Carolina Otta (34) abre la puerta de su casa e invita a pasar a su interior. Sabe que otra vez, como en tantas oportunidades anteriores, deberá revivir ese momento que le cambió la vida. Tendrá que contar la historia de un -mal llamado- accidente de tránsito. No es un cuento feliz.
Y hoy no es un día cualquiera para ella: se conmemora el Día Mundial en Recuerdo de las Víctimas de Accidentes de Tránsito. Según la ONG Luchemos por la Vida, en nuestro país se calculan en 150 mil en los últimos 20 años. Ninguna guerra, ni catástrofe o desastre natural ha producido semejante tragedia.
Por eso, Carolina ofrece su testimonio. Sentada junto a la mesa de la cocina, sonríe resignada. La mujer de ojos azules sabe de peleas en el quirófano -y en la vida-, de charlas médicas interminables, de psicólogos y de llantos de impotencia. "Yo creo que es más 'ventajoso' morir en el accidente que padecer", dice con una crudeza que propone silencio.
Hace dos años y nueve meses, Carolina y su pareja, a quien no nombra durante toda la charla, guardando ese pedacito de intimidad que prefiere sostener en medio de tantas invasiones a su cuerpo, habían decidido viajar a Chile para cambiar de aire, relajarse en unas vacaciones merecidas y ver alguna posible oferta de trabajo. También, aunque ya vivían juntos, iban en busca de una estabilidad económica que aquí en Mendoza no tenían asegurada.
Ese domingo 20 de febrero quedará en su memoria para siempre. Un día antes, habían ido a festejar un cumpleaños al departamento de Junín, para partir al día siguiente rumbo al país trasandino.
"Veníamos por un carril hacía Maipú. En un cruce, íbamos a doblar y venía un auto de frente, por el carril contrario, que zigzagueaba. El conductor venía dormido, o no sé. Creo que estaba apoyado contra la ventanilla. Nos impactó de frente", relata Carolina, quien participó en los videos sobre prevención vial difundidos por el gobierno provincial en la campaña Vida y Vuelta.
Tras el terrible choque y la tragedia que dejó, los estudios forenses determinaron que el conductor que lo causó estaba alcoholizado.
Los que quedan
"Después no me acuerdo de nada", dice tranquila, y a veces parece que contara la historia de otra persona. Como resultado del incidente fallecieron ambos conductores y ella pasó los cuatro días siguientes en coma y alrededor de 20 en terapia intensiva, luchando por su vida. "Rogaba que llegara la hora de los calmantes, porque a veces no podía más con el dolor", describe, y a pesar de todo, ofrece una sonrisa amistosa.
Carolina plantea que lo esencial es comprender qué les pasa a los que quedan, a quienes sobreviven a las víctimas. Ya sean familiares, novios o amigos. "Hay que llegar al punto de pensar más en los familiares, en los amigos, en los hijos. Tenemos que pensar que también hay otros. Y no vale la pena hacerlos pasar por estas cosas", afirma la mujer que es miembro de Voluntarios en Red, un grupo que busca alertar y concientizar sobre este flagelo mundial.
Con sinceridad brutal, agrega: "No tengo consejos para dar. Pero yo ahora me tengo que preocupar por una ortopedia, por los médicos, por averiguar adónde te podés atender. Se trata de tener el corazón en la mano para poder ver el daño que podés causar. No podés hacer nada de lo que antes podías hacer".
La fragilidad de los cuerpos
Al escuchar a Carolina se llega a sentir vergüenza por las preocupaciones cotidianas, que aparecen como infantiles al lado de lo que ella ha vivido y aún vive. Luego del choque, la mujer ha tenido que visitar a infinidad de especialistas.
Politraumatismos graves; hemorragias en la cabeza; lesiones en el oído; fracturas múltiples, en maxilares, coxis, pelvis, fractura expuesta de pie y rodilla; contusión pulmonar; desplazamiento de piezas dentarias; perforación de intestino y consecuencias físicas y mentales posteriores fueron las secuelas de ese trágico día.
Sin contar la pérdida de su pareja. "A los dos meses me enteré que él había fallecido, porque no me lo querían decir antes para cuidarme. Yo también estaba muy grave. Cuando me lo contó una psicóloga no reaccionaba, porque en ese momento hasta pensaba que podía volver a trabajar normalmente", dice con un estado de ánimo admirable, aunque agrega: "Cuando me miré al espejo pensaba en qué habíamos hecho para merecer esto, qué había hecho yo para que me pasara lo que me pasó. He llorado a mares".
Después, para volver a caminar debería atravesar largos meses en una silla de ruedas, luego sobre muletas y también ayudada por un andador. "Ahora no puedo estar mucho tiempo parada. Pero al estar en esta situación me di cuenta de la cantidad de gente que está como yo y las cosas que uno tiene que pasar por no tener una vida normal".
La solidaridad
Cuando ocurrió el trágico incidente, Carolina había renunciado informalmente a su trabajo de moza y cajera en un café de la Peatonal. Por suerte, tras este hecho, su antiguo empleador decidió olvidar esa renuncia para que ella pudiera acceder a los beneficios de la obra social.
"Yo no sé qué hace la gente a la que le pasa esto y no tiene obra social, porque el dinero que se gasta es impresionante", dice, al tiempo que cuenta que los clientes tradicionales del lugar juntaron dinero para colaborar con ella. "La gente me demostró lo que me quiere", agradece.
Para finalizar, aunque miles de detalles quedan flotando en el aire, Carolina reflexiona: "Yo no puedo vivir el hoy, porque tengo que pensar en el mañana. Porque pasa el tiempo, por ejemplo, y no podés tener trabajo, porque nunca te llega el alta médica. No podés planificar un viaje porque nunca sabés cuándo vas a tener una operación". Y cierra: "Pero te quedan dos opciones: o no hacés nada o salís a pelearla".
Y Carolina optó por la segunda opción. Es una mujer que, sin pudor, con su esfuerzo y coraje bien ganados, da el ejemplo para que nadie más tenga que pasar por lo que ella ha pasado. Es una invitación a seguir viviendo.
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