Antonio Di Benedetto: los orígenes de Zama, a 101 años del nacimiento del escritor

Una hipótesis sobre el personaje central de la gran novela del autor mendocino.

Antonio di Benenetto
Antonio di Benenetto

Cuando en su “Autobiografía”, texto escrito a pedido de Günter Lorenz para su libro Diálogo con América Latina (Valparaíso, Pomaire, 1972), Di Benedetto declaraba “Nací el Día de los Muertos del año 22″, además de suministrar el dato concreto arrojaba alguna luz sobre el talante espiritual de un hombre que, de algún modo, a lo largo de toda su vida, “pactó cercanía” con la muerte.

Como el mismo Di Benedetto señaló reiteradamente, su infancia estuvo marcada por la presunción del suicidio de su padre: esta obsesión reaparece de manera reiterada en sus textos, y cuaja de forma admirable en su novela Los suicidas (1969). La expresión referida a su nacimiento alude igualmente a la angustia existencial, la conciencia de ser “un hombre para la muerte”, y explica también algunas constantes temáticas relacionadas y recurrentes: la culpa, la soledad, la muerte, la nostalgia, el vacío, la nada... como ha sido puesto de relieve por los críticos.

En el reportaje citado, el escritor mendocino hace referencia igualmente, aunque sin precisar demasiado, a su residencia en Córdoba, para estudiar Derecho: “Un tiempo quise ser abogado... estudié mucho, aunque nunca lo suficiente”. Por mi parte, si bien no concluyó la carrera, creo que esa estadía en la provincia mediterránea fue, en algunos sentidos, crucial para el desarrollo del futuro escritor, y varias de sus huellas pueden verse en su novela más reconocida, Zama (1956).

En primer lugar, como bien ha señalado Malva Filer en Zama; El diálogo de los textos (México, Oasis, 1982) cuya edición corregida y ampliada publicó la Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras en 2018, a la luz de sus experiencias cordobesas puede explicarse el título de la novela, que bastante desveló a los críticos y dio ligar a hipótesis más o menos curiosas.

Como la investigadora norteamericana descubre y expone en el capítulo titulado “El protagonista. Un posible modelo histórico, este antecedente (nunca mencionado por el novelista) podría buscarse en el Dr. Miguel Gregorio de Zamalloa (1753-1819), cuya biografía se conoce gracias al libro de Efraín Bischoff, publicado por la Universidad de Córdoba en 1952.

Zama, de Antonio Di Benedetto, fue publicado en 1956.
Zama, de Antonio Di Benedetto, fue publicado en 1956.

Filer señala que esta fecha es significativa, “ya que la investigación previa a la escritura de Zama fue hecha por Di Benedetto en la biblioteca de dicha universidad, hacia 1955″ (2018, p. 75). Destaca asimismo que “Más allá de la obvia coincidencia parcial de los nombres, una breve reseña de la vida de Zamalloa […] permitirá establecer paralelos” (ídem) entre el personaje histórico y la criatura de ficción.

En efecto, Zamalloa había nacido en Jujuy, hijo de español y criolla, y esa problemática del hombre americano y su relación con la metrópoli se advierte claramente en la novela del mendocino. Zamalloa fue nombrado Corregidor en la Provincia de Chibchas, y para ejercer esta función debió alejarse de su familia, del mismo modo que Zama experimenta la separación de su mujer, “la viajera soñada” que nunca llega a reunirse con él.

Zamalloa se desempeñó valientemente como militar en la rebelión de Tupac Amaru “y logra pacificar la región, distinguiéndose por su valentía, honestidad y eficacia” (Filer, 2018, p. 76). Sin embargo, las reformas administrativas de la Corona española lo privan del cargo y lo reducen a la condición de oscuro funcionario, lo que es claramente expuesto también por el personaje dibenedettiano, al contraponer los tiempos de Zama, el reconocido, el que “fue gallo de riña o al menos, dueño de reñidero”, a los actuales días de “Zama, el menguado”.

Todavía podrían enumerarse otras coincidencias, prolijamente reseñadas por Filer. Pero, como bien señala Gaspar Pío del Corro en Zama, zona de contacto (1992), “la génesis de Zama responde a un proceso de dos instancias: el de universalización simbólica y el de situación histórica” (p. 11): “En un marco histórico y geográfico de fines del siglo XVIII, asistimos al vaivén vital de un hombre angustiado por muchos conflictos tan íntimos, tan humanos, que en verdad escapan a ese marco histórico geográfico para universalizarse”. Del aspecto histórico ya nos hemos ocupado, siquiera brevemente, al hablar de su posible precursor colonial.

En cuanto a la riquísima simbología que encierran las páginas de la novela, también se han explayado largamente los críticos, empezando por del Corro: el mono, el pez, el niño rubio... son imágenes puntuales que van develando diversas facetas del personaje, cuya actitud general ha sido calificada por Graciela Maturo, en una conferencia brindada en Mendoza, como la del pecador que se examina a sí mismo, analogando su continúa actitud discursiva monologante con una confesión.

Esta referencia no pudo menos de evocarme, y retornando a la estadía de Di Benedetto en Córdoba, la figura de nuestro primer poeta criollo, Luis de Tejeda, autor de El peregrino en Babilonia (al menos ese es uno de los nombres que se han dado al extenso conjunto de poemas y prosas exhumados contemporáneamente). El título obedece a la presencia excluyente de un único sujeto de la enunciación que -bajo la figura del peregrino- explaya dos dimensiones de su vida: una religiosa y la otra cívico-militar.

Este enunciador asume a la vez distintos roles temáticos: militar, funcionario… pero atravesados todos, de modo notorio, por su condición de criollo. Al respecto, señala Olga Beatriz Santiago en un meduloso estudio: “Nativos pero de sangre española, españoles pero nacidos en América, los criollos del siglo XVII manifiestan una identidad tironeada por dos mundos a los que sienten pertenecer. En el marco de este dilema y conscientes del lugar subalterno que ocupan dentro del grupo blanco dominante, […] desarrollan un importante movimiento de reivindicación […] que en gran medida se realiza a través de los discursos” (Don Luis José de Tejeda y Guzmán; Peregrino y ciudadano, 2011, p. 26).

La misma Graciela Maturo destaca la importancia de esta problemática en Zama de Di Benedetto, al destacar que “La capacidad de espera encarnada por Zama se hace forma sustancial de lo americano como categoría no resuelta, como fuerza y sentimientos que se resisten a formas culturales ya dadas. La madurez del hombre americano se logra a través de una ruptura, una pérdida, un sacrificio” (“Estudio Preliminar”, en Páginas de Antonio Di Benedetto seleccionadas por él mismo, 1987, p. 26).

Se trata, en suma, de otra de las múltiples posibilidades de lectura que la genial creación del narrador mendocino permite.

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