Esta evocación no es una simple referencia de agenda retrospectiva. Antes bien, se trata de recordar la más bella "obra de arte" que un boxeador pudo haber realizado sobre un ring.
Aquel triunfo obtenido por Nicolino hace casi medio siglo exhibió todo cuanto se espera de un boxeador esteta o de un esteta boxeador que se defendió atacando y castigó defendiéndose en el sector del cuadrilátero que eligiese sin que ninguno de sus movimientos en uno u otro sentido perdieran la armonía plástica del atleta en estado de gracia.
Fue campeón mundial apenas cuatro años (1968 a 1972) pero reinó por más de una década (desde 1963 hasta 1973) pues su incomparable estilo sedujo al público de tal manera que aun cuando los puristas negaran que aquello que ofrecía fuera boxeo ortodoxo lo incorporaron como una mezcla de arte taurino con atisbos de ballet, algo de sensualidad en los esquives y mucho de artista en los desplazamientos.
Para llegar a disputar el titulo mundial debió recorrer un largo camino. En aquella época había un solo campeón del mundo por categoría y éste tenía diez retadores en fila. A los campeones los reconocían sólo la Asociación Mundial de Boxeo y la revista The Ring. Nicolino era la estrella del Luna Park y derrotaba a todos los rivales extranjeros que el promotor Lectoure le traía para entrar y avanzar en ese famoso escalafón.
Llegar a enfrentar a Paul Fujii fue una enorme tarea de Tito Lectoure ante la Asociación que siempre lo postergaba. Es que todos dudaban del espectáculo que fuera capaz de ofrecer un boxeador no convencional, alguien a quien no había manera de pegarle, que a su vez no atacaba ni se paraba a cambiar golpes, que no peleaba cuerpo a cuerpo y que ante cualquier propuesta de fajarse salía a los costados con un leve y veloz paso mágico, pegaba y se iba.
En tales condiciones nadie quería venir a exponer su titulo al Luna Park por más dinero que se le ofreciera y puesto que por entonces la ganancia del empresario estaba en la venta de las entradas, pues la televisión casi no incidía en su rentabilidad a cualquiera de ellos les resultaba riesgoso contratarlo.
Al llegar a ser el número uno del ranking, ya no se lo podía evitar. Y fue así que les llegó la oferta desde Japón. La misma consistía en una bolsa de 5 mil dólares, más pasajes y estadía para tres. Por suerte Nicolino logró vender los derechos de radio y televisión -en diferido, pues aun no teníamos satélite- en otros 1.500 dolares que le pagó la Bodega Peñaflor. Esto permitió que junto a Nicolino, su maestro Bermudez y Lectoure pudiera viajar tambien y como "sparring" "el entrañable Juan "Mendoza" Aguilar.
Fuji era temible, excesivamente agresivo, parco, hosco, nunca se le advirtió una sonrisa, de físico exuberante. Con formación en las artes marciales, cuyos luchadores desprenden un grito hostil y guerrero tras cada acción. Un "¡haaa, haaa!" aturdidor e intimidatorio. Desde el camarín de Nicolino podíamos escucharlo mientras hacia su calentamiento sobre los guantones de sus segundos.
Un "samurai" intrépido, determinado y listo para la batalla estaba dándonos señales de su peligrosidad.
Mientras esto ocurría en el camarín de Fujii, tuvimos que despertar a Locche de una siestita mendocina a la que se había entregado en su camilla. Se acostó para relajarse y se quedó profundamente dormido. Esto ocurría una hora antes de subir al ring. Nunca antes y nunca después se vio a un boxeador bajo tal placidez una hora antes de subir a un ring para pelear.
Aquello fue una lección de boxeo. Una joya de la historia. Un incunable. Nicolino sabía que debía asumir el ataque como fórmula de persuasión para los tres jurados. Y lo hizo. Pero aún así nunca dejó de esquivar los golpes del japonés tanto en ataque como en contragolpe. Pasaban los ganchos y los swings. Se perdían en el espacio los cross y los jabs de Fujii. Es que Locche se le plantaba a pelear hasta obligar al campeón a ser él quien buscara un espacio por donde salir y desde donde recomenzar.
De a poco, round a round, el castigo recibido iba congestionando los pómulos del campeón mundial hasta convertirlos en una deformada máscara. Y sus ojos, cual hendidura de alcancías, se iban cerrando aún más hasta anular la visión periférica de su lateral izquierdo. Hasta el 8° asalto Fujii intentó poner una mano "de suerte" que lo salvara de semejante papelón. Desde ese momento padeció de la velocidad mental de un Locche inigualable.
En el 9º la paliza fue de tal magnitud que resultaba ocioso anticipar el final. Y frente al micrófono de radio Rivadavia junto a mis compañeros de transmisión Osvaldo Caffarelli y Cacho Fontana no tuve dudas: "Si en este momento le preguntan a Fujii si quiere seguir o irse de este infierno, estoy seguro que quiere irse", afirmé. Y unos segundos más adelante, mientras transcurría el 9° asalto, agregué ante tan obvia situación: "A Fujii le queda una sola alternativa: comprar un billete de lotería para ver si puede acertar".
En su banquito ya sin visión, exhausto, sangrante, herido, impotente, Paul Fuji meneó la cabeza en señal de no poder continuar. Sus segundos no lo podían creer. Nicolino Locche había llevado a cabo la mayor "obra de arte" que el boxeo pudiera ofrecer a lo largo de su historia.
