Por Mariela Encina Lanús
Llegó a Italia a los 20, guiado por su espíritu viajero. Allí aprendió el oficio de decorador mural y también despuntó el vicio como cantor de tangos. Tras dos décadas de decorar y restaurar diversas obras arquitectónicas, en 2014 regresó a Mendoza, en donde actualmente desarrolla esta profesión poco difundida y acentúa su pasión por la música, como uno de las voces de la Orquesta Sísmica Mercalli.
Leo Neirotti (43) se fue a Europa cuando pisaba los 20 y llevaba 3 años cursando Artes Plásticas. En Italia jugó al fútbol en el club Croce Verde Verbania; cantó tangos y aprendió el oficio de decorador mural.
Volvió hace dos años. Desde entonces desarrolla esta profesión poco difundida en Mendoza y acentúa su pasión por la música, como uno de las voces de la Orquesta Sísmica Mercalli –último proyecto artístico de la siempre inquieta Elbi Olalla-.
"Un buen decorador mural es aquel que logra que su trabajo pase desapercibido"
Del pasado al presente viaja esta charla, que comienza iluminada por flashes, en la terraza del ex Banco Hipotecario (actual Secretaría de Cultura). Bajo el sol de la media mañana, el mendocino posa frente a la lente con cierta timidez: asegura que no está acostumbrado a las fotos. Tal vez la profesión que forjó en Toscana, tenga algo que ver en todo esto: "Un buen decorador mural es aquel que logra que su trabajo pase desapercibido", explica un rato después, mientras va develando las aplicaciones de tipo de embellecimiento que data del siglo XV y que todavía se practica en Europa.
El mendocino explica y en su oralidad se asoma un levísimo acento italiano: "Desde el Renacimiento (siglos XV y XVI) y hasta la actualidad, un decorador es un profesional que puede embellecer diferentes obras arquitectónicas, utilizando pinceles; es decir aplicando con técnicas de pintura. Los primeros en realizar estos trabajos eran los pintores de la Corte pero, más tarde, comenzaron a implementarlo en casas de familia u otros edificios antiguos. Esto funcionó así hasta principios del siglo XX, aproximadamente. Hablamos de más 500 años de historia y lo curioso es que las técnicas, los pinceles y la pintura siguen siendo los mismos. Lo único que cambia son las lámparas para iluminar, un secador y un instrumento que mide la humedad de las paredes".
Aunque no fue a Europa en busca de una profesión o impulsado por una inquietud artística, Leo Neirotti se convirtió en uno de los 300 decoradores que actualmente desarrollan el oficio en Italia. Y paradójicamente, llegó al arte decorativo a través de un partido de fútbol. "Ahí –recuerda- conocí a quien fue mi maestro, Enzo Tipaldi, un tipo de pocas palabras y muy exigente". De ese tano riguroso y parco, el mendocino aprendió diversas técnicas decorativas: decoración en falso relieve y art nouveau, "stucco veneziano" y simulación de ornamentos decorativos de época -mármol, molduras, madera, fileteos, etcétera-. Aprendió, también, el arte de la restauración de frescos antiguos y de secos. "Lo conocí a los 25, ahí nomás me dijo: 'Recién vas a poder decir que sos decorador a los 40 años o más'; así se encargó de bajarme los humos rápido (risas). Cuando entré a trabajar en su taller, estuve armando pinceles durante seis meses sin dar una pincelada…"
"LEO SE CONVIRTIÓ EN UNO DE LOS 300 DECORADORES QUE ACTUALMENTE DESARROLLAN EL OFICIO EN ITALIA. Y PARADÓJICAMENTE, LLEGÓ AL ARTE DECORATIVO A TRAVÉS DE UN PARTIDO DE FÚTBOL".
-Me recuerda al Señor Miyagi, de "Karate Kid", "Encerar, pulir".
-(Ríe). Sí, así estuve el primer tiempo: como “Karate Kid”. Era un gran maestro, un buen tipo que laburaba a la antigua: arrancábamos a las siete de la mañana y trabajábamos horario de corrido hasta las cinco de la tarde. Hasta conocerlo no tenía idea de esta profesión, incluso habiendo cursado los primeros años de la carrera de Artes Plásticas, de la Universidad Nacional de Cuyo. Aunque tuve grandes profesores, como Eduardo Tejón, Ricardo Scilipoti, la facultad me dejó poco conocimiento y muchos amigos.
