Un chico argentino gana una cifra millonaria en una competencia de deportes electrónicos y, entonces, la gente se horroriza, demoniza a los padres del adolescente y sale a hacer una cruzada contra los videojuegos. Al parecer, el “pecado” es jugar varias horas al día a algunos de los títulos. La pregunta es ¿cuánto tiempo le dedica esa gente a su trabajo? En el caso de estos chicos, el juego es una profesión y ellos se preparan para hacerla de la mejor manera. No sólo están encerrados en una pieza, hacen ejercicios, estudian. Como cualquier deportista.
Es fácil quedarse en la postura, arcaica, de que los chicos que están metidos en el juego se convierten en personas poco sociables y embrutecen. Una afirmación que viene desde el desconocimiento. Los chicos juegan en equipo, arman estrategias, se comunican. La vida misma. Es más, los ayudan ser personas competentes y lidiar con la frustración, porque aprenden que se puede fallar y volver a empezar, algo que muchas veces la sociedad no enseña. Todos los que defienden esa postura seguramente nunca entraron a conocer lo que es “Fortnite” o “League of Legends”, por dar dos ejemplos.
Estudios científicos aseguran que los videojuegos estimulan el cerebro e incrementan su capacidad de procesar información y sus habilidades a la hora de resolver problemas en un 20%. Hay otros que aseguran que producen el mismo efecto que un libro y ¿hay alguien que podría hablar mal de los beneficios de la lectura? Y otra duda, ¿no es nocivo pasar ocho horas del día leyendo solo en tu habitación?
Pensar que la tecnología es nociva es abonar la teoría de que los ciudadanos no saben pensar y entender la diferencia entre la realidad y la ficción.