El escrache, un ejemplo de autoritarismo

Los afiches que la agrupación kirchnerista “Unidos y Organizados” utilizó para criticar a los que sus militantes denominan “formadores de precios”, constituyen una muestra más de intolerancia. Para peor, el mismo Gobierno nacional que en su momento critic

El escrache, un ejemplo de autoritarismo

"Estos son los que te roban el sueldo", rezaban los afiches que la agrupación kirchnerista "Unidos y Organizados" pegó en paredes y cartelería vial de la ciudad de Buenos Aires. En los mismos, aparecían los rostros, nombres y apellidos de los ejecutivos de empresas -propietarios de supermercados, electrodomésticos o de una petrolera- que, para los adherentes al oficialismo, son los formadores de precios culpables de la inflación. En los hechos, se trata de una forma evidente de autoritarismo y de presión que no condice con el sistema democrático que hemos consolidado los argentinos y que no estamos dispuestos a perder.

Los afiches formaban parte de un boicot contra las cadenas de supermercados -iniciativa denominada 7F, en alusión al 7 de febrero-, que convocaba a no comprar combustibles ni productos y que contó con una nula adhesión de parte de la población que no está dispuesta a avalar este tipo de actitudes.

No es la primera vez que los adherentes al kirchnerismo, con el cómplice silencio oficial, utilizan este tipo de aprietes hacia quienes consideran culpables de lo que sucede en el país. Pasó en su momento con los periodistas críticos a la gestión gubernamental, situación que llevó a algunos fanáticos a impulsar a que sus hijos pequeños escupieran los afiches con sus fotos, fomentando el odio en pequeños que no pueden discernir sobre si lo que hacen está bien o mal. Se repitió luego en numerosas oportunidades y se ratificó días pasados.

Otro aspecto preocupante fue la reacción de los dirigentes kirchneristas, como la legisladora María José Lubertino que a través de Twitter apoyó abiertamente, mientras otro referente, Fernando "Chino" Navarro defendió la medida asegurando que le parecía bien que se sepa quién es quién "en una situación en que las empresas les sacan la plata del bolsillo a los trabajadores sin ninguna causa económica justificada".

Una actitud muy diferente a la reacción que tuvo el kirchnerismo cuando los escrachados fueron hombres de su entorno, como sucediera cuando el vicepresidente Amado Boudou fue abucheado en la ciudad santafesina de San Lorenzo o el entonces viceministro de Economía y actual titular de la cartera, Axel Kicillof, fue increpado cuando viajaba en buquebús desde Colonia a Buenos Aires.

En aquel momento, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, dijo que sentía vergüenza ajena por la prepotencia y que la actitud merecía "el repudio de todos, independientemente de cómo se piense"; la ministra de Defensa, Nilda Garré, lo calificó de "cobardía patotera", mientras el canciller Héctor Timerman aseguraba que se trataba de "métodos fascistas", manifestando su preocupación porque "un sector que no quiere dialogar apela a la violencia hoy verbal y mañana física; es peligroso".

Cabría preguntarse qué diferencia existe entre aquellos abucheos y estos escraches, y también cuáles fueron los motivos de este cambio de actitud del oficialismo, que ahora aprueba ese tipo de metodología, a diferencia de la oposición, que en ambas oportunidades repudió estas actitudes.

Es muy serio y preocupante lo que está pasando, porque se trata de prácticas autoritarias que no tienen cabida en los sistemas democráticos. La inquietud de la población estuvo muy bien resumida en las palabras del exitoso cineasta Juan José Campanella cuando manifestó que sentía miedo por el futuro porque "lo peor del momento en que vivimos es la intolerancia, que está desde hace mucho tiempo, como el escrache y la desvalorización del que piensa distinto", para finalizar indicando que "hay un odio permanente, que a veces aflora en violencia física o en la palabra, como ahora".

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