El Mundial está entre nosotros. A 11 días del inicio todo refiere a él. Ni ir al supermercado o a los shoppings libera de la desatada pasión albiceleste que se esperanza con Brasil 2014. En muchas escuelas podrán verse los encuentros del seleccionado nacional. En las oficinas ya se preparan las pantallas para seguir los partidos que toquen en horario laboral; los grupos de amigos y familias hacen planes en los que comida y bebida son tan relevantes como el número de goles a favor.
Pero no todos ni todas aman el fútbol, ni se entusiasman con esta fiebre patriótica -si el concepto se adecua- que recorre calles, bares, vidrieras y hogares cada cuatro años. Están las y los que desean huir de la epidemia futbolera. A vos muchacha, a vos muchacho te digo: escaparse del mundial es posible.
El Bolsón
Tiene ése no se qué que atrae a aventureros, románticos, mochileros y a familias, y ahora a los que buscan poder abstraerse de la redondita. El encantador poblado de montaña con el Piltriquitrón como meta en las alturas, arrastra la naturaleza al entramado urbano y se rige por ella en todo sentido.
De hecho se hizo famosa por los hippies que se apoderaron de ella a fines de los 60’ y 70’ y por los aires de libertad que hicieron pervivir hasta nuestros días. Su feria artesanal en la plaza Pagano (martes, jueves y sábados) es una constante de todo el año. En ella objetos en madera, cerámica, cuero y metales son lo más llevado por los viajeros, pero además semillas, plantines, tejidos, dulces y conservas caseras, cervecitas artesanales y ahumados. Hay artistas que amenizan las jornadas con magia, música y murgas, en las que gente de todas las poblaciones cercanas llega para mostrar sus productos.
Por estar situado en el centro de la Comarca Andina del Paralelo 42, sirve de base para adentrarse en los encantos de sus vecinas: Lago Puelo (a 15 km), El Hoyo (a 15 km), El Maitén (a 50 km), Epuyén (a 40 km) y Cholila (a 70 km). La zona, ideal para descansar a sus anchas con lagos y ríos azules a merced de sus ojos y las ocurrencias de los que viven por allí, es una de las opciones para librarse de gritos de gol, insultos a cuánto árbitro pite mal y el monotema mundialista.
Entonces se pueden visitar chacras, fábricas de todo tipo de productos comestibles artesanales y hasta de instrumentos musicales. Las de cerveza son algunas de las preferidas. El Museo de Piedras Patagónicas es otro sitio para visitar. Cuenta con una colección de rocas y minerales que abarca todos los perfiles geológicos de la Patagonia. Hay piezas al natural y otras cortadas y pulidas. Además, el parque temático enseña más sobre esta región.
Lago Puelo y su parque es una vuelta obligada. Los azules se tiñen de blanco en lo alto de los cerros y la espesura toma los tonos del otoño. Las frutas finas se fascinaron con este lugar y su inseparable El Hoyo; por ello podrá comprar las mejores mermeladas. Con mate, la musiquita preferida y ningún contacto con la realidad -abstenerse de celulares, medios y redes sociales- posibilitará un reparador descanso en junio, en el que bien se puede destinar una jornada para recorrer los otros puntos de la comarca.
En El Bolsón hay alojamiento de diversa índole desde camping hasta hoteles boutique. Hostel y hostales se encuentran por $ 300 la noche para dos; Apart y hoteles desde $ 440; hotel con Spa desde $ 680. www.elbolson.gov.ar
Traslasierra
Una concatenación de pueblos entre sierras, ríos, arroyos y la tonada cordobesa amigable. Al Oeste de la provincia de Córdoba en una traza que cada uno arma a su parecer, por ejemplo comenzar por La Paz y sus aldeas vecinas, Loma
Bola y Las Chacras, son pequeñas gemas en el camino, muy cerca de Merlo (San Luis). La primera se destaca por su Capilla de San Juan de las Talas (de 1720) y su contexto de 1800, en el que no faltan caballos y sulkys para trasladarse a lo de la comadre por unos mates. Ambas son famosas por sus hierbas medicinales. Hacer el recorrido por los que saben curar con yuyitos, es un interesante paseo.
La Población, Yacanto y San Javier, tres graciosos poblados casi sin límite visible. Entre algarrobos y talas, se enorgullece de sus calles de tierra y de los aires que antaño le dieron los gringos que las eligieron como zona de veraneo para sus pieles blancas. Estilo inglés y adobe conviven con las piedras de la zona y las maderas nobles que supieron conseguir; los rasgos de los aborígenes de la región en artesanías y en algunos platos que bien vale la pena descubrir. Imperdible la iglesita de San Javier y tomar algo en uno de sus bares de otros tiempos. Para los aventureros, los ascensos al Champaquí.
