Luis Abrego - labrego@losandes.com.ar
Una idea obsesiona a Francisco Pérez desde antes de asumir: cargar con la responsabilidad de dejar “otra vez por ocho años” afuera del gobierno al peronismo y a “cientos de compañeros”, como alguna vez dicen ha confesado a sus allegados rememorando el triste rol que le tocó en 1999 a Arturo Lafalla, quien clausuró el exitoso período que para el PJ había iniciado en 1987 José Octavio Bordón.
Tal vez en ese temor se explique este fin de mandato plagado de zozobras y desprolijidades, intentando cubrir una retirada a todas luces mediocre, de la que el “Espíritu grande” es apenas una indolente ironía.
Durante años, Pérez se regodeó en el trastabillar de la Alianza como una manera de eludir sus responsabilidades cada vez que la oposición le señalaba sus errores.
Tal vez lo que nunca imaginó es que su salida podía ser -al menos desde lo económico- una postal tan cercana a aquel drama nacional con el que todavía se hace política chiquita; sin advertir que mientras tanto, similares problemas siguen inquietando para perjuicio de los mismos a quienes se dice haber liberado en la “década ganada”.
O sino que le pregunten al padre que le postergan una cirugía para su hijo en el Notti, o a la maestra “tercerizada” que apenas supera la canasta básica y cobró (o aún no) con retraso. O al chofer de colectivo que ve que su fecha de cobro se estira, o al municipal que ni siquiera sabe cuándo se hará efectivo lo que le deben de meses atrás, igual que a decenas de proveedores del Estado.
La calamitosa situación de las cuentas públicas que todo el oficialismo negó sistemáticamente quedó expuesta en esta semana “maldita” cuando probablemente como efecto del feriado de mañana y cerca del cierre de la primera quincena del mes, el Estado provincial no ha logrado cancelar sus obligaciones primarias.
Como contrapartida, es tan patética la ausencia de un gobernador que durante diez días se ha dedicado el cien por ciento de su tiempo a recorrer oficinas en Buenos Aires, entrevistarse con funcionarios nacionales de mayor o menor envergadura con una sola misión: lograr juntar moneda tras moneda para poder cumplir –al menos- con el pago de la nómina salarial de los empleados públicos.
Tal vez por todo lo que ello implica, Pérez no será recordado como el mejor administrador de esta provincia. Por el contrario, durante la campaña electoral, Alfredo Cornejo insistió que durante 2015, Mendoza no ha hecho casi nada más que pagar sus sueldos, sin embarcarse en obra pública significativa más allá del berretín de la Villa Olímpica, ni cumplir con el resto de sus obligaciones.
Mucho menos, delinear un modelo de provincia que desde todos los sectores se le reclama ya con impaciencia a la dirigencia política. El radical machacó con la idea de que Mendoza ha estado “mal administrada”: algo que el pensamiento binario de alguna militancia kirchnerista rápidamente catalogó como de “ajuste”.
Es que seguramente nadie preveía que ese gobernador que alguna vez se declaró “soldado de Cristina” (sobreactuada confesión que después no podía defender ni con la orientación de los actos de su gestión) iba a terminar acordando con su verdugo electoral la admisión de un “rojo” -moderado- de 5.800 millones de pesos.
Esa fue la concesión real de su derrota, pero también el blanqueo de la herencia que se preveía dejar camuflada. Esa era la principal bomba de tiempo (que además incluirá el futuro aumento de las tarifas de electricidad y transporte público) que Pérez pretendía que se revelara recién con Cornejo en el sillón de San Martín.
En manos del ministro Kicillof parecen estar ahora cifradas las esperanzas de una autorización nacional de más deuda que disimule la desesperación de estos días y la gota fría que también el kirchnerismo le ha hecho sudar a Pérez. Y que no quiere volver a vivir en noviembre y en diciembre.
Error de cálculo u otra impericia más en el manejo de la cosa pública, la larga transición en la que recién consumado el triunfo opositor, y todavía sin asumir la derrota, hizo que Pérez y particularmente el partido de gobierno, escondieran la cabeza como el avestruz. Seguramente para seguir negando y no advertir que la bomba (como efectivamente sucedió) podría estallar antes de tiempo.
Octubre es la encarnación de todo lo que se hizo mal durante este tiempo: financiamiento casi exclusivo a partir del déficit y el endeudamiento, multiplicación del gasto improductivo, mala asignación de recursos, explosión de la nómina de personal para parientes y amigos eludiendo las restricciones autoimpuestas y como frutilla de un postre que se cocinó a fuego lento durante tres años, la concesión demagógica de un acuerdo paritario excesivo para las arcas provinciales.
Para colmo de males, y envalentonado porque la realidad financiera le daba la razón, los radicales redoblaron la apuesta esta semana tras la promulgación express de la Ley de Endeudamiento (apenas un tubo de oxígeno descargado) y pidieron que la Auditoría General de la Nación (AGN) revise las cuentas que dejarán Pérez y compañía.
El grito en el cielo del gobierno no tardó en llegar, invocando incluso argumentos de prosapia republicana: la institucionalidad y la defensa del federalismo avasallado para reafirmar que el Tribunal de Cuentas de Mendoza era el indicado por la Constitución provincial para desempeñar esa tarea.
En el caso de que así fuera, ¿se excusará el vocal Héctor David Caputto, amigo personal de Pérez y por él propuesto para ese cargo? ¿La misma actitud tomará el (¿ex?) dirigente justicialista y también propuesto por Pérez para otra vocalía, el otrora senador Ricardo Pettignano?
Mientras tanto, el ex legislador justicialista Fernando Simón, también propuesto por Pérez para la Fiscalía de Estado previendo una sucesión radical, acaba de bochar tres nombramientos de los cientos que el gobierno ha ido publicando a cuentagotas en el Boletín Oficial, usando decretos supuestamente predatados para eludir la Ley de Responsabilidad Fiscal.
Se trata de tres funcionarios de confianza del ex ministro de Transporte y actual asesor gubernamental Diego Martínez Palau. Pero, nobleza obliga, luego habilitó otros 18 también cuestionados por ATE.
Si bien el ministro Marcelo Costa se lleva lo suyo, hasta el propio PJ señala hoy a Pérez como el padre de todos estos males. Será porque como dice el Martín Fierro: “La desgracia tiene hijos/ aunque ella no tiene madre”. Y si así fuera, su preocupante legado no es más que la consecuencia de sus actos pero también el limitado marco de acción en el que le tocará asumir a Cornejo.
Como asegura José Hernández: “Y al que le toca la herencia,/ donde quiera halla su ruina;/ lo que la suerte destina/ no puede el hombre evitar: / porque el cardo ha de pinchar/ es que nace con espina”.