Eran los primeros años cuarenta, después del más temido y tremendo terremoto de San Juan en el ’44. Un año después mi padre, constructor, por su curiosidad nos llevó a mi madre y a mí de no más de 5 años de edad, a la ciudad de San Juan o lo que quedaba de ella. Recién se habilitaban el camino de Mendoza y algunas pocas calles por donde circular zigzagueando escombros.
Yo miraba por las ventanillas de nuestro Ford ’38 sin casi comprender qué era ver manzanas enteras en el suelo de ese polvoriento adobe y algunas paredes más robustas que querían decir: yo fui un casa o un comercio. Todo era gris, solo la voz de mi padre entendía porque lo que veía no era una ciudad como yo, de pequeña memoria, debía de ser una como la nuestra Mendoza o Santiago o Valparaíso de nuestras vacaciones en Chile. Mi madre horrorizada suplicó: ¡volvamos!
Bueno, San Juan resucitó de su tragedia y en pocos años lucía como nueva. La solidaridad del país, el esfuerzo de sus habitantes, los reglamentos antisísmicos de quienes más adelante fueran nuestros profesores y los constructores que confiaron en ellos, entre ellos la empresa de mi padre que para tanta atención creó su sucursal en San Juan. Por lo cual, yo ya queriendo apuntar para arquitecto, mi padre me llevaba en sus semanales visitas a esa “nueva” ciudad. Sí, ya no era gris, era colorida con anchas calles que ampliaron las viejas y estrechas coloniales, sus plazas y jardines floridos como si nadie quisiera recordar aquel gris.
¿Audacia? Sí. La obra del cine “Renacimiento”, vaya nombre, la encargaron a la empresa y con un pórtico de 22 m de luz en su escenario. Noble hormigón, quien saber si siga siendo elástico o plástico, pero las películas siguieron pasando año tras año.
Volvió otra vez su enemigo, el sismo del 53 o por ahí. No, los reglamentos y cálculos no fallaron, el resistente hormigón de San juan fue ejemplo para varios entre ellos Tokio, del lejano pero también tembloroso Japón con quien se intercambiaron conocimientos.
Sí, se cayó lo viejo pero no tanto, más lo desprolijo. En el edificio del Banco Nación casi listo, en sus pisos altos, mi padre y sus colaboradores encontraron los artefactos de los baños que se desprendieron y saltaron hasta la otra pared. El resto; nada, engaños de los sismos.