Esa tarea sin descanso de acercar el diario a cada uno de los vecinos

Sin su madrugar constante, de lunes a domingo y antes de que salga el sol, el diario sería un imposible. Los canillitas han sido personas importantes para Los Andes, que hoy cumple 131 años de vida y sus historias también son parte de las páginas de p

Esa tarea sin descanso de acercar el diario a cada uno de los vecinos
Esa tarea sin descanso de acercar el diario a cada uno de los vecinos

El día a día del progreso

Si hay un canillita conocido en la zona de La Puntilla, ése probablemente sea Carlos Prosetti, de 60 años, quien con voz animada y tranquila cuenta cómo ha sido su vida, cómo cambió, desde el momento en que empezó a repartir diarios en este distrito de Luján de Cuyo. 
El hombre asegura que la vida junto a Los Andes ha sido muy buena. "Comencé en el año '80. Recuerdo que por ese entonces le hacía el reparto a Don Privitera. En aquel momento recién me había casado y el trabajo me permitió comenzar a construir mi casa junto a mi mujer, Juana Chávez", relata Carlos, a quien recomiendan como excelente persona y trabajador.

Pero no sólo pudo construir y terminar su hogar; también fue la fuente de ingresos que le abrió el horizonte y le permitió comprarse autos, viajar y ser el sostén para que sus tres hijos se recibieran de ingeniero, contadora y artista plástico, respectivamente.

“A los 14 años tuve que empezar a trabajar con una camioneta, y desde ese entonces no paré. Andaba por el Valle de Uco y la zona Este desde muy temprano. Después agarré el reparto y, por suerte, ya estaba acostumbrado a madrugar. Ya se me hizo carne esa forma de vida”, describe.

Con seis décadas encima y tres dedicadas al reparto de diarios, es evidente que la colección de anécdotas imperdibles son cientas. Algunas de ellas, rescatadas por Carlos, involucran a sus clientes de toda la vida, pero el más recordado para él es “el Tano”, un cortador de carne muy conocido en Flor de Cuyo, que lo esperaba atrás de la puerta desde las 4 de la mañana para recibir las noticias del día. “Heredé clientes que ya tenían 40 años de comprar el diario y que han ido falleciendo”, dice.

Otro de los recuerdos curiosos es que en varias oportunidades se quedó dormido arriba de la moto mientras hacía el reparto. “Por suerte no me ha pasado nada grave. Salvo una vez que me asaltaron, me sacaron la moto y me golpearon, cuando iba frente al Calvario. Pero es la único malo que tengo para decir”, indica.

Como conclusión general de su experiencia como canillita, Carlos dice que este trabajo ha sido su salvación y que las patinadas y nevadas que ha tenido que soportar en invierno, bien valieron la pena.

Un oficio familiar

Dora Olguín es la fiel representante de una tradición familiar que comenzó hace 30 años con su padre, Luis, y que hoy continúa con su pequeña nieta de diez años. “Hace 30 años que tenemos un puesto fijo en Ugarteche. Mi papá lo heredó de un hombre que se fue a San Juan y desde ese entonces todos hemos trabajado en el reparto de diarios”, indica la mujer y agrega que aunque a veces se sienten cansados de las labores, Los Andes es parte de la historia familiar.

"La verdad es que desde que empecé a leer el diario siempre ha estado en mi casa. Cambiando, mejorando y aunque ahora no se vende como antes, abrimos nuestro puesto a las 7 de la mañana para dedicarnos a esta profesión", subrayó la mujer. 
Don Luis, fallecido hace 17 años, hacía el reparto a pie, con sus perros a diestra y siniestra y era uno de los canillitas más conocidos de la zona.

“Aunque tenía bicicleta o auto, él quería hacerlo caminando. Es más, cuando le dio el ACV, antes de fallecer, estaba trabajando y sus últimas palabras fueron que ningún cliente se quedara sin su diario”, relata la mujer y agrega que cada vez que ella ve a un viejito con los diarios bajo el brazo les dice a sus hijos que es su abuelo haciendo el reparto.

Dora dice que es un trabajo que no tiene domingos ni feriados ni vacaciones, pero que el trato con los clientes es una de las mejores cosas que le ha dejado. Don Federico Sánchez, Don Zabala o Don Carlos Candioto están en la lista de clientes de toda la vida. “Teníamos un cliente, Don Echegaray, que cuando se iba de vacaciones pagaba un mes de diario por adelantado, y cuando volvía se los leía todos”, apunta.

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