Hace unos días, con todo el dolor del alma de quien se sabe solo en la vida (sentimiento que surge al perder a ambos padres), quiero contarles del paciente de la habitación 317 de uno de los tantos hospitales mendocinos.
Profesor de Filosofía y Letras, ufólogo, ciudadano ilustre. Pasó toda su vida estudiando, enseñando… Esposo, abuelo, padre ejemplar, profesor Victorio Corradi, 85 años, mi padre.
Aquello que tanto evitamos, evitó, sucedió, nos sorprendió, nos sacudió, lo tomó: paciente Covid 19 positivo.
Esta maldita pandemia con la que venimos batallando la humanidad entera, nos miró a la cara.
¿Qué aprendimos como humanidad en este tiempo?...
¿A naturalizar, a sopesar?
¿Será que también además de quitarnos la predictibilidad, vino a llevarse la humanidad?
¿Será que se justifica por el cansancio de la lucha, la desidia, el abandono y la infra humanidad?
Además de pasar por la crueldad de la enfermedad, se les quita el derecho de ser acompañados, sostenidos amorosamente en el transcurso y el final. Se nos deja y ellos se llevan el vacío, la soledad.
¿Qué hace falta para que podamos como sociedad sostener en la desgracia con amor?
Mi padre fue otro número más…parecemos anestesiados. Quisiera estar segura, para poder dar un poco de consuelo a tanto dolor, que aquellos que tuvieron en sus manos la responsabilidad (ética) de su vida tan valiosa como tantas otras, ni más ni menos que otra, lo atendieron con amor, paciencia, compasión. Ojalá así sea y puedan dormir todas las noches en paz, sabiéndose humanos (con errores y aciertos, pero no infra humanos).
En nombre de todos los que lo amamos, en nombre de todos los que quedaron con el vacío y la soledad, en nombre de los que están batallando, hacemos un llamado a la solidaridad, no perdamos la compasión.
Autoridades encargadas de hacer protocolos detrás de un escritorio, permitan que acompañemos para soltar (si ese fuera el desenlace inevitable) dignamente y con cariño a nuestros seres amados, trátenlos como si fueran de su manada, no sólo un número.
