Amor a los árboles

Los parisinos sienten amor por sus árboles. Los aman. Amor que tendría que contagiarse por estos pagos.

Amor a los árboles
Limpieza de árboles en París

Apenas pasadas las once de la mañana los artistas mendocinos que exponían en París, cumplían con el sacro ritual de desayunar.

Concurrían a un café con tradición, a metros, al decir de recordadores, del bar donde pasaba el día como si fuera su oficina, su redacción, Ernest Hemingway, un ilustre desconocido que escribía sus notas para diarios de Estados Unidos y Alemania que le daban el sustento. Después fue novelista.

El desayuno era variado, para acompañar el café uno pedía un sándwich de morrones asados con champiñones y salsa picante, otras sardinas asadas y el tercero gustaba elegir del menú. Era un desayuno fuerte porque hasta la cena no había otra oportunidad. Eso de las sardinas asadas sirvió para que el mozo, un vasco francés muy atento, aconsejara un vino blanco que al gustarle se descubriera uno de los placeres de Dionisio o porque no Baco, un vino Baujaulais dicho en francés “Boyolé”, un poco caro pero una delicia.

Lo hacían en un lugar placentero que daba la maravillosa sombra de viejos árboles de la amplia vereda, y allí se dedicaban, además, a lo principal, tratar de mejorar el mundo. Así diariamente sin más pretensiones.

Pero un día no fue así, el oasis había desaparecido, las mesas, sillas estaban apiladas al muro cubiertas por una lona, la vereda vacía era el desierto. En el bar, el mozo explicó a media el misterio con un lacónico “Hoy hacen limpieza” y dejó allí la inquietud, inquietud que se unió a otra, un rumor algo pesado que iba en aumento que a poco se reveló, camiones tanques inmensos como el de bomberos de color amarillo con dibujos naif de flores, mariposas, uno de cada lado de la calle, con hombres que con gruesas mangueras mojaban con agua, parecía caliente por el vapor, el follaje de los viejos plátanos. Las hojas con la violencia se sacudían, pocas se desprendían. El agua al caer como lluvia o bajar por las ramas y el tronco era oscura, sucia ¡Estaban lavando los árboles! ¡Le sacaban esa pátina de smog que los vehículos le dejaban! ¡Le daban vida!

A los pocos minutos y, si eso parecía mucho, otros camiones idénticos hacían lo mismo con el follaje como enjuagándolos y esta vez el agua que caía no era oscura sino más clara casi limpia. No pudo evitar el recuerdo de sus plátanos de la calle San Martín.

Admirados todos coincidieron en que los parisinos sienten amor por sus árboles. Los aman.

Amor que tendría que contagiarse por estos pagos.

*El autor es vecino de San José - Guaymallén

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