Tal vez parezca algo increíble para muchos lectores. Era la escuela Antonio Berutti de Las Barrancas, Maipú.
El ómnibus de TAC nos dejaba “en medio de la nada” pero había una casa que nos indicaba donde debíamos bajarnos. Después de unas seis cuadras por camino de tierra llegábamos al establecimiento donde nos esperaban los alumnos de la finca Benegas y aledaños.
La escuela tenía tres aulas y tres docentes. La directora dictaba clases a los chiquitos de primero y segundo grado. Una maestra suplente para tercero y cuarto y yo recién nombrada maestra titular provincial para quinto, sexto y séptimo grado. No había luz ni agua corriente; tampoco un baño instalado.
La escuela funcionaba en distintos turnos de acuerdo a la luz solar: meses a la mañana y otros a la tarde.
Teníamos transporte para la ida pero no para la vuelta. Por lo tanto se “hacía dedo” confiando en que alguien pararía o el ómnibus que traía empleados de YPF desde Medrano nos iba a acercar por lo menos a Maipú.
Todo lo que cuento parece irreal en estos tiempos en que los alumnos reclaman ventilador o calefacción. Los chicos en el recreo tomaban agua con el mismo vasito y que permanecía sobre una piedra que tapaba la tinaja. No se pensaba ni en virus ni en bacterias pero fui muy feliz.
Guardo el mejor de los recuerdos de las escuelas por las que pasé hasta mi jubilación (nacional y provincial). Enseñaba con entusiasmo y responsabilidad. El frío o el calor no eran inconvenientes.
¿Eso será la vocación? La tuve desde chica.