Me involucro en el dolor universal de las guerras, siempre con la esperanza latente de lograr la paz en el mundo. Se me nubla la razón y me hiere el corazón el saber y ver tantos niños y niñas muertos, desplazados, itinerantes sin rumbo en callejones sin salida. Infancia de todos los colores dolientes, víctimas del poder de dominio económico más brutal .
Violencia, pobreza, hambre, drogas, trata, enfermedades, corrupción. Humanidad que reitera los ciclos del dolor y del silencio. Silencios cómplices, Silencios oportunos para el engranaje político. Hay lágrimas, pero no ternura o compasión. No hay juegos, ni libros. Pocas manos tendidas para todos y muchos oídos sordos.
Mirad a las multitudes: inmigrantes, itinerantes, políticas que se desplazan en un mapa universal. ¿Quién siembra el trigo? ¿Quién cuida el árbol? ¿Quién riega con sus lágrimas los ríos del futuro? Por la causa de los niños, niñas y jóvenes, encendamos la luz de la esperanza con amor, trabajo y educación.
Conmovida, indignada, elevo mi voz, con la fuerza que los años no me han quitado, para compartir el ruego ancestral por la paz, la conciencia del nosotros y el valor de la vida.
*La autora es educadora.