Por Fernando Iglesias - Periodista. Especial para Los Andes - Autor de "Es el peronismo, estúpido. Cuándo, como y por qué se jodió la Argentina".
Después de un cuarto de siglo de corrupción por arriba y lumpenización por abajo, circulan hoy varias interpretaciones exculpatorias del peronismo.
La más insólita es que el peronismo no existe; tesis que se expresa en objeciones como “Es algo de hace mucho”, “Funciona como una franquicia para hacer negocios” o “¿Peronismo? ¿Qué es el peronismo? Para unos, una cosa. Para otros, otra”. La conclusión, en estos y otros casos, es la misma: el peronismo no existe.
Bueno es recordar que el de la no existencia es uno de los argumentos tradicionales que usa la mafia para defenderse, y que un tal Charles Baudelaire señaló que la mayor astucia del diablo es la de hacernos creer que no existe.
Después de todo, también el Club Atlético Boca Juniors es algo que viene de hace mucho, funciona como una franquicia para hacer negocios y es una cosa para unos y otra cosa para otros, sin que a nadie se le ocurra por eso sostener que no existe. Para muchos, Boca es un club. Para pocos, una fuente de trabajo o negocio.
Para unos cuantos, unos colores amados, y para otros tantos, unos colores odiados. De todo ello no se extrae la conclusión de la inexistencia de Boca Juniors sino el carácter polimórfico de su existencia y la índole polisémica del término “Boca Juniors”.
Como en el caso del peronismo, por otra parte, que acaso no exista pero ha gobernado este país más de la mitad del tiempo transcurrido desde su aparición oficial como fuerza política, y veinticuatro de los últimos veintiséis años.
Vayamos pues a la pregunta: ¿qué es el peronismo? Y bien, el peronismo es como la luz, que a veces actúa como onda y otras, como partícula, y que es imposible de comprender excluyendo cualquiera de sus variables comportamentales.
El peronismo es un fenómeno muy simple y a la vez de enorme complejidad que se ha prolongado más allá de las circunstancias que le dieron origen, lo que hace imposible identificar cualquier tipo de esencia. Sin embargo, pueden reconocerse algunas características que lo hacen único e inconfundible.
1- El peronismo es la corriente más importante del nacionalismo populista autoritario argentino, y como tal se ha adueñado del espacio que en países más afortunados ocupa la socialdemocracia. En Europa, los partidos socialdemócratas han tenido la virtud de encarnar las legítimas aspiraciones a mejores condiciones de vida de los trabajadores y a su voluntad de formar parte plenamente de la sociedad.
Lo hicieron sin dejar de lado, salvo excepciones circunstanciales y breves, a los derechos individuales, los principios republicanos y el pluralismo social y político.
Para no hablar del orgullo por el trabajo bien hecho ni de la independencia política de los sindicatos. Por el contrario, el peronismo ha visto siempre a las libertades individuales, las instituciones republicanas y el pluralismo como amenazas a su poder político y como limitaciones a la justicia social, y considerado a los gremios su columna vertebral al servicio de cabezas ajenas.
No se trató solamente de Europa. También la Sudamérica de los últimos años ha presenciado la aparición de fuerzas políticas de tipo socialdemócrata como el PT brasileño, la Concertación chilena y el Frente Amplio uruguayo. En la Argentina, no, y la razón es simple: el espacio socialdemócrata está ocupado por el nacionalismo populista, del cual el componente central es el peronismo.
Por eso Brasil, un país cuya sociedad comparte con la nuestra el mismo desapego por las instituciones y la ley, ha tenido a Henrique Cardoso, y nosotros a Menem; a Lula, y nosotros a Néstor; a Dilma, y nosotros a Cristina.
Aun en el caso del peronismo menemista, que abandonó el campo simbólico socialdemócrata para situarse en el liberal, tampoco faltaron las violaciones a la ley y el estado de derecho, la corrupción galopante, las presiones sobre la prensa, la generación de una Corte Suprema adicta y tantos otros sucesos que anticiparon lo que habría de pasar durante el kirchnerismo.
