Si miramos para atrás, probablemente los años '90 suenen en nuestra mente con música de fondo de Enya, como se conoce popularmente a la cantante y compositora irlandesa Eithne Pádraigín Ní Bhraonáin.
Incluso en Mendoza, por esos años Canal 9 tenía unas cortinas ilustrativas de la cordillera, con imágenes tomadas desde una cámara rasante, que nos elevaban al sublime espectáculo de nuestra naturaleza y a más de un espectador lo sumergía en serias dudas existenciales, antes de que volviera, por supuesto, el programa Susana Giménez. El efecto Enya: reflexiva, contemplativa.
En la década del posmodernismo y la world music, ella se sentía como pez en el agua: calzó muy bien con una sensibilidad que veía en la espiritualidad y el yoga (recién masificándose) como la solución al estrés. Y ella, con cada una de esas canciones celestiales que parecían mantras, ganó millones.
Literalmente: llegó a vender más de 80 millones de discos en todo el mundo, convirtiéndose así en el músico irlandés más popular de la historia después de U2. ¿El secreto? Hipnotismo puro: puso a funcionar sus propias raíces celtas, pero cubriéndolas con los mejores ropajes de la electrónica, como los secuenciadores, que creaban con su repetición insistente climas perfectos para la meditación.
Pero una vez descubierta la fórmula y ganados los millones, Enya casi que desapareció del mapa. ¿Qué pasó? Ella es la protagonista desde entonces de una historia digna de la mitología nórdica: se compró un castillo, se encerró en él y eligió devotamente una cuarentena voluntaria, de la que pocas veces salió.
Los orígenes
Si bien muchos la recuerdan por "Orinoco Flow", que la volvió famosa mundialmente, Enya venía fortaleciendo sus raíces desde mucho antes. Su familia aún tiene un grupo muy famoso de música celta, Clannad.
Formado por un tío y varios de sus hermanos, allí dio sus primeros pasos en la música, allá por 1979, pero se emancipó a tiempo, para lanzar en 1987 un disco homónimo que le produjo la BBC luego del éxito que había tenido la música que le había hecho a un documental sobre esa cultura ancestral.
Pero la gloria llegó muy poco después, en 1988, con "Watermark", su segundo disco, que contiene hits que todavía le deben dar suculentas regalías, como "Orinoco Flow" y "Caribbean Blue". Así, entraba en los '90, la era del New Age, con armas certeras.
Su quinto disco, "The Memory of Trees" (1995), la mantuvo en la cima de las ventas, confirmando que era la gran diva de ese género. Nadie podía sacarla de ese puesto. Salvo ella misma.
En el castillo
El alejamiento de Enya de las cámaras de televisión, de los shows y del gran circo de la industria musical fue paulatino. Sigue dando cada tanto algún álbum (espaciadísimos), pero su conducta ermitaña y huidiza la ha vuelto un ser casi mitológico, incluso para su propio vecindario.
Y más por estos días, en los que la cuarentena obligatoria motivó a que los medios británicos le dediquen sendos artículos a ella, quien vive "encuarentenada". Pero era ya una excéntrica antes de 1997, cuando adquirió un viejo castillo cerca de Dublín por cuatro millones de euros.
En 1993, cuando estaba en la cresta de la ola, se había tomado un incomprensible año sabático, para desazón de sus productores. Pero nada haría pensar que su reclusión iba a ser casi perpetua. El castillo, ubicado en Killiney, tenía una noble historia.
Antes se había llamado Castillo Victoria, después Castillo Ayesha, hasta que Enya lo bautizó Castillo Manderlay, un homenaje a la mansión de "Rebecca", la novela de Daphne du Maurier.
En 1997, tenía suficiente dinero para no preocuparse por las cuentas nunca más en su vida (estiman unos cien millones de libras), por lo que desde entonces se encerró con un claro objetivo: dedicarse a su música sin ningún tipo de condiciones, plazos y obligaciones.
El claro ejemplo es que, desde el 2000, solo sacó dos discos con canciones originales y uno recopilatorio. Su último boom fue en el primer año del nuevo milenio, cuando quizás su selló ya presentía que las modas estaban cambiando.
Y dio el batacazo: "Only time", uno de los sencillos de "A day without rain", se convirtió en un himno contra el terrorismo luego del 11 de septiembre. Las regalías de esa canción fueron donadas para una asociación conformada por las víctimas de las Torres Gemelas, mientras Enya, impertérrita, observaba desde las anchas ventanas de su fortaleza.
En primera persona
En alguna de sus (contadas) entrevistas, se confesó como una persona oscura y con la que es difícil convivir. Será por ello que no se le ha conocido ningún romance y puertas adentro solo convive con algunas empleadas (no pensarán que el castillo lo limpia ella) y una docena de gatos.
Hace un tiempo un medio británico inició una pesquisa para dar con ella y solo obtuvieron información de algunos vecinos, que confirmaban que Enya no socializa nunca y que rara vez se la ve fuera de su castillo.
Ella, por su parte, confesó alguna vez: "No he conocido a ningún hombre que pueda adaptarse a mí. Podría haber un elemento de miedo, sabiendo que nadie ha entendido mi fuerza de voluntad, mi necesidad. En cuanto a los niños, tengo suficientes sobrinos para llenar ese vacío", decía.
En cuanto que su tío Noel Duggan (aquél del grupo Clannad) dijo hace un tiempo con cierto desdén: "No la vemos demasiado. Vive como una reina. Es una reclusa".
Reina y reclusa
Poco después de mudarse a Manderlay, gastó casi 500 mil euros acondicionando la propiedad con la última tecnología de seguridad, algo que agradeció en 2005, cuando un fanático patológico entró a su casa para verla.
Ella se encerró, cual Jodie Foster, en su habitación del pánico y no sufrió ninguna agresión (al contrario de una de sus empleadas, que resultó herida). Le robaron pocas cosas.
Una de sus últimas actuaciones televisivas fue hace casi 20 años, cuando actuó en los Oscar del 2002, que participó de la banda sonora de la primera película de "El Señor de los Anillos" de Peter Jackson.
En el 2015 sacó un disco que tuvo poca repercusión y en el 2017 unos científicos le pusieron su nombre a un nuevo pez descubierto en el río Orinoco. De vez en cuando, si se aburre, viaja al sur de Francia, dicen.
Poco más se sabe de Enya, que el 17 de mayo pasado cumplió 59 años. Ella vive la paz que el mundo ya no conoce.