Así, durante las dos décadas que vivió en Italia, Leo Neirotti se dedicó a dejar impregnado el trazo de sus pinceladas en palacios, mansiones, casonas de épocas, basílicas, parroquias y obras arquitectónicas modernas de Pisa, Florencia y otras ciudades del norte italiano. "Me salió bastante bien", dice ahora, de cara la montaña y mirando en perspectiva su derrotero.
Claro que el recorrido tiene sus 'pro y sus contra': "Por la posición en la que trabaja, parado, con la mano en alto y la cabeza hacia atrás, el decorador suele tener afecciones en las cervicales –comenta-. Incluso también aquella historia de que Miguel Ángel pintaba acostado en un andamio. Es imposible humedecer el pincel en esa posición. Y también es mentira lo que muestran en las películas (risas)".
-¿Actualmente, la formación de un decorador es solo empírica o también académica?
-Como otros oficios, hoy existe la posibilidad de estudiar en instituciones o universidades. De hecho las más importantes escuelas de restauración están en Florencia. No obstante, la ejecución de decoraciones pictóricas tiene, más bien, la esencia del antiguo artesanato italiano.
-Aquí, decías, la decoración mural es una profesión no muy difundida. ¿Cuáles son las posibilidades de desarrollarla?
-Este tipo de embellecimiento se puede aplicar en cualquier espacio. Un concepto clave es que un buen decorador es aquel que logra que su trabajo pase desapercibido. Es decir, que sepa cómo integrarlo al ambiente y que esté en armonía con el resto de los elementos. Desde que llegué estoy realizando trabajos decorativos basados en una técnica denominada claro-oscuros que permiten crear falsas molduras, sedas y empapelados. Aunque suene una locura, esta última técnica era utilizada en Buenos Aires para reemplazar el empapelado francés cuya materia prima era costosa. Se pueden crear muchas cosas con estas técnicas decorativas. Hubo cada pedido…
"LA EJECUCIÓN DE DECORACIONES PICTÓRICAS TIENE, MÁS BIEN, LA ESENCIA DEL ANTIGUO ARTESANATO ITALIANO"
-¿Raros, decís?
-Una vez, un cliente me pidió un falso cañaveral, un tigre, papagayos, loros y un retrato suyo, escondido detrás de un arbusto. Era un italiano fanático de la selva; tal vez en otra vida fue Tarzán. En otra oportunidad, una señora me pidió que pintara a su esposo fallecido en la fachada de su casa. Lo pintamos asomándose detrás de una falsa puerta. El viejito se llamaba Sandro.
La referencia a Roberto Sánchez es insoslayable. La charla, así porque sí, vira hacia la música, otros de los ámbitos que Leo Neirotti transita como actual integrante de la Orquesta Sísmica Mercalli.
-¿Cómo es que un ex jugador de fútbol y decorador llega a cantar tangos?
-Con la música tengo una relación visceral. Antes de irme a Italia integré una formación folclórica con las hermanas Ceverino (Ini y Yayi) y allá me dediqué a cantar tangos en orquestas y acompañado por guitarristas. Incluso, una vez, me di el lujo de cantar con Luis Stazzo, bandoneonista del Sexteto Mayor (N de la R: falleció en marzo pasado, en Alemania, en donde estaba radicado). Cuando volví, a fines de 2014, me sumé a la Orquesta Sísmica Mercalli, que recién se estaba formando y está abocada a difundir el “nuevo cancionero tanguero”, inaugurado, a principios del 2000, por formaciones como la Orquesta Fernández Fierro y La Chicana. Hoy el cancionero tiene grandes compositores porteños como Juan Lorenzo y Alejandro Guyot, de 34 Puñaladas, y Alfredo Rubín; y mendocinos como Elbi Olalla y el Negro Nasif, entre muchos más. Afortunadamente puedo decir que soy feliz.