Yacanto y su emblemático hotel da otras razones para seguir por allí: golf quizá o tal vez un té a las 5. Para un lado u otro de la Ruta 14 y luego en el empalme con la 20, los artesanos están presentes. Abren talleres y ateliers, muestran lo suyo y siempre guían al que pasa. Encontrará trabajos en cuero, cerámica, alfarería, madera, telar, orfebrería, también mermeladas, licores y aceite de oliva.
Las Rabonas es otro alto en el circuito, con paisajes bucólicos que hacen olvidar de Sabella y sus 23. Hay restaurantes rurales para degustar los placeres locales como quesos de cabra y truchas -de tambo y criadero que también pueden conocerse- y más tarde la merecida siesta cerca del lago. Las Calles está a poco. Allí vivió Luca Prodan: la licorería Eben Elzen lo recuerda. Para seguir probando todo lo que hay alguna cervecería está cerca. Los sabores artesanales se alejan de la bebida de los estadios brasileños que siguen con la meta de olvidarse del mundial.
Más tarde o más temprano se llega a Nono con su fisonomía de pueblo. La iglesita frente a la plaza, la feria de artesanos, las cuadras largas y calles anchas del siglo XIX. Muchos eligen esta locación para hacer base. Hay numerosas alternativas de diversos precios, desde $ 450 para 2 y $ 650 para 4 hasta posibilidades con más servicios y atenciones.
Las bicis y los caballos son moneda corriente para moverse por los locales de productores locales y seguir degustando Traslasierra. Trekking y excursiones de aventura, otras opciones. El Museo Rocsen, reúne colecciones de incoleccionables de todo el mundo, hay que verlo.
Purmamarca, joya quebradeña
Embeberse en los impactantes paisajes quebradeños no da trabajo. Es una resultante de quien pisa esos parajes jujeños. A poco de salir de San Salvador la ruta ya anuncia junto al río, quebradas y nuevos tonos, y otro poco más. Como por un hechizo antiguo, el Cerro de los Siete Colores anuncia que enfrente está Purmamarca. Pasada obligada de ida y vuelta de los que quieren conocer la Quebrada, la ida por el ímpetu, el regreso porque nadie escapa de su imán.
Las tonalidades terrosas predominan en el ambiente, pero el muro de la iglesia y del antiguo cabildo como de algunas moradas irrumpe en blanco, como las camisas de los que van a misa. Luego todo el arco iris se hace presente en los tejidos que abundan en la feria de la plaza, en las muñequitas realizadas con semillas que lucen coyas vestimentas; en los gorros que los turistas llevarán a casa y en los adornos de las llamas, ésas que posan para la foto.
La pequeña Purmamarca fue fundada a principios del siglo XVII, allá arriba, a 2.192 m.s.n.m. con adobe, maderas de cardón y tortas de barro, y aún sigue así. Ahora hay alojamientos boutique que emulan las casas de antes pero son nuevos, no rompen la fascinación, eso es lo bueno. Este enclave por su pureza, por su silencio, por la cercanía al cielo, es genial para abstraerse de lo mundano y de los mundiales.
Aunque esté de paso no se prive de ingresar a la Iglesia Santa Rosa de Lima, levantada en 1648. En su interior hay bellísimas imágenes cusqueñas de los siglos XVII y XVIII. Antes de ingresar verá el famoso algarrobo de Purmamarca, un árbol de más de tres siglos que ve pasar la historia bajo sus ramas. Dicen que allí pasó sus últimos días el cacique omaguaca Viltipoco antes de ser emboscado por los españoles, hacia 1594. También con su protección, más de dos siglos más tarde, descansó Belgrano en tiempos del éxodo jujeño. Allí sigue viendo a los chicos que, con guitarra y buena onda, cantan algo para bancar su viaje, a los copleros que cantan pal Carnaval, a los cientos de turistas que cada día arriban y quedan sin aliento, más por la belleza que por la altura.
Hay que probar las tortitas con jamón y queso que hacen en cada esquina en parrillas improvisadas en tachos de 200 litros; las empanadas de todo, la humita también. Luego que hay que dejarse seducir por las alturas, por sus gamas cromática, por los aromas y la humildad de su gente.
Si sigue hacia los otros poblados de la Quebrada inexorablemente deberá pasar por Los Colorados, un tramo de la ruta que le hace honor a su denominación. Son 3 km aproximadamente de caprichosas formaciones rojizas con la lejana huella del río y algún sauce o un conjunto de álamos que anuncia una morada.
De ida o de vuelta y antes de la bifurcación hacia Purmamarca se puede virar hacia las Salinas Grandes. La cuesta es severa pero vale la pena ascender a los 3.450 metros sobre el nivel del mar para ver el universo blanco, llano, solo interrumpido por los piletones turquesa signos de las extracciones, y un viento gélido que no deja nada en pie.
Del mundial nadie se acordará, quizá alguien vocifere sobre algún resultado, pero pasará, como el viento.