Una escalera, Frida y la pirámide del sol

Una escalera, Frida y la pirámide del sol
Una escalera, Frida y la pirámide del sol

En 2010 llegué a Guadalajara para participar de un encuentro donde cada facultad invitada, de acuerdo a una consigna preestablecida, debía presentar una versión de una obra, en ese caso "Macbeth y Lady Macbeth", de un dramaturgo peruano.

Se trataba del encuentro que organiza la Red Latinoamericana de Creación e Investigación Teatro Universitaria de la Universidad de Guadalajara, con nueve casas de altos estudios de Chile, Argentina, Perú, México y Colombia.

A mí me tocaba dirigirla, usando como objeto central una escalera. Pensaba que en cualquier teatro habría una escalera, pero no, me equivoqué: allí en ese teatro no había. A dos días de mi presentación, no encontré o no pude comprarme una, así que fui a la Facultad de Artes y busqué por los pasillos a un carpintero.

Me presentaron a José, con él fuimos a comprar madera y nos pusimos a construir una escalera en un día.

Yo misma me coloqué un jogging gastado y me puse a lijar madera en el jardín de la universidad. No tardé en ser el centro de los comentarios del resto del encuentro pero, después de un arduo trabajo, la escalera quedó lista y pude presentar la obra.

En aquellos 20 minutos de duración, los actores subían y bajaban y comencé a escuchar crujidos de grietas. Pensé con pánico, en varios momentos, que la escalera se iba a derrumbar y ya veía a mis actores, Fede Gonoldi y Diego Flores, caer con ella. Pero todo funcionó sin incidentes.

Y allá quedó la escalera. Nunca supe qué fue de ella.

La otra parte del viaje por el DF incluyó una visita, una especie de procesión con aire ritual.

En 1996, protagonicé "Frida, un vuelo inmóvil" con la dirección de Víctor Arrojo, una de las obras más movilizantes que haya hecho.

En el barrio de Coyoacán fui a visitar la Casa Azul de Frida Kahlo, para que de alguna manera pudiera clausurar un proceso interno y personal que se había disparado desde aquella obra.

Allí me impresionó ver la cocina, el corset, los cuadros, la cama con el dosel donde ella se pintaba así misma. Allí también se palpitaba el amor hacia Diego Rivera y el dolor que le provocaba su condición física tras su accidente de tránsito en 1925.

Eso fue totalmente conmovedor para mí.

Es que en aquella época de investigación para interpretar a Frida había estudiado su diario íntimo, sus cartas y sus fotos. El cónsul de México incluso me había prestado libros. Me acuerdo que Mario Mátar había compuesto la música de la obra y terminó ganando premios.

Tenía mucha información desde lo racional y lo emocional y entonces allí en la casa de ella,  las sensaciones se multiplicaron.

Sincronicé con cosas que ella había pensado, con sus frases como "Quiero vivir y no sobrevivir". Frida transformaba el dolor en un acto creativo, deslizándose diariamente entre la muerte y el deseo de vivir.

Ella defendía la concepción del artista como un alquimista, que se hace cargo del dolor y le mete para adelante. Por eso las frases de la obra se resignificaron en cada paso, mientras caminaba por aquellos pasillos y observaba cada una de sus habitaciones.

Para coronar el viaje, subí a la pirámide del sol, en Teotihuacán y, en lugar de desear algo, como se supone tradicionalmente que se hace, yo agradecí.

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