Agustín Bardi fue un caso inusual entre los grandes compositores argentinos de tango. Por ejemplo: no existen grabaciones que lo identifiquen con el violín que ejecutó en sus comienzos ni con el piano que prefirió posteriormente. Además, no gustaba de la noche, ni de las fiestas del ambiente. Ni siquiera bebía casi alcohol.
A diferencia de otros colegas, su vida fue tan ordenada que permaneció casi treinta años trabajando en una compañía de seguros a la que ingresó como cadete y en la que se jubiló como gerente, a los 51 años.
Pero quien nació para cantar no puede vivir en jaula. Porque el verdadero artista no elige. Fue elegido.
Y este “elegido” creó docenas de tangos que hoy ya son de antología. ¿Algunos títulos? Podemos mencionar Gallo ciego, La última cita o Acuérdate de mí. Por otra parte, tiene firmados muchísimos tangos instrumentales.
Entre su amplio repertorio, destaca también un tango que compuso y al que Enrique Cadícamo le puso letra, Nunca tuvo novio. Sus versos, atados a su música, son un clásico: ”Deja de soñar / por el príncipe soñado que no fue...”. O, en otra parte: “En la soledad / de tu pieza de soltera está el dolor.”
También el letrista Juan Andrés Caruso colaboró con Bardi, dándole letra, por ejemplo, a la sentida música del tango No me escribas, que comenzaba con los versos “No me escribas, / yo prefiero no tener noticias tuyas... / Tengo miedo mucho miedo que tus cartas me hagan mal”.
Pero hay más de todo lo que dio Bardi. ¡Cómo olvidar el tango Madre hay una sola! Es también del personaje q que hoy evocamos y cuenta con letra de José de la Vega, tan bella como profunda: ”Madre hay una sola / y aunque un día la olvidé / me enseño al final la vida / que a ese amor hay que volver”.
Un detalle curioso. Agustín Bardi había nacido en la localidad de Las Flores en la Provincia de Buenos Aires, en agosto de 1884. En el mismo año y en la misma ciudad –90 días antes– había llegado al mundo otro grande de la música ciudadana: Roberto Firpo.
Bardi fue un hombre muy querido. Incluso Osvaldo Pugliese le dedicó el tango Adiós, Bardi y Horacio Salgán, otro tango, que tituló Don Agustín Bardi.
Hay una anécdota final que refleja su sensible condición humana.
Siendo Bardi gerente general de la compañía aseguradora a la que antes aludí, le costaba reprender al personal, aun justificadamente. Pero en una ocasión le informaron que un empleado no sólo estaba descuidando la tarea, sino que estaba silbando en su mesa de trabajo.
Silenciosamente, para sorprenderlo, el gerente Agustín Bardi se acercó por detrás. Cuando estaba a cuatro o cinco metros del distraído empleado –que continuaba silbando– le pareció reconocer a Bardi los compases de su tango Madre hay una sola, al que antes me referí.
El compositor se detuvo sonriendo de humana satisfacción y se volvió, retrocediendo despaciosamente hasta su escritorio, con emoción no disimulada. Obviamente, disculpó a su empleado.
Agustín Bardi vivió muchos años en el Barrio de Barracas, de Buenos Aires. Fue uno de los fundadores, en diciembre de 1920 de la Asociación Argentina de Autores y Músicos (que luego fue SADAIC).
Y, precisamente, regresando de SADAIC, y ya cerca de su domicilio en Bernal, en el Gran Buenos Aires, un síncope cardíaco acabó con su vida. Era un 21 de abril de 1941, el día en que se cumplían 26 años de la muerte del payador José Bettinoti.
Bardi tenía 56 años, que habían sido vividos con hombría de bien y con dignidad. Pero, sobre todo, con un talento enorme, que nos impide olvidarlo a pesar de su perfil bajo.
Con un aforismo de mi autoría evoco esa faceta del “hombre” Agustín Bardi: “Prestigio o dinero no cambian al hombre. Lo muestran”.