Nació en Italia y desde los cuatro años residió en Paris, se considera la primera feminista de occidente o por lo menos proto feminista. Viuda de muy joven se dedicó a la literatura convirtiéndose en la primera profesional de las letras.
El criterio aristotélico de la “inferioridad natural de la mujer” (la mujer “un hombre imperfecto”) dominaba en la época en que la iglesia, arrostraba por cualquier motivo desde el púlpito y en todas instancias intelectuales, a Eva –emblema del sexo femenino-, inductora de la caída de Adán y, sublevada contra Dios cosa que se repetía hasta el hartazgo justificando así, el temor hacia el “pecado de la carne”.
Cristina De Pizán se levantó contra toda esa superchería en Querelle y luego ampliando conceptos, en su libro “La Ciudad de las Damas” a comienzo del 1400, donde probó la igualdad de los sexos. La dignidad de la población femenina no era defendida por la institución mayor de Europa –la Iglesia- dentro de un encuadre global de denominación masculina, basada por la inferioridad sacralizada de la mujer.
La Iglesia publicó hace unos años que la explosión emancipadora de la mujer se debía a la invención del lavarropa automático que permitía mayor libertad de acción a la mujer. La Iglesia cuando quiere es ingenua en sus opiniones, no podía decir -sí lo aceptaban entre muros-, que ese explosivo efecto de emancipación cultural y psicológico se debió a la píldora anticonceptiva que permitió a la mujer otra clase de libertad y del goce del sexo que –aún hoy-, la jerarquía religiosa condena.
Con la irrupción del anticonceptivo pulverizaron lo que –hablamos de la década del 60-, parecía un destino: crianza de hijos, camisas planchadas, buena cocina.