100 años de surrealismo: el movimiento poético y artístico que marcó el siglo XX

Es la última gran vanguardia artística. Comenzó en Francia a través de la poesía, pero pronto se expandió por toda Europa y el mundo, y en todas las artes. Su principal impulsor fue André Breton. En octubre de 1924 se publicó su primer manifiesto.

100 años de surrealismo: el movimiento poético y artístico que marcó el siglo XX
Paul Éluard, Jean Arp, Yves Tanguy, René Crevel, Tristan Tzara, André Breton, Salvador Dalí, Max Ernst y Man Ray, los surrealistas, en 1929.

Darle al arte el alimento de los sueños, sacarle los bozales de cualquier atadura formal, hacer con ella una revolución de ideas. Todo eso fue lo que se propuso el surrealismo, acaso la vanguardia artística más fructífera, novedosa y de largo alcance de todas las muchas que dio el siglo XX. Una vanguardia que ahora está cumpliendo 100 años, que se alimentó de las teorías freudianas y que incluyó una tormentosa relación entre sus representantes, lo que no debilitó su influjo hasta muchas décadas después.

A este movimiento, nacido en la París de entreguerras y con una influencia que, desde la poesía, estalló con una inusual onda expansiva hacia otras artes, tiene una fecha oficial de nacimiento el 15 de octubre de 1924, es decir, hace un siglo, cuando bajo la firma de quien sería su principal impulsor, André Breton, se publicó el (primer) Manifiesto del surrealismo, en la revista La Révolution Surréaliste.

Portada de uno de los números de la revista La Révolution Surréaliste (La Revolución Surrealista).
Portada de uno de los números de la revista La Révolution Surréaliste (La Revolución Surrealista).

Para hallar los gérmenes del movimiento, sin embargo, se debe retroceder un poco más. Y no sólo porque pocos días antes de la publicación del manifiesto firmado por Breton, hubo otro publicado en la revista Surréalisme, firmado por Yvan Groll. El origen del surrealismo debe rastrearse, en realidad, sobre todo en el dadaísmo, movimiento nacido en 1916, bajo la órbita de Hugo Ball y Tristan Tzara, y del que participaron varios artistas que luego iban a sumarse a las huestes surrealistas.

En 1922 la ebullición era clara en los artistas, principalmente poetas, que se agrupaban en torno a la revista Littérature y que confluyeron luego en La Revolution Surréaliste. Por eso, octubre del 24, la actividad le permitió a Breton lanzar un manifiesto en el que ya se trazaban las líneas claras de lo que buscaba ser una revolución que —sin dudas— podía inspirarse en otra, política, que se había suscitado en noviembre de 1917 en Rusia (octubre, para el calendario juliano vigente).

Lo que debía ser el surrealismo (en su vocablo se sugiere algo “más allá del realismo”) aparecía en el manifiesto de Breton ya como un intento por romper con tradiciones religiosas, morales y estéticas. “El hombre propone y dispone. Tan sólo de él depende poseerse por entero, es decir, mantener en estado de anarquía la cuadrilla de sus deseos, de día en día más temible. Y esto se lo enseña la poesía”, decía allí, en un texto donde definía las líneas surrealistas con un estilo que parodiaba al de un diccionario: “Surrealismo: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.

El afán “antirracionalista”, de inspiración romántica, estaba claro. En cuanto al “automatismo”, se trataba de una técnica de escritura (también de pintura) en la que se dejaban fluir las pulsiones interiores para volcarlas en verbo o en pinceladas. Junto a este recurso, aparecería otro muy común, que es el de uso de imágenes opuestas, para generar las “aproximaciones insólitas”, que unían realidades aparentemente irreconciliables. Algo cuya inspiración estaba en una línea del Conde de Lautréamont, uno de los precursores los surrealistas, y que dice: “Bello como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección”.

André Breton, Paul Éluard, Benjamin Péret y Tristan Tzara, representantes del surrealismo en poesía.
André Breton, Paul Éluard, Benjamin Péret y Tristan Tzara, representantes del surrealismo en poesía.

Pronto el surrealismo se convierte en una usina generadora de textos y obras y, a la vez, atractora de otros artistas que se sienten fascinados por las posibilidades del mismo. Así, en una camada inicial aparecen nombres, se diría, fundamentales para la poesía del siglo XX. El poeta argentino Aldo Pellegrini, que se convertiría en uno de los grandes difusores del movimiento en lengua española, ensaya —en su fundamental Antología de la poesía surrealistauna clasificación estilística de estos poetas. Así, aparecen, surrealistas en los que predomina el automatismo (Breton, Benjamin Péret), poetas de exaltación lírica (el fundamental Paul Éluard, Robert Desnos, Philippe Soupault), poetas del humor (Francis Picabia, el popular Jacques Prévert, Raymond Queneu), poetas de lo maravilloso (los grandes Louis Aragon y René Char, el magnífico Georges Schehadé), poetas de contenido oscuro o negro (el influyente Antonin Artaud, René Daumal, Jean-Pierre Duprey) y poetas neorrománticos (André Pierre de Mandiargues).

