Lionel Messi está sosteniendo todo. Y a todos. No es novedad, pero sí preocupa que no haya respuestas grupales cuando para la próxima Copa del Mundo apenas falta poco más de catorce meses. Es Leo o no será Argentina. Duro y descarnado. Y todo debe pasar por él para que se produzca un revulsivo que saque al equipo del amesetamiento y la anomia. Tampoco ésto es una sorpresa. La Selección sigue sin dar respuestas colectivas y sólo un destello individual de su nave insignia parece ser el único salvoconducto para desembocar en un hecho positivo. Ni siquiera se necesita que el crack produzca una performance premium: sus apariciones bastan para marcar una diferencia sideral con el resto. Por algo es quién es. Y a esta altura ya ni siquiera debiera preocuparse ante la injusticia por las críticas recibidas en tiempos pretéritos. Ésto ya desapareció por imperio de las circunstancias. Sin el diez no hay nada. Y nada de nada.
Leo es la gran referencia de este seleccionado argentino. No está contento con que así sea. Su propia formación futbolística le hizo aprender que el paradigma de aquél fabuloso Barcelona de Pep Guardiola era el de saber cómo adaptarse a un esquema en el que el equipo primaba por sobre lo individual. Con intérpretes de una extraordinaria jeraquía - por caso Xavi, Iniesta, Busquets, Puyol y Piqué- la Pulga fue encontrando un ámbito ideal para su desarrollo personal. Llegó al techo del mundo a partir de ser parte ejecutante de un sistema que necesitaba que cada integrante diera su aporte como si fuera parte de una orquesta sinfónica. Todos para uno y uno para todos. Y sostenido por un volumen de juego exquisito en lo que fue para muchos el mejor equipo de club de todos los tiempos.
En la Selección, Messi atravesó etapas de diferente signo con José Pekerman, Diego Maradona, Sergio Batista, Alejandro Sabella, Gerardo Martino y actualmente con Edgardo Bauza. En ninguno de estos ciclos se sintió tan cómodo como en el Barca. Hasta tuvo un foco disruptivo en pleno Mundial 2014, cuando expresó en una conferencia de prensa que se sentía más acompañado con una forma de juego que con otra. Esto ocurrió el día siguiente al debut victorioso en el Maracaná, cuando Argentina venció 2-1 a Bosnia Herzegovina. El astro apareció de repente ante los periodistas y expresó que el esquema escogido para el segundo tiempo le había resultado mucho más positivo que el del primero. Toda una señal que 'Pachorra' supo decodificar a tiempo, al punto de haber llegado a la gran final.
¿Siente comodidad Messi con el esquema base de fútbol que plantea el Patón? ¿Se lo querrá decir al DT a puertas cerradas y sin micrófonos cercanos? ¿Se lo habrá dicho y la prensa ni siquiera se enteró? ¿Querrá decírselo si es que aún no lo hizo? Todos interrogantes que el propio futbolista tendrá que ir despejando porque las eliminatorias ingresaron en su recta final y los disgustos o desavenencias pueden hasta provocar un efecto dominó indeseado en la marcha hacia Rusia 2018.
Por lo pronto, Leo supo leer los momentos clave del partido contra los trasandinos y tomó decisiones generalmente correctas. No sólo las lucidas como durante casi todo el primer tiempo sino también las que la situación ameritaba, por ejemplo la de correr paralelo al lateral con la intención de llegar con la pelota hasta el banderín del córner y así descomprimir a sus compañeros en un momento signado por la zozobra.
Messi es gravitante hasta incluso cuando no está en contacto con la pelota. Y ahí radica por qué es un futbolista imprescindible. Sus compañeros lo buscan y él ya se anticipó a los hechos para colaborar con el conjunto. Sin vedettismo ni egocentrismo, supo ganarse su lugar en el mundo y los cinco Balón de Oro son prueba suficiente de su categoría de nivel top. Un único deseo del inconsciente colectivo argentino es el que cada vez deja de estar latente para convertirse en manifiesto: que ni siquiera se resfríe o tenga un ataque de tos. Leo es la salud de esta Selección. Sin él, todo parece transformarse en tóxico.
