De las muchas acciones que en estas últimas semanas han vuelto a demostrar el carácter psicopático del kirchnerismo (desplantes al presidente electo, negativa a transferir la información necesaria para el traspaso, llamado de los marginales de siempre a "resistir" a un gobierno democrático, tentativa de copar miles de puestos estatales, aprobación de 96 proyectos de ley en una sola votación por parte de un Congreso deslegitimado), acaso la mayor es la que ha apuntado a dejarle al gobierno de Cambiemos un campo minado, los ojos vendados y las manos atadas.
Hablo de la economía argentina y del Modelo de Acumulación de Matriz Diversificada con Inclusión Social -Mamadis-, que después de una década de formidables vientos de cola deja una economía soja-dependiente con índices sociales similares a los inicios de 2001 y cuya única acumulación ha sido la de mentiras del Indec y delirios presidenciales. No contentos con la hazaña, la exitosa campaña del miedo sciolista ha tenido un doble objetivo: 1) sumar votos de los que aún creen que quienes causan los problemas son los más indicados para solucionarlos, y 2) transformar el gabinete económico de Cambiemos en un ajedrecista en zugzwang, en la que cualquier movida empeora el resultado.
Tomemos la variable cambiaria, meneada con tanto entusiasmo durante la campaña por el Partido Populista responsable del mayor atraso cambiario de la Historia argentina, la Convertibilidad 1a1, y de la mayor devaluación de la Historia, el "de 1a1 a 4a1" de Duhalde-Remes Lenicov.
Si Alfonso Prat Gay decidiera en diciembre alguna forma de devaluación, progresiva o rápida, gradual o brutal, completa o segmentada, los militantes de "La Patria es el otro" tardarían cinco minutos, cinco, en calificar como "brutal ajuste que pagan los trabajadores" a lo que ayer nomás llamaban "políticas de protección del empleo y cambio competitivo". Pero si el Gobierno entrante se decidiese por la continuidad del actual tipo de cambio, el kirchnerismo tardaría diez minutos, diez, en denunciar la vuelta de la Convertibilidad y el atraso cambiario, impuesto por los monetaristas amigos del FMI para desmantelar a la industria argentina.
Es el psicópata, amigos, y sus posibilidades de éxito no son pequeñas en un país adicto a las fiestas y reacio a pagar la cuenta. En este sentido, el cepo cambiario y los subsidios a la energía comienzan a tener en 2015 las mismas características que la Convertibilidad tuvo en 2001: todos quieren que se terminen sus consecuencias recesivas pero nadie quiere asumir los costos de terminar con ellos, a pesar de que es cada día más evidente que continuar por el camino actual conduce al precipicio y a ajustes socialmente regresivos como los que vivimos en 2002, cuando la pobreza pasó del vergonzoso 38,3% de la Alianza neoliberal al glorioso 57,5% del populismo duhaldista que salvó a la Patria…
Quien describió la situación económica argentina con más precisión fue Jorge Fernández Díaz, quien en su último editorial la caracterizó como "paciente casi asintomático que marcha hacia un infarto masivo pero que, con un tratamiento eficaz, puede salvar el pellejo". Para hacerlo, sin embargo, las expectativas y los estados de ánimo son fundamentales, y en ese sentido, mucho me temo que la euforia desatada en buena parte de la población por la derrota del kirchnerismo y el triunfo de Cambiemos sea una pésima consejera.
La única verdad es la realidad, dijo uno de cuyo nombre no quiero acordarme. Conocer la situación que nos dejan doce años de kirchnerismo y veinticuatro sobre veintiséis de administraciones peronistas de la economía argentina parece hoy fundamental para que el enfermo casi asintomático entienda la situación en que se encuentra, se despida del cigarrillo y de las expectativas triunfalistas que le auguran otro paraíso fácil a la vuelta de la esquina. Ojalá comprenda que -en el mejor de los casos- nos espera un aterrizaje suave (un soft-landing) seguido -quiera Dios- de un crecimiento razonable y a largo plazo, con desarrollo y no sólo hinchazón, y con redistribución social y no sólo derrame populista, que es lo que tuvimos de 1991 a 1995 y de 2003 a 2007.
Cuando un gobierno sucede a otro gobierno no existe el beneficio de inventario que en el plano privado protege a los herederos de las deudas contraídas por sus antecesores. El único beneficio de inventario de que dispone hoy el gobierno de Macri y quienes creemos que es una buena oportunidad, pero acaso la última, es el de explicitar con claridad y responsabilidad la situación que deja el Mamadis, Modelo de Acumulación de Mitos, Abstracciones Delirantes e Invenciones Sistemáticas.
Comencemos por el sector cambiario, terreno donde la herencia kirchnerista ha sabido combinar lo peor de la tradición ortodoxa y heterodoxa. En efecto, en los Ochenta inflacionarios carecíamos de moneda pero al menos el cambio era competitivo y permitió pasar la híper sin que la desocupación se desmadrara. Y en los Noventa hubo atraso cambiario y la desocupación era altísima, pero al menos existía una moneda.
