Es difícil cuando nadie quiere pensar

Es difícil cuando nadie quiere pensar

Por Rodolfo Cavagnaro

En una sociedad tan dividida como la argentina, parece que pensar está prohibido, tanto para los oficialistas como para los opositores, que prefieren seguir abrazados a débiles dogmas sintetizados en algunas frases ingeniosas creadas para fijar conceptos pero vacías de contenido. Solo frases, y es más cómodo movilizarse detrás de una frase que analizar el panorama completo.

Esta semana se conocían datos que muestran que la economía argentina sigue paralizada. En el primer bimestre volvió a caer el consumo interno, único sostén del nivel de actividad, porque las exportaciones siguen paralizadas y con tendencia decreciente. La caída de la actividad industrial ya acumula 19 meses de caída consecutiva y las esperanzas del gobierno de conseguir dólares se van esfumando por las presiones del juez Griesa.

A pesar de ello, la presidenta Cristina Fernández sigue manteniendo un 45% de aprobación de su gestión, aunque sus ministros han caído a niveles muy bajos, como se pertenecieran a dos gobiernos distintos. Estos son datos de medición de opinión pública en general, donde, a pocos días de las elecciones, los indecisos son aún muy altos.

En el medio de este panorama, el martes pasado se llevó adelante un paro convocados por varias centrales sindicales, que contó con el apoyo estratégico de choferes de transporte público y de transporte de cargas. Con este concurso, los convocante se aseguraron que la mayoría no fuera a trabajar, aunque quisiera.

El reclamo es por el impuesto a las ganancias a los empleados en relación de dependencia, que es un mal impuesto, mal estructurado y, sobre todos, montado sobre bases atrasadas. Está tan mal diseñado que una persona que hoy gane 25.000 pesos y ganaba 14.000 al 30 de agosto de 2013 no paga, y otro que ganaba 16.000 y hoy gana 24.000 debe pagar casi 1.000 pesos mensuales, lo que lleva a unos 12.000 anuales, o sea, medio sueldo.

El problema es que los que se quejan por esto también presionan por los impuestos y por la inflación, pero no se quejan por los subsidios al transporte público (incluidos pasajes de avión), a la luz, al gas a los combustibles. Todos estos subsidios se financian con emisión monetaria y la misma es la causante de la inflación que devora, en términos de poder adquisitivo, una porción mayor que el impuesto a las ganancias, porque alcanza también a los más pobres, aunque no tributen el discutido impuesto

El planteo “bajen la inflación pero no nos quiten los subsidios” es parte del modelo voluntarista que prefiere no pensar y abrazarse a una frase que peque un poco. Los candidatos a la presidencia, hasta ahora, se refieren al tema en forma elíptica, sin abordarlo claramente, igual que los candidatos que en 1999 juraban mantener la convertibilidad, porque esa era la demanda popular.

Los ciudadanos no son expertos, los dirigentes deben clarificar la situación y arriesgar, pero en la medida que sigamos convalidando este sistema de elegir entre frase publicitarias que nos convenzan que podremos mantener nuestros privilegios, las pérdidas serán cada vez mayores, aunque los que las pronuncien aseguren que tienen sensibilidad social.

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