Equilibrio entre oasis y desierto

El camino hacia una Mendoza sustentable, equilibrada y equitativa es mitigar la confrontación de tierras secas irrigadas y no irrigadas.

Equilibrio entre oasis y desierto

En nuestra provincia, las actividades productivas se estructuran en torno al modelo agroindustrial inserto en una economía de mercado.

Este fenómeno se manifiesta especialmente en el gran desarrollo de los oasis irrigados en detrimento de los espacios que carecen de agua de riego. Esta contraposición se expresa incluso en las dos realidades sociales y económicas de Mendoza: una economía de mercado y otra de subsistencia.

La contradicción también se observa desde el punto de vista ambiental, pues el oasis funciona como un ambiente central hegemónico y el resto del territorio como sistemas marginales.

El aprovechamiento de los ríos Mendoza y Tunuyán en el norte, Diamante y Atuel en el centro y, en menor proporción, el Malargüe en el sur, ha permitido conformar los oasis, que representan, según diversas fuentes, entre el 2,5 y el 4 por ciento de la superficie total provincial.

A pesar de su limitada extensión territorial (aproximadamente 3.600 km2), constituyen el soporte de casi el 95 por ciento de la población, con densidades máximas en las zonas urbanas de 300 habitantes por km2.

Los aportes hídricos permanentes que alimentan los oasis irrigados, provienen en su totalidad de la fusión nival y el aporte constante que hacen las masas de hielo de los glaciares de la Cordillera de los Andes.

Los oasis han podido expandirse gracias al riego sistematizado por medio de diques, canales y pozos subterráneos, que han permitido la producción e industrialización de cultivos de vides, hortalizas y frutales.

Sobre un territorio de alta fragilidad la competencia por el uso del agua surge como uno de los principales conflictos ambientales en la interacción oasis-desierto: las áreas deprimidas de las tierras no irrigadas ya no reciben aportes hídricos superficiales, pues los caudales de los ríos se utilizan íntegramente para el riego de la zona cultivada y el consumo de los asentamientos humanos, generando pobreza y migración.

Con un territorio íntegramente extendido bajo condiciones de sequedad, con diferentes grados de desertificación, Mendoza es un caso paradigmático de organización basada en una gran contradicción: la confrontación entre tierras secas irrigadas “oasis” y tierras secas no irrigadas “desierto”.

Si a esto le sumamos los escenarios generados por el cambio climático, sobre todo relacionado con las fuentes de aprovisionamiento hídrico y sus consecuencias en los patrones de uso del suelo, las sinergias entre estos procesos son alarmantes.

Desertificación es causa y consecuencia del cambio climático, y a su vez estos procesos aceleran la desertificación de los territorios afectados.

Las principales causas que potencian los riesgos a la desertificación provienen de la debilidad de políticas integrales y de coordinación intersectorial, que se manifiestan en desequilibrios territoriales con efectos negativos sobre las dimensiones sociales, económicas y ambientales, políticas que históricamente se han mostrado prácticamente ausentes en el desarrollo del desierto, en contraste con la diversidad de políticas y promoción de actividades dirigidas a los oasis.

En la actualidad, los territorios no irrigados de Mendoza y sus habitantes son marginales, no por el solo efecto de una naturaleza restrictiva sino por la acción combinada de un soporte físico limitado y frágil y de fuerzas sociales, políticas y económicas de mayor envergadura que las han ubicado en los márgenes del sistema.

El análisis de la historia de la región informa que los espacios no irrigados funcionaron como proveedores de recursos naturales estratégicos para el desarrollo de las zonas irrigadas y de mano de obra para la puesta en marcha de las actividades productivas dominantes.

Paralelamente, los territorios no irrigados fueron cercenados en el ejercicio de su derecho al acceso a recursos estratégicos para su reproducción social (agua, tierra e identidad).

Cuando se formulan estrategias sólo para los oasis, se está decidiendo, por omisión, sobre el resto del territorio, que funciona como espacio marginal.

Se trata entonces -tomando la oportunidad que plantea la Ley 8.051 de Ordenamiento Territorial y Usos del Suelo- de aceptar el reto de una planificación con criterio sistémico que articule la relación oasis-áreas no irrigadas, en un proceso de complementación y no de competencia, para mitigar los efectos del cambio climático y prevenir, mitigar y recuperar los territorios afectados por la desertificación.

Lograr la integración y la complementariedad del desarrollo sustentable de las tierras secas de la provincia y mitigar los desequilibrios existentes, debe convertirse en un objetivo estratégico, para lograr incorporar a las tierras secas y a sus habitantes a los circuitos productivos, aportando a la equidad social y territorial y a la diversificación de la matriz productiva provincial.

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