Que el peronismo kirchnerista haya dejado a todas y cada una de las aberraciones menemistas reducidas a jugarretas de aprendices no exculpa a Menem, ni implica que el peronismo sea extraño a tales estropicios. Más bien sugiere una relación de continuidad y una herencia ampliada dentro de la misma familia política, perpetuada en el poder después de las destituciones de Alfonsín y De la Rúa y sistemáticamente dedicada a medir sus gestiones con la vara de los abismos precedentes.
2- El peronismo es la fracción populista del Partido Militar argentino, el representante político de la “línea nacional del Ejército”, por oposición a la así llamada “línea liberal”. O, si lo prefieren, la fracción populista del nacionalismo autoritario argentino, cuya filiación comparte con el Partido Militar, su enemigo complementario; tan sanguinario en la batalla por el poder contra su socio como coincidente en puntos fundamentales de su concepción.
No sobra señalar las coincidencias entre el Partido Militar y el Partido Populista: la idea de la política como conflicto entre las fuerzas de la Patria y de la antipatria; la reducción de la política exterior a geopolítica; la percepción del propio grupo como encarnación completa de los valores nacionales; el desprecio por las libertades y los derechos individuales, por los partidos políticos y por las formas institucionales de la democracia liberal republicana; la concepción militarista de la política y de la vida, con sus opciones binarias amigo-enemigo y su lenguaje de campo de batalla (la conducción, la tropa, los soldados de Perón, los soldados del Pingüino, etcétera); la verticalidad; la idea de disputa por el poder reducida a lucha por el control de un territorio; el uso y abuso de los servicios de inteligencia; el empleo de la violencia como instrumento válido de la política; el empleo de las metodologías antidemocráticas de los golpes y las destituciones como herramientas para acceder al poder político y monopolizarlo. Para no hablar de las características comunes de muchos de sus líderes: la megalomanía, la paranoia y la perversión.
3- El peronismo es una oligarquía. Lejos de acabar con el carácter oligárquico del poder en el país, el peronismo se limitó a reemplazar a la oligarquía que lo detentaba con sus propios cuadros dirigentes.
Del monopolio del poder político oligárquico-conservador de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la Argentina pasó así al monopolio del poder político oligárquico-peronista de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, cumpliendo esa “ley de hierro” que describen Acemoglu y Robinson en su exitoso libro “Por qué fracasan los países”.
Por detrás del desprecio que aparentaban sentir por la “oligarquía vacuna”, los dirigentes peronistas experimentaron siempre una secreta admiración por ella, bien expresada por la imitación de sus hábitos de consumo, que los jerarcas peronistas adoptaban no bien accedían a recursos suficientes para permitírselos.
También ha sido notable su sistemática elección del más aristocrático de los barrios porteños, el de Recoleta, como lugar de residencia; fenómeno que abarcó desde Perón y Evita hasta Néstor y Cristina, pasando por el inventor del peronismo revolucionario: John William Cooke, y que alcanzó su culminación con la elección de su coqueto cementerio como lugar de descanso final de los restos de Eva Perón.
En el mismo orden de cosas, el de la ocupación del espacio arquitectónico creado por la oligarquía precedente, la primera y segunda líneas kirchneristas han elegido recientemente como lugar de residencia al barrio menemista por excelencia, el de Puerto Madero, en otra expresión de imitación de lo que públicamente se proclama despreciar.
Como dijo Bill Clinton: es el peronismo, estúpido. Abandonada la ambición de ser la negación de un sistema concentrador del poder y la riqueza, el peronismo se ha convertido en una oligarquía que acaparó el control de los principales recursos del país y los usó en su beneficio, y que en su decadente evolución ha violado todas y cada una de las reglas que necesitaba violar para mantener y acrecentar su poder y apoderarse del botín.
En este camino, devino una asociación de características mafiosas bastante parecida al PRI mexicano, otro partido nacido de una revolución popular convertido en élite que gobierna para sí misma.
Significativamente, la relación entre los dirigentes y empresarios afines al PRI y al peronismo se remonta hasta los extraños vínculos nacidos en el exilio montonero en México, como en el caso del segundo hombre más rico del mundo, Carlos Slim, con la familia Abal Medina. (Continuará)