Desde que Juana Viale inició su nuevo programa -esta vez, compartido de forma oficial con su abuela- tiene otro ritmo en el manejo del espacio televisivo o, como se diría en la jerga, otro “timing”. Y no es justamente un elogio. Tampoco se trata de una crítica, sino más bien de una duda a partir de la simple percepción como espectadora.
Es que cuando la joven (porque sigue siendo jóven y bella, de eso no hay dudas) inició los primeros programas reemplazando a su abuela, allá por 2020, los nervios que trastocaban el ritmo televisivo eran normales. El público los tomó con gracia y como parte del encanto de la inexperta conductora, que tuvo la valentía de echarse al hombro el tanque televisivo que solo un titán como Mirtha puede sostener.
Y ella, o tal vez el hábil productor que la respalda, su hermano Nacho, supo hacer de esa encantadora debilidad una fortaleza: explotar el sesgo de “yo no soy mi abuela, no tengo su experiencia y no pretendo ocupar su lugar”. Una idea que utilizó con inteligencia y gracia durante todo el ciclo.
Así, Juana recibió invitados de toda índole, convirtiendo -emisión tras emisión- su inexperiencia en una frescura que revitalizó el ciclo y le dio una vuelta de tuerca a un formato que nació con Mirtha Legrand y que no cambió en 50 años.
No vamos a hablar del mérito de mantener un mismo programa durante más de cinco décadas, ni de la improbable capacidad de producir mínimas variaciones durante ese tiempo y aún así pelear los dos primeros puestos de rating. Algo que no ha sucedido con ningún programa en ningún país del mundo.
Frente a esto la nieta de Mirtha cargaba, en aquel momento en que debía ocupar su lugar, con un privilegio que se convertía en un arma de doble filo. Por un lado, el prestigio de un programa imbatible. Difícilmente ella podría haber llevado a la quiebra un formato que se mantenía inalterable en el tiempo. Pero la otra cara de la moneda fue justamente sostener las comparaciones, la herencia, el salto generacional, las críticas y no desmoralizarse en el trayecto. Pese a todo, salió indemne.
Pasado compuesto, presente simple
Pero volvamos al presente. En la actualidad, tiene un programa propio. Al menos eso es lo que ella pregona en cada comienzo, pese a que el ciclo tiene el mismo nombre, formato y franja horaria del programa histórico de su abuela, y que además comparten escenografía, con lo cual la idea de “programa propio” queda bastante desdibujado.
Por otro lado, la antigua “frescura” que le imprimía la inexperiencia inicial ahora tiene más sabor a recurso reciclado: ya no solo carece de esa frescura que pretende irradiar, sino que cansa.
Frases como “pongámonos acá que hay mejor luz, porque si no el director me reta” quedan bien una vez, pero no con cada uno de los invitados que entra al estudio.Además de eso, Juana se nota insegura.El baile al ingresar al estudio, que le otorgaba simpatía y desestructura al formato de la abuela, ahora, una vez más, se percibe como un recurso remanido.
Velocidad no es ritmo
Una de las reglas que se enseña en facultades de periodismo es que “velocidad no es ritmo”. Es decir, que hablar rápido no necesariamente implica que el programa tenga “timing”. Y este es uno de los errores en los que cae la conductora en cada apertura.
Los programas televisivos tienen que pasar por un periodo de acomodamiento que, lamentablemente, coincide con las primeras emisiones, a las que se suman nervios, prueba y error de contenidos, ansiedad de generar resultados y el maldito rating que no le importa a nadie más que a los implicados.
Más allá de eso, los primeros minutos al aire generan una impresión en el televidente, que no siempre puede decodificar de manera consciente pero que cala hondo en su percepción y que, sobre todo, determinan el “me gusta / no me gusta”. Un juicio que pocas veces pasa por un análisis concienzudo por parte del espectador.
Por eso el ritmo y el encanto de la apertura son tan importantes.
Cuándo Juana es Juana
Su verdadero encanto aparece cuando se olvida quién es, qué está haciendo y contra quién compite (y no nos referimos a “La Peña de Morfi”, sino a propio linaje). Y también cuando se dedica a disfrutar por pocos minutos de una conversación con amigos (eso se notó en la complicidad con Benjamin Vicuña o en las bromas con Flavio Mendoza), en indagar algo que le interesa con algún invitado (saliéndose de las forzadas preguntas preparadas por la producción) o cuando prolonga la conversación acerca del menú -y otras hierbas- con su amiga, la chef Jimena Monteverde.
Sabemos que solo han pasado dos emisiones, que (como todo buen producto) hay que dejarlo madurar y que difícilmente la heredera al trono mayor de la televisión pueda errarle a su destino.
Solo es cuestión de tiempo hasta que la verdadera Juana, con todo su encanto y simpatía, emerja y defienda con autenticidad los 120 minutos de un programa que todavía se parece más al diseño de su abuela que al suyo.