miro a los ojos tristes de mi madre: / brillan sus pupilas / libres de la funeral repetición de las estaciones / y en ellas veo las horas frías del dolor, / los ritos de la adolescencia, / la acequia fervorosa / las elegías del zonda / y los muros tan viejos / con su sueño de árboles” (1970, p. 49).
Como señala Badui de Zogbi: “La realidad mendocina que el poeta no ha olvidado se actualiza con precisión en el poema. Ante la lejanía física a la que obliga la muerte, buscar en el pasado, recordar los hitos vivenciales dolorosos o alegres, es el camino para conjurar el agudo dolor. El canto, el poema, la palabra salvan del olvido al pasado, y salvan al poeta de la desesperación” (p. 96).
Tal actitud se potencia en Canto llano, dedicado al escritor y amigo Antonio Di Benedetto. Este poemario incluye, según manifiesta el poeta en una entrevista con Badui de Zogbi, “[…] temas de Mendoza, de mi adolescencia mendocina; este es el único libro que es puro Mendoza” (p. 97). En efecto, la realidad mendocina está presente en elementos y costumbres cotidianos que el poeta rescata; están evocados en este libro los juegos infantiles, tipos humanos provincianos, animales de la fauna local, algunas plantas…, y –como señala Badui de Zogbi– “también las eternas preocupaciones del hombre: el amor, la muerte, la poesía, el tiempo, nacidas al impulso de los recuerdos” (p. 100).
Pero como señala la estudiosa, “el poeta va mucho más allá de una evocación mimética de tales realidades. Ellas son, en varios poemas, el punto de apoyo para elevarse hacia una reflexión más profunda que la tierna nostalgia” (pp. 100-101); por ejemplo, en El sulki se traduce el sentimiento de finitud y el pregusto de muerte: “y oír cantar a la abuela / esas coplas tan viejas / cuando salíamos en sulki / y saltaban las ruedas / y el zaino trotaba muy alegre / oyendo las canciones / de la abuela / hasta que un día / ni el zaino / ni el sulki / ni la abuela / ni nadie pudo estar contento / y descubrí que un verano / puede ser peor que un invierno” (1971, pp. 47-48).
Se sintetiza en este texto la esencia de la poesía de Pagés: la sencillez del lenguaje refuerza la captación de la vivencia entrañable, ahincada en el recuerdo, que tiñe su lírica de una tenue aura melancólica.