Aquel nocaut del debut
Diez años antes de la gran noche en Japón, Nicolino Locche había arrancado su carrera como profesional. Eran épocas en las que no se llegaba al título del mundo con tres combates como ahora y quizás por ello dicen que había prometido que si no ganaba frente a Fuji, se retiraba del boxeo.
Esa noche de 1958 en la que la pelea principal fue entre el mendocino Leandro Ahumada y el porteño Eduardo Zalazar, Diario Los Andes publicó esto: "En el combate de semifondo hizo sus primeras armas en el campo rentado Nicolino Locche, pugilista del Mocoroa Boxing Club, de donde son originarios varios destacados boxeadores, entre ellos Cirilo Gil. El debut de Locche le trajo también aparejado su primer triunfo, pues se impuso en forma categórica al sanjuanino Luis García. La victoria del mendocino, fue fácil y la obtuvo por KO. Ya en la primera vuelta García había sufrido una caída de la le salvó el gong cuando el juez llegó a seis segundos en su cuenta. En el segundo asalto, Locche propinó un recio castigo a sus rival y lo batió completamente pues lo tuvo prácticamente a su merced".
¿Trajiste los ravioles?
Un domingo Nico le dijo a su señora que salía a dar una vuelta por el Centro. Ana María Corvalán le recordó que no se olvidara de traer los ravioles para el almuerzo. Sin embargo, Locche se encontró con un par de amigos y en su Torino se fue a Salta. Acostumbrada a estas fugas, cuando Nico apareció de vuelta recién al domingo siguiente, su señora sólo se limitó a preguntarle: “¿Trajiste los ravioles?”.
“Me alejé del cigarrillo”
En los años 90 el periodista Félix Suárez cuenta que se reunía por lo menos una vez por semana con Nicolino. Una mañana me sorprendió con la noticia de que se había alejado del cigarrillo.
Asombrado sólo atinó a abrazarlo. Entonces, con su inseparable sonrisa y su habitual picardía, sacó la mano de debajo de la mesa y exclamó a las risas: “Sí, me alejé, ahora fumo con boquilla”.
Gemelos
Alguna vez se los comparó por su bailecito en el ring para dejar en rídiculo a los rivales. En 1979, El Gráfico invitó a Cassius Clay a Buenos Aires y allí se produjo el encuentro más esperado por los amantes del boxeo y quedó para el recuerdo eterno esta foto de los dos fenómenos enfrentados en un ring. Tito Lectoure y Cherquis Bialo fueron protagonistas de ese encuentro.
¡Me quemo, Don Paco!
Una tarde, en el Mocoroa, Nico pidió permiso a Bermúdez para cambiarse las vendas en la utilería. Don Paco lo siguió y sin decir palabra alguna se le puso frente a frente.
Locche escondió el cigarrillo encendido en su pantaloncito de gimnasia, hasta que el campeón sacó la mano del pantalón, tiró el cigarrillo todavía prendido y gritó desesperado: “¡Me quemo, don Paco, me quemo!”.
Jockey con filtros
A su regreso de Japón, el presidente Juan Carlos Onganía, lo recibió en la Rosada junto a Tito Lectoure. Durante la reunión Onganía invitó con cigarrillos. Muy rápido de reflejos Locche aprovechó la oportunidad y agradeció gentilmente.
Al despedirse, muy suelto Nico comentó: “El presidente es de los míos, fuma Jockey con filtro”.
Coca con vino
Elio Salinas, que fuera un destacado puntero izquierdo de Talleres, recuerda que trabajaba como mozo de La Farola y atendió a Nicolino en la despedida para viajar a Japón.
Evoca que cuando tomó el pedido de Locche éste lo agarró de la chaqueta, le guiñó un ojo y le dijo: “A la Coca Cola que te pedí vaciala y ponele vino…y que sea del mejor”.
“Tirá hijo de...”
El 17 de marzo de 1973, Monzón había acompañado a Locche a Venezuela en su pelea contra Pambelé.
Después del combate, ambos fuman un cigarrillo en la puerta del hotel, cuando pasó un auto y discutió con Monzón. Los hombres se bajaron con un arma y el santafesino le mostró el pecho y les dijo “Tirá hdp, pero no errés”.
Auto sin motor
En ocasión de una entrevista Nico le comentó a Braceli: “En el '72 compré un auto de carrera usado que pagué al contado. Lo trajeron en un remolque y me lo dejaron cerca del Luna Park. Cuando fui a ponerlo en marcha el auto no arrancaba.
¡Que lo parió, tiene la batería vencida! me dije. Abrí el capot para solucionar el problema y me di cuenta que no era la batería. El auto no tenía motor”.
Crítico de Arte
En los años 60, cuando Nicolino se había hecho conocido y cada vez más popular en Buenos Aires, el director de la revista El Gráfico, Carlos Fontanarrosa, pidió a Ernesto Cherquis Bialo, que se ocupara de la pelea del mendocino que el sábado combatía en el Luna Park porque existía la promesa de un buen espectáculo. Cherquis nunca olvida que le sugirió: “¿Por qué no manda también a un crítico de arte?”.
Te voy a esperar
Gustavo Ballas siempre cuenta que cuándo murió su padre, Locche lo llevó a la Terminal para que viajara a Córdoba y le dijo “el martes a las 7 de la mañana te voy a esperar acá, no me dejes colgado. Si vos no volvés, Mendoza se pierde un campeón del mundo”.
“El martes cuando llegué a la Terminal, Nicolino me estaba esperando para llevarme a entrenar”.