La necesidad de una educación sexual integral trasciende ampliamente el cumplimiento de una ley, ya que responde a las evidentes inquietudes manifiestas de los niños, los adolescentes, sus padres y sus docentes. La sexualidad es un tema que reclama, nunca como hoy, la necesidad de ser aprehendida y analizada, es decir pensada, como una dimensión fundante de nuestra personalidad. Conscientes de la enorme importancia de la vida afectiva en la que se inscribe la sexualidad, es que exige ser abordada integralmente en todas sus dimensiones biológica, psicológica, ética y social-cultural.
Por esta razón reclama un arduo trabajo de debate, indagación y preparación en lo que a todos los actores partícipes dedicados a la formación involucre. Sostenemos que son los padres los que detentan la primera responsabilidad en esta tarea formadora. La gran mayoría de ellos desean que sus hijos sean felices y reconocen que es en el núcleo íntimo de sus hogares donde aprenden a respetar, disfrutar, expresar sus experiencias de vida y por sobre todo a amar. Deben asumir un papel activo que durante años le fue vedado desde un lugar en el que las familias no podían tratar ciertos temas. Sin embargo, en la actualidad y por fortuna, el escenario ha cambiado por diversas razones, entre otras por el acceso abrumador de la información que no siempre está en consonancia con los valores, los intereses, la biografía de sus integrantes y el proyecto familiar de los padres.
La escuela tiene la titánica tarea de educar dando no sólo información, sino también ayudando a desplegar y potenciar capacidades, integrar, socializar, ser garante de la igualdad de derechos y oportunidades y como si esto no bastase formar. El docente debe formar, auxiliar y complementariamente, la inteligencia, el carácter, la afectividad y la voluntad de sus educandos. Vale reflexionar entonces: el docente asumirá esta responsabilidad con una mirada neutra y aséptica o contrariamente sus enseñanzas y prácticas estarán impregnadas y atravesadas por sus valores, experiencias, juicios de valor y paradigmas desde los cuales se posiciona y "mira" la vida. Y siguiendo con la reflexión, ¿los lineamientos curriculares serán suficientes para estandarizar las miradas para que todos los docentes enseñen lo mismo y aleccionen a sus educandos, nuestros hijos? ¿Es eso bueno? ¿Podemos todos como sociedad homogeneizar el sentido de la sexualidad, el sentido de nuestras vivencias más íntimas, personales e individuales?
A partir de esto, surge la pregunta más importante sobre si los padres pueden, quieren y deben ceder a la escuela esta tarea formativa tan trascendente de la vida de sus hijos. ¿Queremos los padres sentirnos protagonistas de educar a nuestros hijos libremente? Contamos con recursos personales y afectivos pero sobre todo ¿contamos con conocimientos certeros y válidos? ¿Podrá la escuela asumir el desafío de educar y formar a los padres del siglo XXI? ¿Podrán las dos instituciones más valiosas de la sociedad, familia y escuela, sentarse a dialogar, acordar, limitarse en sus funciones y respetarse? ¿Podrá nuestro Estado, favorecer el encuentro? o ¿el Estado está intentando homogenizar de una manera diferente a la que se ha venido viviendo y en definitiva conduciéndonos a un lugar extremo de dónde pretendíamos salir? Propiciamos instancias de acceso al conocimiento y el debate para las familias.
Este es el desafío. Una ley por sí misma no es suficiente para transformar la realidad, es sólo el comienzo. Y vuelvo a preguntar: ¿queremos los padres sentirnos protagonistas de educar a nuestros hijos libremente?