Leer es la acción primera para proyectar la percepción de afrontar y recorrer el porvenir.
En circunstancias pandémicas se revaloriza la actitud lectora y simultáneamente la escritura, puesto que mediante ella, el escritor remueve en la búsqueda de palabras el conocimiento de sí mismo entre las circunstancias e interacciones tras el transcurrir histórico-social del momento.
Los miedos albergados y las insólitas crisis sin prevención se amalgaman con ductilidad, esparciendo incertidumbre. Tras las páginas consultadas o seleccionadas el lector se deja llevar entre las escenas o pasajes de cualquier obra literaria. Además, se ingenia para descubrir el tejido cultural ante los procesos históricos del mundo en un sin fin de asociaciones. Podemos pensar que leer es pasar páginas de una lengua en tránsito.
Leer nos interpela, nos remite y dinamiza para llegar a significaciones de nuevos paradigmas, de nuevas significaciones. El asombro deja desvanecer la ceguera de la prisa incontrolada.
Redescubrir autores consagrados, hacer lecturas de las obras que anticiparon la llegada de universos apocalípticos, es asistir a una fluida red de conexiones interpretativas y responsables.
Esta práctica delimita a la inmediatez, entonces la prisa, como la ceguera, se arrinconan, habilitando la necesidad del discernimiento.
Se dice que el virus aparece en todos lados y produce desolación ante una ambigüedad que insiste en la búsqueda, en salidas.
Ante la lectura pandémica el tiempo juega más con el antes y el ahora entre el qué somos.
“Somos nuestra memoria/
Somos un quimérico museo/
de formas inconstantes/
un montón de espejos rotos”.
J.L.Borges
*La lectora es Docente y escritora.