Pero la pintura pronto saca provecho de la propuesta liderada por Breton, y en ese arte florece lo mejor de los pintores españoles Joan Miró y Salvador Dalí, así como de otros como Yves Tanguy, René Magritte o Max Ernst. Años después, al cruzar el Atlántico, el surrealismo encontraría en Frida Kahlo a otra gran representante.

El carnaval de arlequín, del pintor surrealista Joan Miró.
El carnaval de arlequín, del pintor surrealista Joan Miró.

Los tiempos marcaban su compás y el surrealismo, que nunca quiso ser un movimiento del “arte por el arte”, fue visto por Breton como un instrumento siempre revolucionario, y por eso se pliega a las filas comunistas, algo que se declara en el Segundo Manifiesto Surrealista y en la salida de una nueva revista de nombre explícito: Le Surréalisme au service de la Révolution (El Surrealismo al servicio de la Revolución).

Esto provoca cimbronazos, claro está, ya que algunos artistas que no sólo no se pliegan al comunismo, sino que no quieren un arte alejado de lo político. Luego, claro, vino la Segunda Guerra y la diáspora que provocó la invasión alemana a Francia encontró a los miembros originales ocupados en otros menesteres (Eluard se plegó a la Resistencia Francesa, por ejemplo). Pero, a esa altura, el surrealismo ya se había expandido por el mundo y estaba inoculado en numerosos escritores, pintores y cultores de otras artes, que lo hicieron parte de su hacer. No por nada Octavio Paz llegó a llamar al surrealismo “la enfermedad poética del siglo XX”.

Incluso con Breton ya arrojado a su militancia trotskista, exiliado en México y sosteniendo como un monje los fundamentos más ortodoxos del mismo, el movimiento ya estaba fuera de sus manos y seguiría floreciendo por largas décadas hasta, tal vez, la actualidad.

Pellegrini, quien lideró el grupo surrealista en la Argentina alrededor de la revista Que, en tiempos tan tempranos como 1928, decía en el prólogo a su famosa antología que algunos poetas habían usado al surrealismo como meros arribistas, cuando el movimiento iba mucho más allá de sus técnicas. “No todo fue calidad humana en la evolución del surrealismo: a medida que avanzaba su influencia, no pocos arribistas, mistificadores y mediocres de todo género encontraron en el prestigio del surrealismo un trampolín fácil para ambiciones personales (...)”.

Fuera de esa concepción purista del movimiento que mantenía Pellegrini como un fiel seguidor de Breton, el surrealismo se convirtió en una potente fuente que, incluso con poetas o pintores que sintieron y se nutrieron de su influencia, aun cribando su pulsión por lo onírico y por el azar, con métodos críticos (algo que el propio Dalí propuso como método). Como fuere, el surrealismo fue acaso la más poderosa de las vanguardias artísticas, la última de las grandes cruzadas de aquellos que tenían una fe casi religiosa (relacionada, tal vez, con la gracia cristiana) en la poesía y el arte. Un movimiento que aspiró a ser universal y de algún modo lo consiguió, dejando asentado, como un mandamiento, aquello que predicaba Lautréamont: “La poesía debe ser hecha por todos”.

Los esenciales: nombres y obras claves del surrealismo

Inspiradores: Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Gérard de Nerval, Conde de Lautréamont, Guillaume Apollinaire.

Poesía: André Breton (Nadja), Paul Éluard (Capital del dolor), Louis Aragon (El paisano de París), Antonin Artaud (El ombligo de los limbos), Benjamin Péret (El gran juego), Tristan Tzara (El hombre aproximativo), Georges Schehadé (Poesías). Entre los argentinos influidos por el surrealismo: Aldo Pellegrini (La valija de fuego), Enrique Molina (Las cosas y el delirio), Julio Llinás (De las aves que vuelan), Alejandra Pizarnik (Árbol de Diana).

Ensayo: André Breton (Manifiestos del surrealismo).

Pintura: Joan Miró (El carnaval de arlequín), Salvador Dalí (La persistencia de la memoria), René Magritte (El imperio de las luces), Max Ernst (El bosque y la paloma), Yves Tanguy (La muerte esperando a su familia).

Escultura: Marcel Duchamp (El gran vidrio), Jean Arp (Constelación según el espíritu de la evolución).

Fotografía: Man Ray.

Cine: Luis Buñuel y Salvador Dalí (Un perro andaluz y La edad de oro).

Música: Érik Satie (precursor, Desfile), Kurt Weill (La ópera de tres centavos).

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