Quiero hacer una pequeña contribución a la discusión y controversia sobre el impuesto a las ganancias, que únicamente sucede en un raro y desatinado país como el nuestro donde todos piden beneficios, buenos servicios estatales, subsidios, etc., pero a todos les cuesta pagar y, en general, como ocurre con otros impuestos también, tratan de múltiples maneras de evitarlo.
El principal argumento de quienes se resisten o no quieren pagar ese impuesto es que, según ellos, los sueldos no son ganancias.
En el caso de los jueces y empleados del Poder Judicial, que ahora se debate, su fundamento ha sido todavía más deshonesto, oportunista y artificioso.
Entonces, la primera medida que habría que tomar sería cambiar el nombre. Eliminar el llamado impuesto a las ganancias para las personas que tienen un sueldo u otro ingreso. De modo que ese impuesto lo paguen las empresas, de acuerdo con sus ganancias.
Pero, así como los autos pagan el impuesto automotor, los inmuebles el impuesto inmobiliario, las personas tendrían que pagar el “impuesto personal”. Es decir que el resto, todos, mayores de 18 años, hombres y mujeres, ricos y pobres, gordos y flacos, rubios y morochos, todos, de acuerdo con su condición económica y sus ingresos deberían pagar el impuesto, pues todos, ineludiblemente, le producen gastos al Estado.
A las personas que reciben planes sociales se le descontará de los mismos, pues deben también comprender que no hay nada gratis.
Por otra parte, sería más fácil de controlar pues quien no tenga la boleta anual de pago no podría, por ejemplo, realizar trámites, transacciones, viajes u otras operaciones.
Leo Lardone. DNI 8.030.088