Las entrevistas televisivas

El autor de la nota hace alusión a los programas de entrevistas en televisión en Italia, que tienen una similitud asombrosa con lo que sucede en nuestro país, en relación a inútiles discusiones entre políticos que no permiten llegar a ninguna conclusión.

Las entrevistas televisivas
Las entrevistas televisivas

Espero que los editores de L'Espresso y otros estimados medios de información italianos no se ofendan por esta confesión: la publicación que leo con más interés cada semana es la revista de acertijos La Settimana Enigmistica, no sólo porque es entretenida sino también porque requiere de mi colaboración para resolver sus más de 50 páginas.

Es interesante señalar que el método de elaborar crucigramas varía de un país a otro. La tradición italiana es muy diferente de la francesa, por ejemplo, que presenta la clave en forma de enigma. El semiólogo Algirdas J. Greimas menciona un célebre ejemplo en el que la clave "el amigo de los simples" debe de resolverse como "herbolario".

En este caso, el solucionador del crucigrama debe de saber que, en la farmacia, los simples son plantas con propiedades medicinales, usadas por los médicos hace mucho tiempo. En cambio, las claves en los crucigramas italianos se refieren a opiniones muy difundidas y aceptadas. Así, por ejemplo, la clave "a base de pasta y verduras" debe de ser entendida como "dieta mediterránea" y "serpiente americana" como "boa".

Hace poco me topé con la clave "animan los programas de entrevistas" y de entrada pensé que quizá se refiriera a alguna personalidad famosa de la televisión o a eventos de actualidad. Para nada: la respuesta era "enfrentamientos".

El creador del crucigrama estaba haciendo referencia a la opinión popular de que lo que hace que un programa sea interesante tiene muy poco que ver con el hecho de que el presentador sea muy popular, que sus invitados sean travestis célebres o exorcistas, o que aborda temas como la pederastia y sucesos dramáticos como accidentes de avión.

Esos elementos ciertamente son accesorios importantes. Después de todo, sería más bien aburrido mirar un programa en el que un filólogo bizantino entrevistara a monjes trapenses afligidos de mutismo voluntario, o que se sentaran a hablar de pergaminos antiguos. De una forma u otra, lo que el espectador está esperando es ver una buena pelea.

Una vez me tocó ver un episodio de un programa de entrevistas junto a una anciana dama que, cada vez que alguno de los participantes del programa callaba al otro a gritos, exclamaba: "¿Por qué se interrumpen unos a otros? ¡No se puede entender lo que están diciendo! ¿No podrían hablar por turnos?" Como si todos los programas de televisión fueran como ese memorable programa francés, "Apostrophes", en el que parecía que el presentador, Bernard Pivot, sólo tenía que levantar el meñique para hacerle saber a quien estuviera hablando que era el momento de que otro tomara la palabra.

El problema es que los espectadores han llegado a esperar discusiones dramáticas entre los invitados a los programas de entrevistas. Importa menos lo que digan (que por lo general se supone que es irrelevante, de todos modos) que la forma en que lo digan: gritando "¡Permítame terminar! ¡Yo no lo interrumpí cuando usted estaba hablando!" o insultándose entre sí. Como en los encuentros de luchas, ni siquiera importa que los participantes estén fingiendo todo. Como tampoco importa que los pasteles que se arrojan a la cara los comediantes bufos no sean de verdad. Lo importante es que el público piense que todo es real.

Todo esto estaría perfectamente bien si los programas de entrevistas se presentaran como simple entretenimiento, como los llamados "reality shows". Pero, al menos en Italia, algunos programas de entrevistas tienen tanta influencia política que son llamados la "tercera cámara del Parlamento" y comparados con la antesala de un tribunal. Qué temas se van a debatir en el Parlamento o si el sospechoso del juicio realmente estranguló a la muchacha: ésa es la pastura de los programas de entrevistas, al grado que tales programas vuelven irrelevante la sesión parlamentaria o el veredicto del jurado.

Si, a fin de cuentas, lo que importa no es el contenido sino la forma del enfrentamiento, no extraña que a la gente cada vez le interese menos lo que sucede en el Parlamento o lo que los tribunales tengan que decir acerca del escándalo del día. ¿Para qué molestarnos en tratar de ser un ciudadano informado, o incluso en votar el día de las elecciones, si podemos simplemente quedarnos en casa y mirar cómo se desarrolla todo en la televisión?

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