Yo prefiero hablar de la actuación. Yo he hecho teatro popular 50 años, en todas partes... Pero esto que me pasó con la película es algo nuevo, que nunca había experimentado. Hacer un protagónico así es algo que no me esperaba en la vida. Ahora competimos en México, en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara...
Te digo, la explosión es impresionante. Lo que me pasa con la gente. El otro día pasaba por el Don Claudio que está en la Tiburcio Benegas, y me aplaudió una gente. Me tuve que parar. ¡Lo que es el cine!... Mirá que yo he hecho teatro popular 50 años, en todas partes. Pero ahora...: es como una explosión.
Recién venía en el auto, y por ahí me miran; como tengo el Renault 12, me miran. Se creen que ahora soy millonario... Y yo soy el mismo de hace unos meses. Eso mismo me pasó en otro momento, cuando hacía la obra “Ladran, Sancho”.
Me acuerdo que me dieron el Premio Los Andes, ¿te acordás de ese premio? Fue en el ‘90 o por ahí. Y veníamos caminando con un amigo, porque no teníamos auto, y una señora le decía a otra: “es él”, y la otra le contestaba: “¡no, cómo va a ser él si viene caminando”. Eso mismo me pasó en Don Claudio el otro día.
Pero también, lo que me impacta de esta película es todo lo que aprendí. Fui al Imperial a verla y, cuando la empecé a ver, caí en esa cuenta.
Y eso que cuando arranqué con el rodaje de la película, en 2014, yo decía: “nunca más, esto no es para mí”. Pero me estoy como enamorando: me he enamorado de lo mágico que son esos tipos con los que he trabajado, porque el camarógrafo me hinchaba las pelotas con: “vamos a hacer otra toma”, y el Pancho (el director) también.
Yo le decía: “Pancho, hemos hecho cinco tomas”, y nada: había que hacer otra. Ahora me he dado cuenta de que los tipos tienen en su cabeza una visión tan linda del arte... Ayer fui con el Chicho (Vargas) a verla, y nos quedamos charlando. Yo le dije al Chicho: “puta, el Rodrigo (de la Serna), cuando yo protestaba porque había tantas tomas, me dijo ‘la película no la tenés vos ni yo, por más que somos los protagonistas, la tiene el director en su cabeza’”.
Y sí: cuando hay un director y un camarógrafo que saben... Como soy hiperkinético, ¿viste?: hago cinco funciones por semana, voy a un lugar, a otro, vuelvo cagando, hago funciones en la calle, en el bar, donde me llaman. Por ese ritmo que llevo, los tiempos del cine, el rodaje, me ponían de malhumor al principio.
A mí lo que más me complicaba de todo esto son los dolores. Ando enfermo, los médicos no saben de qué son... ¡hasta actuar me cuesta! Y en este trabajo fueron horas, y hora. Habían momentos bravos... Me acuerdo uno, el del árbol, por ejemplo. Anoche que vi la película, me pareció más mágico que cuando lo filmamos.
Ese lugar donde rodábamos estaba lleno de árboles, y el Pancho eligió uno que estaba a 20 kilómetros del hotel. En ese momento me pregunté: “por qué buscar ese árbol, si ahí cerca hay montones”. Anoche lo entendí: esa imagen de la soledad, lo fuerte del paisaje, la limpieza de la escena. Y ahí vos decís: “mierda, cómo saben tanto”...
O en la escena cuando yo meo y se me traba el cierre. La gente se ríe porque yo le digo al Rodrigo: “¿me ayudás?”. Estuvimos como cinco horas abajo de la lluvia, nos cagamos de frío para esa escena tan cortita y tan simbólica... El guacho (el personaje de De la Serna), que es un duro, va y le ayuda al veterano a cerrarse el cierre. No hay necesidad de diálogos. Una hermosura el cine.
Ahora, al ver la película, me acuerdo de las cosas que nos pasaban: que el perro no ladraba cuando tenía que ladrar, que yo tenía que decir unas cosas en musulmán y el Pancho iba acostado en asiento de atrás del auto, leyéndonos para que repitamos, porque no nos podíamos memorizar el árabe.
Otra escena que me dio mucha risa fue cuando el Mike (uno de los personajes) sale orinando con lluvia. Tuvimos que esperar al anochecer para que se viera nublado y la lluvia la hacían los bomberos que nos tiraban agua.
Me emociona pensar en estas cosas: son muy fuertes. El dolor mío, me mataba. Pero fijate que, cuando subía a la Trafic, ya me habían puesto un almohadón para poner las patas arriba: ¡el Pancho es un caramelo!, y el Rodrigo ¡es más cariñoso que la mierda!.
Ahora que he podido pensar más esta gente que trabaja en un lenguaje que yo desconocía, no digo “nunca más”. Entendí que los que hacen cine en la Argentina andan en bici por el barrio porque no da para la nafta, que viven en un monoambiente y se las ingenian como pueden para conseguir los millones que sale una película.
Cuando me pongo a pensar con cuántas carencias tienen que lidiar los chicos de acá... Hacen malabares, como yo con el teatro. Los admiro. Fijate la diferencia: yo me paro en una esquina, hago morisquetas, paso la gorra y como. No podría haber vivido del cine cuando estuve en el exilio.
Si pienso para atrás cómo llegué a esta película: también es mágico. Una directora de casting me fue a ver a Los Angelitos, le gustó “Lágrimas y risas” y me ofreció actuar en “El aura”: esa de Fabián Bielinsky, con Darín; que es un actorazo. Pero yo no podía hacer el casting ese: estaba viajando a Ecuador para hacer un montón de funciones en un teatro para mil personas.
Ahora, hace dos años, el Pancho estaba buscando alguien para mi personaje y esta directora le sugirió mi nombre. Y si puedo, voy a seguir. Hace poco me llamó Ana Katz pero con este quilombo actual los temas del cine se fueron a la mierda. Ya veremos.