Hace unos días despedíamos en San Rafael al doctor Eduardo Garzuzi, fundador y mentor de la Asociación de Lucha contra los Desórdenes Alimentarios (ALDA). Logró convertir ALDA en una gran familia y en una escuela de valores y enseñanzas, entregando su vida a cada paciente.
Hombre de una humildad única, de una dedicación sin límites y de una profundidad extraordinaria. Eminencia en medicina y en humanidad, lo que lo convierte en un ser sabio e irrepetible. Firme y comprensivo. Ningún sufrimiento le fue ajeno. La huella que dejó marcada en nuestras vidas será eterna. Los que tuvimos el honor de pasar por su consultorio, podemos decir que no fuimos un archivo, un apellido, un simple paciente más. Fuimos vidas en sus manos, que fue puliendo para lograr que vivamos en plenitud. No alcanza el vocabulario para describir su inmensidad y sus virtudes. Particularmente, quiero expresar que mi vida no sería la misma si no lo hubiera conocido.
Él solía llamarnos jóvenes heroicas. Fue un tratamiento largo y difícil, pero un tratamiento posible gracias a haber tenido un doctor heroico. Para él van dedicadas estas palabras: toda mi admiración, respeto y cariño. Mi más profundo agradecimiento de su paso por mi camino. Su ejemplo fue y será una fuente de aprendizaje y enriquecimiento. Su trabajo fue salvar vidas, una de ellas fue la mía.