Nadie puede afirmar con certeza dónde y cuándo comenzó la esclavitud, pero el historiador John Keegan aproxima su aparición al segundo milenio a.C. Sabemos que esta forma de sometimiento existió en las civilizaciones de la Antigüedad; incluso Mesopotamia, Grecia y Roma elaboraron normas para legitimarla legalmente.
El caso de Atenas es uno de los más destacados. Los esclavos constituían, aproximadamente, un tercio de la población total de dicha polis. Eran, en su mayoría, extranjeros que habían caído en este flagelo de distintas maneras. Algunos como botín de guerra y otros vendidos por sus familiares. Los tracios, por ejemplo, solían vender a sus hijos como llevándolos al mercado. En esta ciudad había incluso esclavos públicos que pertenecían a la policía o mujeres destinadas a los burdeles. También podían ser médicos, maestros, cocineros, etc. Sin embargo, el grueso de esta población trabajaba en talleres de artesanos o como comerciantes, manteniendo a la familia propietaria. Gracias a esto muchos atenienses pudieron dedicarse al "ocio creativo", es decir a pensar y desarrollar diversas ciencias.
Según Santiago Segura Munguía y Manuel Cuenca Cabeza, catedráticos de la Universidad de Deusto, "la civilización occidental es hija del ocio. La razón es que no es fácilmente entendible el nacimiento y apogeo de la filosofía y de las ciencias, en la civilización grecorromana, sin la existencia de un numeroso grupo de ciudadanos, denominados libres, que se vieron excluidos de los trabajos embrutecedores y pudieron dedicarse a la teoría y la contemplación".
En este contexto, Aristóteles desarrolló una teoría considerando a la esclavitud como algo natural, basándose en la idea de que algunos nacen para mandar y otros para obedecer. Los describió como una "posesión animada".
Los esclavos en Roma también fueron abundantes, al punto de llevar el peso de la economía sobre sus espaldas. Podían adquirir este estatus los prisioneros de guerra o los hijos de esclavos. No importaba si el padre era libre, la esclavitud se "transmitía" por vientre materno. Los niños huérfanos solían convertirse en esclavos, además los padres podían vender a sus descendientes como tales y cualquier hombre libre podía convertirse en uno si necesitaba cancelar alguna deuda o simplemente como un modo de subsistir. Existía también una diferenciación entre los servi publici o servi privati, dependiendo de si eran propiedad del Estado o de algún particular. Ser de los primeros era mucho mejor: no podían ser vendidos tan fácilmente, su trabajo no era tan duro y no dependían del capricho de un amo.
Cabe destacar que tanto en Grecia como en Roma, "los esclavos tenían algunos derechos legales, incluyendo el derecho de poseer y transferir bienes, casarse y ser protegidos contra un trato irracional, aunque estos derechos eran inferiores a los de las personas libres, en todos sus aspectos", según Mark D. Welton, profesor de derecho internacional y comparativo en la Academia Militar de EUA en West Point, Nueva York.
Siguiendo a este autor, sabemos que “en el período feudal la población de Europa estaba constituida por hombres libres, siervos y esclavos, y las autoridades seculares y religiosas reconocieron la esclavitud como una institución natural, pero lamentable. Justificaron esta visión citando fuentes bíblicas y enfatizando la pecaminosidad moral de la humanidad y los beneficios económicos de la esclavitud. Con la caída del feudalismo europeo, las condiciones para la institución de la esclavitud fueron cada vez más desfavorables: la mantención de los esclavos era cara y la creciente población aumentó la disponibilidad de mano de obra barata, haciendo que la esclavitud fuese menos deseable en término económicos. Como consecuencia, la esclavitud disminuyó en muchas partes del continente durante el Renacimiento, especialmente en el norte de Europa, aunque los esclavos domésticos trabajaron en las casas acaudaladas de Londres y París hasta el siglo XVIII y se vendieron esclavos públicamente hasta 1762”.
Lentamente, y sobre todo durante el siglo XIX, la esclavitud comenzó a verse de modo condenable. A medida que la mentalidad de las sociedades fue cambiando, los Estados establecieron prohibiciones legales a la esclavitud. Precisamente fue entonces cuando aparecieron en nuestro territorio.
La Asamblea del Año XIII declaró libres a los hijos de esclavos nacidos en nuestro territorio a partir de cierta fecha. La resolución es conocida con el nombre de "libertad de vientres" y poco después fue ampliada: todo esclavo que ingresara a nuestro territorio sería libre inmediatamente. Aunque se trató de un gran avance, es un error decir que la esclavitud fue abolida, terminó centrándose solo en la introducción de esclavos. Esta prohibición ni siquiera partió de la Asamblea, había sido decretada un par de años antes en España y aplicaba a todos los dominios de la Corona. Incluso, con anterioridad, el Primer Triunvirato acató la ordenanza ibérica, prohibiendo en mayo de 1812 la introducción de esclavos.
Lo cierto es que en Argentina, la esclavitud recién acabó en mayo de 1853 al sancionarse la Constitución Nacional. Hasta entonces, cualquier intento por abolirla o eliminarla paulatinamente quedó solo en buenas intenciones. Podemos corroborarlo a través de la prensa -donde abundan los avisos de recompensas por esclavos prófugos-, de los contratos de compraventa y de los testamentos. Por ejemplo, el caudillo santiagueño Felipe Ibarra, extinto en 1851, declaró a un par de esclavos entre sus "bienes".
Uno de los motivos que influenció en nuestra "política esclavista" fue que la economía brasileña se apoyaba en la esclavitud, de manera que Brasil presionó para evitarlo: muchos en esta condición escaparían a nuestro territorio.
Pero para nuestros hermanos brasileños la libertad también llegaría. A través de la prensa Bartolomé Mitre llevó a cabo una batalla contra el régimen esclavista del vecino país. Dedicándole numerosos artículos, hasta que en 1888 finalmente se abolió la esclavitud. Gobernaba entonces una hija de Pedro II. Las palabras de Mitre al respecto acarician la perfección y nos transportan a la paz que este gran logro trajo a millones: "Él -escribió refiriéndose a Pedro II- puso en manos de una débil mujer la pluma de los fuertes y de los pensadores, y esa mano débil, pero poderosa por el sentimiento que la movía, rompió las cadenas de los últimos esclavos de América; esa mujer se llama Isabel".