El tiempo va corriendo y la situación se sigue deteriorando en nuestro país. Las últimas elecciones le dieron el triunfo a la oposición nacional, y acto seguido comenzaron a aparecer en su seno, dificultades emanadas de la ambición política y la falta de madurez de algunos de sus dirigentes.
2023 ya está a la vista y no es improbable, que de seguir las cosas así, la oposición de hoy pasará a ser gobierno para el próximo cuatrienio.
Parece aventurado e irresponsable pensar con esa antelación, pero las necesidades del país obligan a tomar en serio esta posibilidad.
La oposición debe adoptar con la premura que las circunstancias exigen dos determinaciones imprescindibles si desean ganar las elecciones de 2023 y encausar la Argentina a un camino de recuperación largo y sostenido. Como ciudadano común y corriente, me atrevo a sugerir con ánimo perentorio la adopción de estas dos acciones.
Primero, la conformación de un protocolo por el que las fuerzas que integran la coalición opositora diriman sus naturales diferencias internas, entre sí y en el interior de cada fuerza; y que establezca claramente el modo, tiempo y representantes que comuniquen a la ciudadanía sus posturas respecto a la situación nacional.
Y en segundo término, la preparación, ¡ya! de un programa de gobierno para presentarlo a la ciudadanía, en base a un diagnóstico certero que provenga del estudio de los problemas graves que aquejan al país, elaborado por expertos en las diversas ramas del acontecer nacional y orientado por una política seria y alejada de fantasías y promesas mentirosas.
Ya no caben posturas demagógicas que sólo sirven para ganar elecciones y que en vez de contribuir al progreso nacional, solo han hundido a la Argentina.
