¿Hasta dónde va a llegar la escalada contra Lan Argentina? La presidenta Cristina Fernández afirmó esta semana en Montevideo: "Permitimos realizar vuelos de cabotaje a aerolíneas extranjeras, cosa que no es recíproca en otros países".
¿A qué se refiere?
Al parecer, ningún asesor le ha avisado que desde el 18 de enero del año pasado, Chile ha puesto en marcha una política unilateral de cielos abiertos, conforme a la cual, cualquier empresa del mundo puede instalarse en Chile y servir el transporte aéreo de cabotaje de cargas y pasajeros.
Al anunciar la medida, el entonces ministro de Economía chileno, Pablo Aloguer, señaló que se apuntaba a mejorar la calidad y los precios del sector. De este modo se procuraba ofrecer más y mejores servicios para los usuarios.
Con estos antecedentes, cuesta entender el "relato" de la presidenta Fernández. Y mucho menos sus decisiones de entorpecer la gestión de Lan Argentina y subsidiar a Aerolíneas.
Mientras el Estado golpea a Lan, subsidia a su competidora, la línea de bandera de la Cámpora. Desde su estatización en 2009, hasta febrero de 2013, el Estado subsidió a Aerolíneas con 3.500 millones de dólares. ¿Qué significa esa cifra? Muchas inversiones públicas se dejan de realizar para destinar esos fondos a La Cámpora. Pero vale la pena dar un ejemplo.
Con 3.500 millones de dólares se financia la construcción de la red de Trenes Subterráneos del Area Metropolitana de Mendoza o el Metro de Mendoza, con sus tres líneas. La Línea 1, debajo de la Avenida San Martín, une las plazas departamentales de Godoy Cruz y Las Heras con estaciones en Hospital Español, Arizu, Morón, Lavalle y Alameda, entra otras. La Línea 2, debajo del eje Juan B Justo-Avellaneda-Lavalle-Carril Godoy Cruz, une San José con la Universidad Nacional de Cuyo.
La Línea 3, debajo de Hipólito Yrigoyen y Brasil, enlaza Dorrego con el Barrio Bombal. Una red de 35 kilómetros de extensión, con 35 estaciones. Una mejora de la calidad de vida de 1.000.000 de habitantes del Gran Mendoza. Un servicio para transportar siete millones de pasajeros por semana. Avances significativos para bajar la contaminación ambiental, el estrés y los accidentes. Un ahorro de dos horas diarias en tiempos de viaje. Una ciudad de primer mundo.
Eso es lo que se ha perdido por subsidiar a La Cámpora y su empresa aérea.
¿Quiénes piensan así? Los líderes socialistas de América Latina razonan de esa manera. Es lo que pensaron los presidentes de Brasil y Uruguay, Lula y Pepe Mujica respectivamente, cuando dejaron caer a las empresas aéreas Varig (2006) y Pluna (2012). Se trata de dos empresas emblemáticas en sus países.
Varig se fundó en 1927 y Pluna en 1936. En ambos casos, las empresas apelaron a los gobiernos para salvarse, pero los presidentes socialistas consideraron que no era correcto gastar recursos del Estado para mantenerlas artificialmente con vida.
Cristina se distancia de los dirigentes de Brasil y Uruguay, al insistir con los subsidios Aerolíneas Argentinas; también se diferencia de Chile. El presidente de este país, Sebastián Piñera, durante varios años fue accionista importante de Lan; el criterio que usó para gestionarla fue el estricto gerenciamiento profesional; la plana mayor de Lan Chile se integró por criterios profesionales, trayectorias y experiencias.
Así se construyó una de las más prestigiosas empresas aéreas de América y el mundo. En cambio Cristina designó en Aerolíneas a sus militantes, muchos de los cuales, comenzando por Mariano Recalde, no saben por qué vuela un avión. El criterio para acceder a esos cargos no es la excelencia profesional sino la intensidad en la militancia.
Lo de Aerolíneas parece más bien un capricho de la presidenta; una obsesión arbitraria, por la cual está dispuesta a atravesar todos los límites de lo razonable. Por un lado, desfinancia el Estado y posterga obras de alto impacto social, para mantener los flujos de subsidios a una empresa mal gestionada.
Por otro, no duda en poner en peligro las precarias relaciones con el Mercosur, al herir a su competidora, Lan Argentina, aún al precio de violar contratos vigentes sin motivos justificados. Todo por sostener al principal ícono de su poder.