La humanidad fue embestida por un enemigo invisible. Cambió nuestras vidas de un día para el otro. A Mari la arrasó el tsunami de la pandemia y un terremoto derrumbó su hogar en pedazos. Su marido y padre de sus hijos los ha abandonado. Sí, abandonó a sus cuatro hijos y a su mujer, su familia. Los dejó sin alimentos, y solo con la obra social. Mari es madre las 24 horas del día, empieza las tareas escolares con uno, luego con otro y otro y quizás, al estar siempre tan ocupada, desoyó las alarmas que tenía enfrente, o quizás no tenía salida.
La dependencia económica muchas veces impide a las mujeres tomar decisiones de autodefensa ante la violencia verbal y económica. Ahora, divorciarte de tus hijos chiquitos, dejarlos sin alimento, sin dinero para sus terapias, sin dinero para conectarse a internet para sus clases virtuales, eso ya es una canallada.
Para poner en contexto, Mari y su familia tenían un proyecto de ir a vivir a otro país. Se quedaron con los pasaportes hechos y todo listo para viajar. Estos niños perdieron su viaje a una nueva vida que los tenía muy emocionados. Su padre les arrebató un porvenir utópico. Perdieron su escuela, sus amigos. El hijo mayor entró en una profunda depresión.
Mari llora de noche cuando no la ven y es fuerte de día para que sus hijos se apoyen en ella cuando quieren llorar.
Conocí a Mari en el colegio de mi hija y luego me enteré que uno de los vástagos sufre ataques de alergias, y dos tienen otras afecciones que requieren terapias de acompañamiento. También supe que en un accidente casi fatal, el autito familiar poco menos que se destruyó. Mari vive de la ayuda que le brindan sus padres grandes que viven de una pensión básica y su hermano. Sus vecinos también la asisten y ella llora de vergüenza cuando le acercan alimentos. Es que no hay fortaleza que no sucumba ante esta realidad. El sistema le dice a Mari que debe salir a trabajar y al mismo tiempo que no puede dejar solos a sus hijos. El Estado no puede brindarle ayuda porque quien era su esposo y que en los papeles aún lo es, trabaja para el Estado. Mari vive humildemente en una casita de 40 m2. Un pequeño hogar, donde poco a poco la familia irá terminando su duelo, así como sus hijos irán perdonando el abandono.
Es tu vecina, es la mía, vive prácticamente ahí, al lado tuyo y esta historia puede ser la de tantas mujeres que son abandonadas y quedan con la responsabilidad de los hijos y el hogar.