“Señor: cuál es la tierra que enamora
en toda edad, sino la tierra mía?
Verde gracia de verdes en el alba,
gracia de luz en la mañanas límpidas,
madura gracia de las tardes hondas
gracia de oro en la noche altísima […]”
Alfredo Bufano. “Ditirambo de la primavera cuyana”
En otras ocasiones hemos dedicado un espacio a la obra del gran poeta Alfredo Bufano, nacido en 1895 y radicado en San Rafael desde las primeras décadas del siglo XX. Mas hoy, en la cercanía de un nuevo aniversario de su fallecimiento, ocurrido en Buenos Aires el 31 de octubre de 1950, resulta imperioso recordarlo una vez más.
En Alfredo Bufano encontramos una de las puras voces líricas que ha dado el suelo cuyano, digna de ser conocida y gustada en la totalidad de una producción poética que, dentro de la unidad de inspiración, presenta diversidad de cauces formales y de orientaciones temáticas.
Aun sin alcanzar la proyección continental de un Ramponi, por ejemplo, la esencia misma de su poesía, entrañablemente unida a la tierra, la presenta como fácilmente asequible a todos, y abre las puertas a una rápida divulgación. Y sin embargo, actualmente, ni aun en Mendoza se conoce a Alfredo Bufano en la dimensión justa que su valía de poeta merece.
Es así el suyo un caso en cierto modo paradójico: el éxito que acompañó sus primeros pasos literarios se prolongó en el reconocimiento, en vida, de sus méritos literarios por parte del público en general y también de prestigiosos contemporáneos. Así por ejemplo, en 1920, su libro “Canciones de mi casa” (1919) obtiene el segundo premio en el concurso organizado por la Municipalidad de Buenos Aires. Posteriormente recibe otras distinciones: “Valle de la soledad merece”, en 1930, el primer premio en el Concurso de las Provincias de Cuyo, compartido con Fausto Burgos, y en 1932 “Romancero” obtiene el Premio Nacional de Literatura. Además puede citarse el reconocimiento de sus méritos que significa su ingreso a la Academia Argentina de Letras, en 1934, y su elección, en 1943, como Presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, filial Mendoza, y vicepresidente de la institución en Buenos Aires. A ello podemos sumar un último hecho: el homenaje póstumo tributado por personalidades tan ilustres de la cultura argentina como Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Conrado Nalé Roxlo, Roberto P. Giusti, Vicente Barbieri, Ulises Petit de Murat o Manuel Mujica Láinez, que acompañaron sus restos hasta el cementerio de la Chacarita.
Sin embargo, a tales reconocimientos ha seguido un relativo olvido.
Probablemente haya contribuido a esto la dificultad para conseguir sus obras, muchas de las cuales no fueron reeditadas hasta la publicación, en 1983, de las “Poesías Completas” por parte de Ediciones Culturales Argentinas, edición que estuvo a cargo de Gloria Videla de Rivero, autora del “Estudio Preliminar” que al presente es el trabajo más completo sobre el autor, por cuanto no se limita a un enfoque biográfico (predominante en otros autores que han escrito sobre el poeta mendocino) sino que lo ubica en su contexto, define los rasgos más destacados de su poética y puntualiza las diferentes líneas temáticas que abarca su producción poética.
Leopoldo Lugones, en su poema “Dedicatoria a los antepasados” (“Poemas solariegos”) reclama “que nuestra tierra quiera salvarnos del olvido” y alega como razón los años “que en ella hemos servido”. Bufano también prestó a esta tierra cuyana su servicio de amor, que lo llevó a cantar, como dice Luis Ricardo Casnati, “todo lo que era cantable, y casi todo lo era en esta tierra de égloga” (1981, [s. p.]): desde los humildes insectos hasta la imponente cordillera, los ríos, los pueblos, los cielos y las gentes…
Si hay una íntima relación entre lenguaje y pensamiento, si la palabra contribuye a esclarecer el concepto, Bufano con sus versos ha contribuido a develar la esencia de este suelo cuyano, a fijarla para siempre, a punto tal que ante la contemplación de determinados paisajes (esos mismos que él tanto amó) el recuerdo del poema brota espontáneo, hecho ya uno con la naturaleza.
Resulta imperativo conocer entonces a quien ha sabido regalarnos en poemas trozos de nuestra propia vida.
Los títulos de sus obras son claramente significativos; citaremos solo algunos: “Poemas de Cuyo” (1925), que inicia la temática del paisaje comarcano; “Tierra de huarpes” (1927), que registra distintas visiones del paisaje mendocino, especialmente sureño; “Poemas de las tierra puntanas” (1936): “Ditirambos y romances de Cuyo” (1937); “Presencia de Cuyo” (1940), verdadera colección de motivos regionales: escenas y paisajes, los pueblos, el agua, las figuras típicas, la nieve, el pasado cuyano a través de los “Romances históricos”, las danzas, los patios, las noches y los días… La mención de los libros de tema cuyano se completa con “Mendoza la de mi canto” (1943) y, en menor medida, con “Romancero” (1932); “Infancia bajo la luna” (1945) y “Charango” (1946).
En estos libros domina claramente la captación amorosa del paisaje natal; la técnica descriptiva se ha enriquecido y afinado respecto de sus inicios poéticos; el léxico se ha ampliado considerablemente con la adquisición de palabras directamente vinculadas a la realidad de la tierra: regionalismos, topónimos, nombres de la flora y la fauna lugareña.
Dos pares de coordenadas rigen la producción poética del mendocino: regionalismo y universalismo, en primer lugar, y otros dos, igualmente vertebradores: tradición y originalidad. Así, su obra constituye un valioso aporte a la lírica mendocina, desde una concepción poética en la que resalta particularmente su apego a la tierra:
Nadie podrá decir:
“Hubo un poeta
que vivió entre estas sierras desoladas,
entre estos anchos ríos rumorosos,
bajo esta luz diluida en oro y plata
y no cantó lo que sus ojos vieron”.
“Árbol: mi verso es flor para tus ramas;
tu caudal es mi verso ¡oh, claro río,
y es mi verso tu aroma, dulce arabia […].”
Alfredo R. Bufano