Y bien, la herencia kirchnerista combina lo peor de ambos escenarios: un país sin moneda, con una de las tres mayores inflaciones del mundo y cuyo billete de máxima denominación vale siete dólares, por el lado heterodoxo, y con un atraso cambiario ortodoxo que ha rescatado dos postales históricas del final de la época convertible: las economías regionales devastadas y los diálogos entre argentinos en las cajas de los shoppings de Miami.
¿La desocupación? Bien, gracias. Si salimos de la encerrona mental del Índice de Desocupación, que no mide el número de desocupados sino el número de desocupados que buscan trabajo, la situación de la Argentina que tuvo diez años de dólar por el piso y soja por las nubes es igual a la de la España que vive su peor crisis económica del post-franquismo. En breve, la proporción de argentinos en edad laboral que carecen de trabajo es similar a la de España. Si el famoso Índice de Desocupación nacional es entre tres y cuatro veces menor que el de España es porque sólo uno de cada doce argentinos en edad laboral sin trabajo busca empleo, contra uno de cada 3,5 españoles.
El kirchnerismo no bajó el índice de desocupación generando empleo sino disminuyendo la propensión a trabajar vía planes sociales y salarios de entrada al mercado laboral miserables y en negro. No fue magia, pero le anduvo cerca.
Tampoco es mejor la situación social en otros planos. A pesar de la Asignación Universal por Hijo, los planes No-trabajar (como los llama el compañero Moyano) y otras medidas parciales, todas las agencias creíbles señalan que entre diez y doce millones de argentinos son pobres, esto es: entre 25% y 30% de la población. El kirchnerismo deja en 2015, por lo tanto, un nivel de pobreza similar al que dejó el menemismo en 1999 (26,7%) y el país vuelve a atravesar el umbral del 25% de pobreza que sólo había atravesado con la hiperinflación y la Convertibilidad.
Aún peor, presenciamos niveles de degradación social jamás vistos; una proliferación de oficios marginales (lavaparabrisas, trapitos, manteros, cartoneros) y de NI-NI-NIs que ni trabajan, ni estudian, ni esperan hacerlo por el resto de sus vidas porque no han visto hacerlo ni a sus padres ni a sus abuelos. Tiene razón el kirchnerismo cuando dice que el principal problema de la Argentina ya no es la pobreza, pero no porque sea menor que en Alemania, como sostuvo el inefable Aníbal, sino porque el principal problema de la Argentina que deja la revolución nac&pop es la marginalidad y su impacto sobre la convivencia social y la seguridad ciudadana.
El estado de la macroeconomía explica bien las razones de tanta degradación social, desmintiendo la antinomia populista entre variables económicas y situación social que Scioli enunció con el slogan de "los números que cierran con la gente adentro".
He aquí los números: un país que no crece hace cuatro años, un Banco Central vaciado de dólares y lleno de bonos que nadie piensa pagar nunca, un déficit energético irrecuperable en el corto plazo, una infraestructura en la cual no se hizo una sola obra importante en más de una década y que a fuerza de falta de mantenimiento se cae a pedazos, una sociedad desgarrada por miles de muertes derivadas de inundaciones y accidentes ferroviarios y viales, un tercio de los trabajadores en negro, casi cuarenta por ciento de los menores de edad en la pobreza, un Indec que oculta todo esto y que será necesario reconstruir intentando minimizar los costos, un déficit fiscal fuera de control y que ya está en los niveles de desequilibrio que precedieron las grandes crisis argentinas, un país imposibilitado de acceder a los mercados internacionales por el default, diez mil millones de dólares anuales de deuda de un país supuestamente desendeudado que habrá que pagar en 2016 y en 2017 (sin contar los cerca de quince mil millones de compromisos ineludibles con los holdouts, cuyo valor total aún se ignora), unas economías regionales devastadas por la falta de transporte a costos razonables y el atraso cambiario, un país imposibilitado de acceder a los mercados internacionales y una Corte Suprema que acaba de decidir que el gobierno entrante se haga cargo de pagar los miles de millones que el gobierno kirchnerista les quitó a las provincias durante años.
¡Es la economía, estúpido! Es la economía porque sólo cuando la economía se cayó fue posible para el peronismo avanzar sobre la gobernabilidad de Alfonsín y De la Rúa. Que durante la última semana de la campaña electoral el Gobierno haya tenido que reducir a un tercio los encajes en dólares de los bancos, en una clara confesión de la fragilidad de las reservas, lo dice todo sobre el infarto masivo que Alfonso Prat Gay y el equipo económico están llamados a conjurar. Si mucho no me equivoco, a eso se refería Mauricio Macri cuando desde el búnker replicó el "Recen por mí" que pronunciara, el día de su asunción, el Papa.
"Yo estoy acá porque ustedes me eligieron; así que les pido: por favor, no me abandonen", dijo Macri en su primer discurso como presidente electo. Fue el anuncio de que no nos espera una nueva plata dulce sino el inicio del largo camino que conduce a las sociedades a la prosperidad y el ascenso social. Por las únicas vías razonables: las del esfuerzo individual y colectivo y el crecimiento económico sustentable. Después de muchas borracheras y resacas, acaso sea el momento de pensar que no nos vendrían mal cuatro años de trabajo y abstinencia.